martes, mayo 31, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

Ruega por él.

José I. Delgado Bahena


Fue en Puebla donde Daniel descubrió, en esos ojos que había visto ya en muchas otras ocasiones, un brillo especial con el que pudo leer el mensaje de amor que brotó desde su corazón y se estampó en su frente al sentir su mano cálida sobre la suya temblorosa.
Habían llegado desde la mañana del sábado, después de un viaje nocturno de doce horas hasta la capital de este estado, donde realizarían, con su grupo de compañeros, un trabajo de investigación documental para cumplir con una tarea de su maestro de estadística en el CAM de su ciudad natal.
Veintitrés alumnos: trece hombres y diez mujeres, que cubrieron el importe de la renta del autobús para ese viaje con el que cerraban su preparación profesional y obtendrían la última calificación para graduarse como maestros de educación media básica en la especialidad de Español.
Durante el día hicieron un recorrido por los principales puntos históricos de esta ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987 y conocida como Puebla “de los Ángeles”, debido una leyenda que atribuye su fundación a la voluntad de los ángeles, lo que la ha hecho mundialmente famosa y la ha convertido en un gran atractivo turístico de México.
Por la noche decidieron, en compañía de sus maestros, buscar un centro nocturno que les permitiera tener una rato de esparcimiento y convivencia.
Antes de abandonar el hotel donde estaban hospedados, se reunieron en una de las seis habitaciones que habían reservado y entre todos se apoyaron para el arreglo personal y vestirse con los mejores atuendos, los más apropiados para no desentonar con los jóvenes de esta ciudad camotera. En una ocurrencia de Guadalupe Catalán, vistieron a Carlos Alberto con una gabardina negra que llevaban, lo maquillaron a lo punk y, con él al frente, salieron a la calle. Los demás detrás de él, en fila india, provocando los comentarios de la gente que los miraba con extrañeza. Así llegaron, los veintitrés muchachos y los dos maestros acompañantes, a un antro, para bailar y, quienes quisieron, se tomaron alguna cerveza.
−Te quiero mucho –le dijo Daniel a Griselda en un momento en que se sentaron para secarse el sudor de sus rostros, por tanto bailar.
−Yo también we… pero como amigos eh, no te pases…
−Sí…, yo también, no quiero que dejemos de ser amigos cuando salgamos de la escuela.
−Claro, menso –reafirmó ella−, seremos amigos hasta la muerte…¡chúpale we..!
En ese momento, se acercó Isauro, con una cerveza en la mano, para interrumpirlos y llevarlos a la pista de baile y continuar con la algarabía que se había generalizado con los estudiantes del CAM y otros chavos de Puebla.
Así: en bola, continuaron disfrutando de la música hasta la madrugada en que uno de sus maestros, considerando las actividades matutinas del siguiente día, sugirió volver al hotel para descansar.
Durante el regreso, un poco mareados, pero felices, Isauro le preguntó a Daniel:
−¿Qué pasó?, ¿te quieres tirar a la Griselda?
−No. ¡Cómo crees! Sólo somos amigos. ¿Por qué es la pregunta?
−No, por nada –respondió Isauro pasando su brazo derecho por los hombros de Daniel−. También me gustaría ser tu amigo.
−Sí, claro, ¿por qué no? –contestó él extendiendo su mano y recibiendo el apretón de Isauro quien tuvo que soltarla por tropezar en ese momento con el adoquinado de la calle por la que caminaba el grupo de muchachos en dirección al hotel.
Al siguiente día, por la mañana, decidieron visitar la Biblioteca Palafoxiana, en la Casa de Cultura de Puebla, donde pudieron admirar su hermosa fachada, estilo barroco, pero como estaba en remodelación no les permitieron el acceso. Entonces, se dirigieron a la Catedral para conocer un poco más de la cultura de esta ciudad; al llegar, se ubicaron a un costado de la nave como muestra de respeto por los oficios religiosos que se realizaban para despedir a un difunto que se encontraba en el centro, rodeado por sus familiares.
En una reacción impensada y, tal vez, contagiados por los rezos, los muchachos se unieron al sentimiento de tristeza y se abrazaron. “Ruega por él”, se escuchaba potente y claro, en la voz del sacerdote que conducía un rosario. En ese momento, Daniel sintió aquella mano firme y cálida sobre la suya; no necesitó voltear para saber de quién se trataba. En correspondencia, entreabrió los dedos para enlazar los de Isauro quien, al encontrar la respuesta que buscaba, recargó la cabeza sobre el hombro de su amigo. Dos de sus compañeras los descubrieron y les regalaron algunas sonrisas de aceptación.
Con el corazón temblando, Daniel buscó los ojos de Isauro y con su mirada le regaló un mundo de promesas y de valor para enfrentar al mundo. No necesitó más para reconocer que en Puebla, en ese viaje con sus compañeros del CAM, había encontrado la identidad de sus sentimientos.


