POEMAS, CUENTOS, COMENTARIOS, SUEÑOS...
miércoles, noviembre 30, 2005
TAL VEZ
Tal vez las estrellas florezcan
en la enramada de primavera
y crezcan nardos y amapolas
entre las grietas, sobre las piedras.
Tal vez el sueño muera en silencio
y la esperanza desaparezca
como la nube del cigarrillo
que un viento suave mueve y se lleva.
Tal vez tu vida rompa los hilos
que nos unían y yo perezca,
tal vez el tiempo un día nos cobre
y este amor se consuma en la tristeza.
lunes, noviembre 28, 2005
SE AGRADECERÁ CUALQUIER INFORMACIÓN
Así comienza el texto: "Se agradecerá cualquier información..." que una madre angustiada distribuye en la puerta de la escuela primaria en la que está inscrita su hija, en el Estado de México. Y continúa: "...que lleve a localizar a la niña JOHANA JAZMÍN ROMERO VALENCIA quien se extrravió el dìa viernes 25 de noviembre de 2005."
Apenas 11 años de edad, cursa el 5º grado.
Y al ver la mano temblorosa de la madre te transmite su angustia y te contagia su preocupaciòn por no saber de su pequeña hija.
Dice que la niña salió de su casa, para ir a hacer una tarea con una compañera, vistiendo falda de color azul rey, suéter rojo, blusa blanca y mochila rosa.
Han pasado tres días desde su desaparición y ni vecinos ni familiares le vieron. Sólo dos compañeros: uno la vio corriendo y otro caminando por un puente.
Todos se hacen mil conjeturas y con el gesto adusto comentan y se indignan. ¿Las autoridades? No se hacen notar con sus investigaciones. No se acerca una patrulla a la escuela. No preguntan ni recaban datos. Sola, la madre, con el apoyo del director de la escuela y de los maestros buscan, escarban, averiguan, remueven, preguntan ahí, en la escuela, pero nada, no hay indicios que lleven a suponer el peradero de esta pequeña.
La madre enseña fotografías, repite sus rasgos: " Es morena, de cejas pobladas, ojos cafés, pelo largo, hasta los hombros." No hay más. La espera de tres días por su hija, añorando que aparezca de un momento a otro, le han regalado unas ojeras profundas que intenta disimular con un poco de maquillaje que las lágrimas le corren.
Explica, la madre, que ella salió a trabajar a un restaurante y que por sus grandes necesidades tuvo que quedarse un tiempo extra a levantar todo de las mesas. No dice más. Sus palabras son repetitivas: "¡Mi hija está extraviada!"
Por último, en el volante que ella misma reparte, se lee: "Cualquier información, favor de dirigirse a: Francisco Villa No. 609 en la colonia San Miguel Xalostoc, o al teléfono 57886984, con la Sra. Susana."
Cuando ya han desaparecido todos los chiquillos de la calle de la escuela, y se ha quedado sola, ella también se aleja hacia su casa donde antes la esperaba su hija Johana y ahora es una madre con su hija EXTRAVIADA.
lunes, noviembre 21, 2005
PERO A PESAR DE TODO: GRACIAS
Sé que lloraremos por las añoranzas
de los sin sentidos,
por la dulce calma cuando tus labios frescos
tan sólo eran mìos,
por la luz del alba que nos alumbraba
y nos pintaba el alma de colores vivos,
por los caminares,
por el frìo,
por las noches tibias de tu cuerpo tibio
en los brazos míos,
por tu sueño ajeno que me lastimaba
y enredaba el sol en su laberinto,
porque no querrè a nadie
como a ti, lo sabes, siempre he querido;
por todo esto y por muchas cosas
que ahora no digo,
gracias, muchas gracias,
en mi corazón estarás conmigo.
de los sin sentidos,
por la dulce calma cuando tus labios frescos
tan sólo eran mìos,
por la luz del alba que nos alumbraba
y nos pintaba el alma de colores vivos,
por los caminares,
por el frìo,
por las noches tibias de tu cuerpo tibio
en los brazos míos,
por tu sueño ajeno que me lastimaba
y enredaba el sol en su laberinto,
porque no querrè a nadie
como a ti, lo sabes, siempre he querido;
por todo esto y por muchas cosas
que ahora no digo,
gracias, muchas gracias,
en mi corazón estarás conmigo.