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lunes, mayo 30, 2011

GRACIAS.

GRACIAS A LOS MUCHACHOS DEL CAM DE IGUALA Y A SU MAESTRO LUIS LOZANO POR ESTA INICIATIVA. ABRAZOS.

lunes, mayo 23, 2011

POESÍA MÍNIMA

YO



SOY COMO UN NIÑO
QUE NO ENTIENDE NADA
Y TODO LO APRENDE
DE TU BOCA SABIA.





SOY COMO UN NIÑO
QUE COME GALLETA
ENTRE CARACOLES DE AMOR
Y DE FIESTA.





SOY COMO UN NIÑO
QUE ESCONDE SU MIEDO
ENTRE SUS JUGUETES
Y ENTRE SUS DESVELOS.





SOY COMO UN NIÑO
QUE BUSCA EL SILENCIO,
Y LO HALLA EN TUS MANOS
Y EN LO AZUL DEL CIELO.





YO SOY ESE NIÑO
QUE UNA MADRUGADA
BESÓ TU CABELLO
Y AHORA TE AMA.

miércoles, mayo 18, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

El secreto

José I. Delgado Bahena
Iguala, Gro., Mayo 18.- La primera vez que sentí atracción por Lucy, la menor de mis hermanas, fue cuando ella cumplió sus quince años. Al sentir su mano desnuda posarse sobre mi hombro, la piel se me enchinó y le oprimí con fuerza, en un movimiento involuntario, su mano enguantada con la que la conducía por la pista del salón de fiestas.
Al sentir la presión de mi mano sobre la suya, se recargó en mi pecho y dejó rastros de su maquillaje sobre mi camisa azul cielo que me había comprado para emparejarla con los tonos de su vestido de quinceañera.
-Estás muy bonita –le dije en ese momento.
-Gracias menso –me dijo y correspondió mi halago-: tú también te ves muy guapo con esa corbata.
Desde ese momento, Lucy se convertiría en el centro de atención de mi vida y no la perdería de vista en toda la fiesta ni en los años que siguieron.
Cuando entró a la prepa, en el turno matutino, yo acababa de cumplir los dieciocho años y estudiaba en el Tecnológico; de manera que nos íbamos juntos en mi moto, la pasaba a dejar en su escuela y me iba a la mía.
Por las tardes convivíamos en la casa, solos, mientras nuestros padres volvían de su trabajo.
La segunda vez que la cercanía de mi hermana despertó en mí emociones prohibidas, por el parentesco que nos unía, fue por esa época. El perfume que se había puesto era tan exquisito que se incrustó en mi olfato mientras conducía la moto llevándola a ella detrás de mí y abrazada a mi cintura. Al sentir sus pequeños pechos sobre mi espalda y sus manos en mi abdomen, sentí que algo muy interno y hermoso germinaba en mi corazón.
-Te quiero mucho Lucy –le dije cuando se bajó de la moto.
-Yo también, menso –me contestó, se acercó y me dio un beso en la mejilla.
Por la tarde, al estar juntos en casa, viendo una película, me recosté en el sofá donde ella estaba sentada y coloqué mi cabeza sobre sus piernas. Lucy comenzó a acariciar mi cabello y desabotonó mi camisa; introdujo una de sus manos, me sobó los pectorales y tiró de mis vellos en un par de ocasiones.
Motivado por esas muestras de cariño, me atreví y pasé uno de mis dedos sobre su pierna derecha, como jugando; entonces, en un impulso inesperado, ella se inclinó hacia mi cara y me dio un beso en la boca. Inmediatamente respondí a la caricia: con mis dos manos rodeé su cuello y la esclavicé a un beso prolongado que fue la causa del desbordamiento del río pasional que encontró desembocadura en el tapete de la sala donde nos desnudamos y nos entregamos, sin reservas, en la hoguera sexual que nos quemaba el alma.
-¿Qué vamos a hacer? –me preguntó cuando el torbellino de las pasiones encontró un remanso y nos quedamos abrazados, enlazados, completamente desnudos.
-No sé –le respondí fijando la mirada en sus hermosos ojos que destellaban con el reflejo del televisor encendido-. Pero sí sé que no quiero vivir ni un momento más sin sentirte mía. No me importan los convencionalismos sociales ni el rechazo de la familia y de nuestros padres. Te amo y quiero tenerte en mi vida para siempre.
-Yo también, menso –confirmó ella, con sus palabras, lo que yo había descubierto ya en sus caricias-. Sé que nuestros padres no se merecen este disgusto, pero creo que tenemos derecho a luchar por nuestra felicidad. Además –continuó-, si Dios lo ha permitido, es que no ha de ser tan malo.
-Entonces…
-Creo que debemos ser valientes y hablar con ellos.
-Mira –le dije-: qué te parece si le pedimos al padre Alberto que lo haga, como él es muy amigo de la familia, tal vez logre convencerlos de que nos dejen vivir nuestra vida.
Por la noche, después de atender mi llamada, el sacerdote se presentó en la casa y reunió a la familia, incluso a mi hermana mayor que se había independizado y vivía en otro extremo de la ciudad.
Después de plantearles nuestro caso y de tener que enfrentar las miradas recriminatorias de mi otra hermana y los reclamos de nuestros padres, el padre Alberto presionó a mi madre para que tomara una decisión, pero con palabras poco claras para Lucy y para mí.
-Bueno –comenzó el cura-: yo sé algo que podría solucionar esto de la mejor manera, pero como me enteré en momento de confesión, no puedo decirlo. Sin embargo, aquí hay alguien que sí puede hacerlo –terminó dirigiendo fijamente su mirada sobre el rostro de mi madre. Ella, al sentir la presión del padre Alberto, descargó su vista en el piso y, después de tomar aire, dijo:
-Pues bien, yo esperaba nunca tener que decir esto, pero dadas las circunstancias… pues… resulta que tú –dirigiendo sus ojos hacia mí- no eres hijo nuestro. Hace muchos años tuve una amiga que murió cuando naciste y, en su lecho de muerte, me hizo prometerle que me encargaría de ti como si fueras mi propio hijo. Te pido que nos perdones por habértelo ocultado, pero creímos que era lo mejor.
Por supuesto que los perdoné y les agradecí el cuidado que me han tenido en toda mi vida; pero, más que nada, por haber permitido que Lucy y yo realizáramos nuestro amor, el que ha perdurado hasta este momento en que ya tenemos dos hijos.


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domingo, mayo 15, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

AUNQUE SEA PARA MAESTRO



“Un fracasado es un hombre que ha cometido un error,
pero que no es capaz de convertirlo en experiencia.”
Elbert Hubbard (1856-1915)
Ensayista estadounidense.