domingo, noviembre 20, 2005
sábado, noviembre 19, 2005
PERO ME ACORDÉ QUE TE QUIERO
Pensé decirte que el viento
había borrado
tus huellas de mi alma,
que tus besos eran sólo brasas
de llamas apagadas,
que ya no creía más en tus promesas
ni en tus palabras falsas,
que mi cobardía era igual a la tuya
y me muero por nada,
que el cristal con el que veo el amor
es lámina oxidada,
que ni la soledad, ni el dolor,
ni la vida me importaban
y que estaba resignado a no verme
en tus ojos, quedándome en penumbra,
viviendo como un paria;
pero, ¿sabes?,
me acordé que te quiero
y en mi corazón
renació la esperanza.
jueves, noviembre 17, 2005
A VECES SIENTO QUE SOY OTRO EL QUE TE AMA
Bueno, antes que todo quiero agradecer a quienes, amablemente, le dedican unos minutos a mi página y se detienen a leer mis textos. Es enorme el placer que me regalan sabiendo que no sólo los leen, sino que tambien profundizan y los "critican". De verdad, gracias. Sin embargo, he escrito entre comillas que los critican porque para mí son elogios. Ocurre lo mismo con los actores que te convencen con su pesonaje y odias al artista porque trata mal al bueno de la película.
Así considero los comentarios que me han hecho con respecto al cuento "La apuesta". Lo menos que me han dicho es que es muy machista. Y por supuesto que esa fue la intención. En realidad el tema que me condujo a escribirlo fue el cinismo (gracias a una invitación que me hicieron para aportar algo, con este tema, a una revista) y se me ocurrió esta historia que, desde luego, no retrata a quien lo escribe sino a una buena parte del comportamiento humano.
Y qué bueno que se la creen, pero ojalá no olviden que una cosa es la poesía que refleja lo más profundo de las emociones personales y otra las narraciones que están impregnadas de fantasía en una mezcla con la realidad y un poco de nosotros, de nuestras vivencias, hàbitos, costumbres y formas de ver la vida.
De cualquier manera son muy valiosos los comentarios que me hacen y más viniendo de personas que me conocen y que son muy especiales y saben lo que pienso con respecto a estos temas.
Gracias, nuevamente: ¡muchas gracias por leerme!
Con afecto, su amigo: José I. Delgado Bahena
Así considero los comentarios que me han hecho con respecto al cuento "La apuesta". Lo menos que me han dicho es que es muy machista. Y por supuesto que esa fue la intención. En realidad el tema que me condujo a escribirlo fue el cinismo (gracias a una invitación que me hicieron para aportar algo, con este tema, a una revista) y se me ocurrió esta historia que, desde luego, no retrata a quien lo escribe sino a una buena parte del comportamiento humano.
Y qué bueno que se la creen, pero ojalá no olviden que una cosa es la poesía que refleja lo más profundo de las emociones personales y otra las narraciones que están impregnadas de fantasía en una mezcla con la realidad y un poco de nosotros, de nuestras vivencias, hàbitos, costumbres y formas de ver la vida.
De cualquier manera son muy valiosos los comentarios que me hacen y más viniendo de personas que me conocen y que son muy especiales y saben lo que pienso con respecto a estos temas.
Gracias, nuevamente: ¡muchas gracias por leerme!
Con afecto, su amigo: José I. Delgado Bahena
martes, noviembre 15, 2005
CUANDO DE MÍ TE ALEJES
CUANDO DE MÍ TE ALEJES
Cuando de mí te alejes,
cuando la noche llegue
a sellar mi puerta y mi ventana
y mi corazón se pierda
en una terrible oscuridad compacta,
cuando el silencio impere
donde tu voz reinaba
y se consuma el miedo
que hoy lastima mi alma;
cuando el lunes sea viernes
y el sábado, en mi cama,
me cubran las cenizas
de amor y de nostalgia,
cuando un aire pesado
habite nuestra sala
y el dolor de tu ausencia
se borre de mi cara;
cuando por decir tu nombre
no encuentre la palabra
y mis ojos ya no lloren
por tus besos una lágrima;
cuando tu recuerdo no me hiera
como hoy tu voz me sangra
y se deshaga este nudo
que me rompe la garganta,
será porque ya esté muerto
y esté muerta la esperanza.
Este poema es sólo un tributo a una persona que dio vida con su vida a la "Historia urbana".
Ella lo sabe, y yo lo sé. Lo sabe el reloj, la calle, la nostalgia; lo sabe el agua fría escurriendo por los cuerpos, la lluvia, el caracol, el Universo. No ha sido posible sepultar caminos, repetir misterios, confiar en los ojos, llorar los secretos. Por motivos como éstos, el pez ha muerto, la luna da vueltas, como loca, en el firmamento, el invierno es más crudo y el sol se ha escondido en mi bolsillo izquierdo. Algún día terminaré de escribir lo que inventamos juntos cuando creímos en los sueños, y ya no me dolerá enterrar las uñas en el mar de las dudas que nos ahogó con su miedo; y me quemará el olvido con el rencor de su fuego, y me hundiré en la noche con el alma en silencio.
Cuando de mí te alejes,
cuando la noche llegue
a sellar mi puerta y mi ventana
y mi corazón se pierda
en una terrible oscuridad compacta,
cuando el silencio impere
donde tu voz reinaba
y se consuma el miedo
que hoy lastima mi alma;
cuando el lunes sea viernes
y el sábado, en mi cama,
me cubran las cenizas
de amor y de nostalgia,
cuando un aire pesado
habite nuestra sala
y el dolor de tu ausencia
se borre de mi cara;
cuando por decir tu nombre
no encuentre la palabra
y mis ojos ya no lloren
por tus besos una lágrima;
cuando tu recuerdo no me hiera
como hoy tu voz me sangra
y se deshaga este nudo
que me rompe la garganta,
será porque ya esté muerto
y esté muerta la esperanza.
Este poema es sólo un tributo a una persona que dio vida con su vida a la "Historia urbana".
Ella lo sabe, y yo lo sé. Lo sabe el reloj, la calle, la nostalgia; lo sabe el agua fría escurriendo por los cuerpos, la lluvia, el caracol, el Universo. No ha sido posible sepultar caminos, repetir misterios, confiar en los ojos, llorar los secretos. Por motivos como éstos, el pez ha muerto, la luna da vueltas, como loca, en el firmamento, el invierno es más crudo y el sol se ha escondido en mi bolsillo izquierdo. Algún día terminaré de escribir lo que inventamos juntos cuando creímos en los sueños, y ya no me dolerá enterrar las uñas en el mar de las dudas que nos ahogó con su miedo; y me quemará el olvido con el rencor de su fuego, y me hundiré en la noche con el alma en silencio.
jueves, noviembre 10, 2005
LA APUESTA
-Eres un cínico –me dijo y se sentó junto a mí, en la orilla de la cama. No contesté, me limité a sonreír y comencé a desatarme las agujetas de los zapatos. Ella se mordía las uñas lastimosamente, como queriendo despellejarse el corazón ante la imposibilidad de arrancarse para siempre la pasión que sentía por mí.
-¿Por qué nunca me dijiste que eras casado? –me embarró la pregunta con el rencor mismo de quien se ríe de la vida cuando está condenado a muerte.
Otra vez callé. Le di un beso en la mejilla y con la mano izquierda le apreté un pezón. (No sé por qué, en ocasiones, las mujeres se ponen tan difíciles.) Estaba, ella, al borde de las lágrimas y me sentí incómodo, realmente cruel.
-¿Ya viste que estoy estrenando zapatos? –dijo con resignación ante mi silencio y el menosprecio que sentía por ella, por sus reclamos, sus casi lágrimas. (¿Qué me importaban sus pinches zapatos? No fuimos al hotel para hablar de modas o del buen vestir.)
Ya había terminado de quitarme la ropa. Desnudo, me paré frente a ella. Le toqué el cuello deslizando las yemas de mis dedos. Podía sentir sus palpitaciones y su agitación. Su vestido era, a decir verdad, bonito. Rojo. El rojo siempre me ha despertado una sensibilidad diferente y más si se trata de un vestido entallado, con sólo dos tirantes que le sostienen desde los hombros.