A Manuel le dijeron sus padres: “Estudias, aunque sea para
maestro, ¿o quieres ser campesino?”, y como campesino ya
era desde que nació, aceptó la única opción que le ofrecieron
sus progenitores para poder salir del “perico perro” que era el oficio
de la mayoría del pueblo que, por quedarse sin más preparación
que su instrucción primaria y, si acaso, la secundaria, se empleaban
en lo que cayera: jornalero, chalán, campesino y, con suerte, de
mesero en los restaurantes que había en la orilla del pueblo antes
de que llegara el progreso en la región con la Autopista del Sol.
De manera que, sin remedio, estudió los cuatro años de la
normal en la escuela de la ciudad donde formaban a los futuros
maestros “que irían a sembrar la semilla del conocimiento en las
escuelas de México”, como se oyó en alguna ocasión en un discurso
de clausura de cursos.
Al terminar, y esperar a que les asignaran su lugar de
adscripción, Manuel y otros cuatro compañeros que recorrían las
oficinas de la SEP, llenos de ansiedad y con las escasas monedas en
los bolsillos que les permitían, al menos, “echarse” unos tacos entre
pecho y espalda, para engañar “la tripa”, se ilusionaban con llegar
a la comunidad donde trabajarían su primer año en la docencia, sin
imaginar que a él le aguardaba un tiburón llorón llamado “destino”.
Su asignación fue de lo esperado. Un pueblo de la región de
Costa grande del estado fue su suerte en esta lotería del magisterio.
Fue ahí donde conoció a Rebeca. La vio en el centro de esa
comunidad rústica de Guerrero, el domingo que llegó, cargando su
maleta con sus escasas pertenencias, para instalarse y acomodarse
en el pequeño cuarto que le facilitaron en una casa cercana a la
escuela. La vio sentada en una gran piedra junto a la puerta de una
de las casas de adobe y techo de teja. Ella: Rebeca, con dieciséis años
sobre un cuerpo que aparentaba veinte; morena, alta, con largas
trenzas y sonrisa provocativa, al ver a Manuel le envió una mirada
acompañada de un cofre de promesas que él interpretó como de
amor pero también de deseo.
“Si el gobierno hace como que me paga, yo hago como que
trabajo.” Fue la primera frase que Manuel escuchó al día siguiente,
al presentarse a sus labores, y le hizo abrir los ojos para despertar a
la realidad de la irresponsabilidad de varios colegas suyos que con
actitudes mezquinas defraudaban el compromiso contraído con
la sociedad y menospreciaban las propuestas pedagógicas que se
ofrecían por medio de los materiales de apoyo para los mentores.
“Al pueblo que fueres…”, pensó él para no entrar en
conflicto con sus autoridades y con sus compañeros del centro de
trabajo de la ranchería donde le asignaron su lugar de adscripción
para atender un grupo de sexto grado, con apenas siete alumnos:
cuatro mujeres y tres hombres.
Ahí la volvió a ver. Rebeca era una de sus cuatro alumnas.
El asombro se mezcló con la emoción y esto no le permitió advertir
la jugada que el destino le tenía preparada.
Con el paso de los días, el maestro Manuel se olvidó de su
apostolado y dedicaba las mejores atenciones a quien le atrapó con
aquel arañazo que le regaló a su llegada al pueblo.
Ella, consciente del dominio que ejercía sobre la débil
voluntad de su maestro, se acercaba a su mesa de trabajo para
inclinarse y mostrarle sus prominentes pechos que parecían
volcanes a punto de hacer erupción sobre la nariz del pobre de
Manuel.
Se acercaban los enormes “puentes” que desde entonces
el magisterio del estado construía para no trabajar, con el pretexto
del 1°, 5 y diez de mayo, una quincena de este mes, sumando la
celebrada “semana del maestro”. Manuel avisó esto a sus alumnos
y Rebeca, sin soportar más los calores que su juventud le hacían
despertarse a media noche gritando, entre lamentos, el nombre de
su maestro, le propuso, con la ingenuidad de su adolescencia, que
la llevara con él a su ciudad natal; “no aguantaría tantos días sin
verte”, le dijo.
Viajaban ligeros: con la mochila de ella y una pequeña
maleta de él sobre el lomo de una mula, pero antes de cruzar el
río los alcanzó Francisco, el hermano mayor de Rebeca, machete
en mano, retando a Manuel y reclamándole el ultraje que pretendía
hacer a su familia.
Las razones no importaron, ni las explicaciones de amor
de Rebeca pudieron convencer al furioso Francisco quien de
un tajo cortó la yugular de un indefenso Manuel que, hasta ese
momento, mientras escurría un hilo de sangre entre su pecho y su
camisa, comprendió que más le hubiera valido quedarse a seguir
cosechando el tomate de cáscara que tenía fama en su pueblo, a seguir el sueño de ser “aunque sea maestro”.