-¿Me quieres? –me preguntó insinuante. Sabía que se arriesgaba a un desprecio pero se atrevió. (¡Maldita sea!) Por respuesta la besé en la boca y perforé su paladar con mi lengua. Recorrí sus dientes con mi lengua. Le mordí los labios. Todo prometía que sería una tarde inolvidable pero, en un momento de respiración, en el que con ansiedad le mordía el cuello, insistió: “¿Me quieres?”
Fue lo último que mi paciencia soportó. (¿Por qué Dios no hizo mudas a las mujeres? Habrían sido más bonitas, sin duda.) Aún con suavidad, la aparté de mis brazos y mis dientes dejaron de morderle el cuello. Ella: temblando. Yo: en silencio. No contesté más que con una flecha que se disparó desde mis ojos y se incrustó en los pupilentes azules de los suyos. ¿Cómo iba a decirle que no la quería, que si me había acercado a ella fue por una apuesta que hice con Alejandro de que se acostaría conmigo en menos de un mes? Pensé decirle, para que se sintiera bien, que sólo quince días me bastaron para clavarme de plano a lo buey con ella a tal grado que me sentía ridículo vestirme, sin hablar, después de insistirle tanto que fuéramos a pasarla bien.
No dije nada y ella no preguntó más. Entendió que la había regado con sus pinches preguntas y comenzó a meterse en su vestidito rojo. Ah, de seguro fue el mismo Alejandro el que le informó muy bien que yo era casado. Pensé que ni él lo sabía puesto que apenas tenía un mes de trabajar en el almacén.
Ni modo. Saqué una cajetilla de cigarros de mi chamarra y le ofrecí un Camel. Tomé uno y encendí los dos. Me puse mi reloj que había dejado sobre el buró. Tiré los condones que había comprado en la administración (ni modo de llegar con ellos a mi casa), le di un beso en la cabeza y, sin hablar, abandonamos el cuartucho.
Ya en la salida todavía me preguntó (¡otra más!): ¿Cuándo nos vemos?
-No sé –le contesté-, luego te llamo. Detuve un taxi, abrí la puerta, se subió y se fue. Yo me dirigí al restaurantito, frente al hotel, desde donde Alejandro observaba todo. Sabía que se encontraba ahí, así habíamos quedado. Me paré frente a él. Sacó su cartera y me dio mil pesos, dos de quinientos. Le golpeé levemente el hombro, di la vuelta y me retiré.
Ya en el metrobús, saqué el periódico de dos pesos que había comprado en la mañana y busqué la cartelera de los cines. Hoy mi vieja y mis dos hijas serían mis invitadas para disfrutar de la mejor película, a la salud de mi amigo Alejandro, por supuesto.
Todavía, antes de entrar a la casa, mi celular me avisó que había recibido un mensaje. Era de ella, sólo decía: “¿Pero, me quieres?” Decidí apagarlo, busqué mis llaves, abrí la puerta y entré.
-¿Por qué nunca me dijiste que eras casado? –me embarró la pregunta con el rencor mismo de quien se ríe de la vida cuando está condenado a muerte.
Otra vez callé. Le di un beso en la mejilla y con la mano izquierda le apreté un pezón. (No sé por qué, en ocasiones, las mujeres se ponen tan difíciles.) Estaba, ella, al borde de las lágrimas y me sentí incómodo, realmente cruel.
-¿Ya viste que estoy estrenando zapatos? –dijo con resignación ante mi silencio y el menosprecio que sentía por ella, por sus reclamos, sus casi lágrimas. (¿Qué me importaban sus pinches zapatos? No fuimos al hotel para hablar de modas o del buen vestir.)
Ya había terminado de quitarme la ropa. Desnudo, me paré frente a ella. Le toqué el cuello deslizando las yemas de mis dedos. Podía sentir sus palpitaciones y su agitación. Su vestido era, a decir verdad, bonito. Rojo. El rojo siempre me ha despertado una sensibilidad diferente y más si se trata de un vestido entallado, con sólo dos tirantes que le sostienen desde los hombros.
-¿Me quieres? –me preguntó insinuante. Sabía que se arriesgaba a un desprecio pero se atrevió. (¡Maldita sea!) Por respuesta la besé en la boca y perforé su paladar con mi lengua. Recorrí sus dientes con mi lengua. Le mordí los labios. Todo prometía que sería una tarde inolvidable pero, en un momento de respiración, en el que con ansiedad le mordía el cuello, insistió: “¿Me quieres?”
Fue lo último que mi paciencia soportó. (¿Por qué Dios no hizo mudas a las mujeres? Habrían sido más bonitas, sin duda.) Aún con suavidad, la aparté de mis brazos y mis dientes dejaron de morderle el cuello. Ella: temblando. Yo: en silencio. No contesté más que con una flecha que se disparó desde mis ojos y se incrustó en los pupilentes azules de los suyos. ¿Cómo iba a decirle que no la quería, que si me había acercado a ella fue por una apuesta que hice con Alejandro de que se acostaría conmigo en menos de un mes? Pensé decirle, para que se sintiera bien, que sólo quince días me bastaron para clavarme de plano a lo buey con ella a tal grado que me sentía ridículo vestirme, sin hablar, después de insistirle tanto que fuéramos a pasarla bien.
No dije nada y ella no preguntó más. Entendió que la había regado con sus pinches preguntas y comenzó a meterse en su vestidito rojo. Ah, de seguro fue el mismo Alejandro el que le informó muy bien que yo era casado. Pensé que ni él lo sabía puesto que apenas tenía un mes de trabajar en el almacén.
Ni modo. Saqué una cajetilla de cigarros de mi chamarra y le ofrecí un Camel. Tomé uno y encendí los dos. Me puse mi reloj que había dejado sobre el buró. Tiré los condones que había comprado en la administración (ni modo de llegar con ellos a mi casa), le di un beso en la cabeza y, sin hablar, abandonamos el cuartucho.
Ya en la salida todavía me preguntó (¡otra más!): ¿Cuándo nos vemos?
-No sé –le contesté-, luego te llamo. Detuve un taxi, abrí la puerta, se subió y se fue. Yo me dirigí al restaurantito, frente al hotel, desde donde Alejandro observaba todo. Sabía que se encontraba ahí, así habíamos quedado. Me paré frente a él. Sacó su cartera y me dio mil pesos, dos de quinientos. Le golpeé levemente el hombro, di la vuelta y me retiré.
Ya en el metrobús, saqué el periódico de dos pesos que había comprado en la mañana y busqué la cartelera de los cines. Hoy mi vieja y mis dos hijas serían mis invitadas para disfrutar de la mejor película, a la salud de mi amigo Alejandro, por supuesto.
Todavía, antes de entrar a la casa, mi celular me avisó que había recibido un mensaje. Era de ella, sólo decía: “¿Pero, me quieres?” Decidí apagarlo, busqué mis llaves, abrí la puerta y entré.
miércoles, noviembre 09, 2005
DOS POEMAS
LA FLECHA
La flecha de mi brújula
apunta al norte,
en donde está mi corazón,
cofre de mis deseos,
donde te escondes.
CUÍDAME BIEN
Cuídame bien
porque siento que me pierdes:
no me dejes, por favor,
solo,
conmigo,
sin ti,
por mucho tiempo libre.
¿Qué no ves
cómo mis manos tiemblan
cuando están a punto de tocar las tuyas?
¿No adviertes en mis ojos,
por tu amor (cobarde),
que aún tengo mis dudas?
¿Qué no ves que mi vida,
en soledad,
me pierde en un laberinto
del que no puedo salirme?
No me dejes caer,
por favor,
sálvame,
cuídame.
Con cariño, para mi hija: Nancy Yanet Delgado Contreras, esperando que le gusten y que no olvide que la quiero mucho.
jose_delgado9@hotmail.com malditaspalabras@hotmail.com
sábado, noviembre 05, 2005
LA HERENCIA
El esfuerzo de la hormiga durante su labor,
el timbre con el que canta el agua que se precipita hacia la cascada,
la nube que descarga su torrente en las ciudades y las inunda,
el viento que derrumba árboles,
el rayo que desata los ladridos de los perros taciturnos,
la luna que se oculta enrojecida detrás de la montaña,
la mano del asesino ciego,
la mente del perverso,
los pies del dictador,
la llaga del corazón traicionado,
la mirada rencorosa,
las dudas, los recproches,
los temores de la melancolía,
el llanto amargo del artista harapiento,
la insatisfacción del moribundo,
el sudor frío de los enamorados no correspondidos,
la colilla del cigarro que levanta el vagabundo,
la tos del pequeño que despierta a la madre en la madrugada,
la risa de la hiena,
la paz de una casa abandonada,
la bondad del necesitado,
la angustia de la Tierra,
los intestinos de las bestias,
la rama trunca sobre la que cantó el jilguero,
la llave que no abre,
el Sol que no calienta,
el canto no cantado,
el poema nunca escrito,
el sueño no cumplido,
la vereda del mendigo,
la mano del mal amigo,
la carta extraviada y por años esperada,
las lágrimas que mojaron la mano golpeadora,
la mala palabra pronunciada en horas de arrepentimiento,
los libros malditos de los profanadores de tumbas,
la oración del desgraciado,
los besos del mal amor,
la sangre embarrada en el madero...todo esto y más,
al partir les dejaré, como herencia,
a mis valiosos lectores, con mi sincero afecto.
Dedico este texto a dos pequeños amigos (de edad) de corazón grande. Jahén y David.
jueves, noviembre 03, 2005
TEOTITLÁN II
En fin, veinticuatro horas que me bastaron para sentir mía esta tierra, saberme protegido por su cielo azul e iluminado por sus estrellas. Poco tiempo pero que me llenó de la calidez de estas personas trabajadoras, sencillas y generosas. Poco tiempo (hubiera querido quedarme al menos dos días más), pero me alcanzó para caminar por las veredas por las que caminó David cuando fue niño, montar en burro, conocer sus zonas arqueológicas, comprar, por supuesto, un par de coloridos tapetes y llenarme el alma de las miradas cálidas de la abuela, de la mamá de David, de su primo Daniel y de su tío. Ojalá quienes tengan la paciencia para leer este texto se den un día la posibilidad de estar en este lugar y disfrutar, como yo lo hice, de este rincón de nuestra patria y, desde luego, traerse un hermoso tapete de lana tomado de las mismas manos de quienes los elaboran. Teotitlán queda rumbo a Tlacolula, a un lado de la Cd. de Oaxaca. Gracias David, gracias Daniel, gracias mamá de David y gracias Sra. Amelia por su hospitalidad y por su afecto. Ojalá un día pueda regresar a completar de llenar mi morral de recuerdos.
Con afecto, cariño y agradecimiento:
José I. Delgado Bahena
TEOTITLÁN DEL VALLE, OAXACA
No cabe duda: los artesanos de nuestro pueblo son unos verdaderos artistas. Menospreciados, subvalorados y en muchas ocasiones, explotados. El trabajo que ellos realizan, tanto hombres como mujeres, son más reconocidos en el extranjero y por turistas que por nosotros mismos.
Por eso escribo esto, ya que tuve la fortuna de estar, recientemente, un par de días en el estado de Oaxaca atendiendo a la invitación que me hiciera mi exalumno, y ahora gran amigo, David Serrano Alavez, quien es originario de este interesante y hermoso lugar: Teotitlán del Valle.
En esta comunidad, la gente tiene como principal ocupación el tejer originales tapetes de lana que ellos mismos diseñan y realizan en sus telares caseros. En cada hogar tienen, al menos, un telar con el que toda la familia aprende a elaborar, con variados coloridos y diseños los tapetes que ofrecen a los turistas que los visitan.
¡Vaya! Fue un viaje relámpago el que hice. David me llamó a la una de la tarde para invitarme. Lo pensé una vez. Decidí ir y no me arrepiento porque, además de conocer la manera en que se celebra la tradicional fiesta de los muertos, conocer este pueblo de hacedores de tapetes y caminar por las calles empedradas y pavimentadas con figuras artísticas de este suelo oaxaqueño, tuve la oportunidad de convivir con la gran persona en la que se ha convertido mi pequeño amigo David y, sobre todo, con las agradables personas que son su familia.
Estupenda abuela la de David: Sra. Amelia Vázquez Ruiz, quien es la principal tejedora del hogar. Ella, además, es parte importante de la Cooperativa DGUNNA RUYIN CHEE LAHADY (en zapoteco) "Mujeres que tejen sarapes", y son mujeres que se han unido para que juntas expongan sus tapetes y los vendan en un local que se encuentra a la entrada del pueblo.
Con afecto, cariño y agradecimiento:
José I. Delgado Bahena
jose_delgado9@hotmail.com
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