sábado, mayo 14, 2011

SECTOR 7

El mejor trabajo

José I. Delgado Bahena


Hace poco escuché el comentario de un maestro que le decía a otra persona: “Mi trabajo es el mejor. El sueldo no es tan malo, tenemos vacaciones en diciembre, Semana Santa y en julio; además, días económicos que podemos pedir sin que nos los descuenten, cuatro horas y media de labores diarias, de lunes a viernes, y los puentes de los días festivos…”
Al escucharlo, esperaba que también dijera que en sus manos está una materia que tiene que moldear y que, al ver a esos pequeños seres, que poco a poco se convierten en hombres de bien, se tiene la mayor recompensa de esta profesión tan noble que es el magisterio.
Hubiera querido intervenir en su plática para decirle que le hizo falta mencionar que, en mayo, surgen otras pequeñas vacaciones al juntarse varias celebraciones que no se limitan a un día, entre ellas la del día del maestro.
“Yo ya casi termino el programa”, continuó, “pero mis alumnos vienen a la mitad”.
Tiene razón: es el mejor trabajo. Porque a las autoridades lo que les interesa es el reporte administrativo, la documentación, los números y no los resultados reales. Para nadie es un secreto de que los supervisores comienzan a pedir calificaciones finales desde la segunda semana de junio, y aún antes, cuando todavía se podría avanzar algo en el proceso educativo; entonces, presionados por esa exigencia, los maestros tienen que inventar la calificación del último bimestre y las evaluaciones finales son un mero simulacro.
Espero que este texto no lo lean los estudiantes, para que no se confíen y traten de aprovechar al máximo su estancia en la escuela, con maestros que realmente respondan a la misión que se les ha encomendado. A decir verdad: sí los hay, y conozco a varios. Sé de algunos que protestan por la suspensión de labores debido a los juegos magisteriales que se han realizado en estos días, respaldados por su dirigente sindical que declara una cosa y en los hechos se ve otra.
Sí: es el mejor trabajo. Aquí, en Guerrero, por una permuta, por un cambio y por una plaza, tienes que pagar buenas cantidades de dinero o, si estás en el tiempo de jubilarte, puedes negociar todos esos movimientos y obtener una suma importante de devaluados pesos.
Debo aclarar que, en el Estado de México, en el municipio de Ecatepec, donde trabajé y de donde ahora estoy pensionado, ningún movimiento de éstos se prestaba para sacar algún beneficio económico; las plazas se dejan a la delegación sindical para que las asigne a quien le corresponda de acuerdo con un escalafón cuidadoso que se actualiza periódicamente. Nadie protesta, por una sencilla razón: tampoco tuvimos que pagar por una plaza, una permuta o un cambio de adscripción.
Sí: es el mejor trabajo. La única profesión que nuestros padres pudieron darnos a mis hermanos y a mí. Todos estudiamos en el CREN de esta ciudad. Enriqueta, Gregorio, Antonio y yo, vimos cómo nuestros padres: Feliciano Delgado y Bricia Bahena, realizaban grandes esfuerzos y sacrificios por darnos esta excelente herencia que, junto con mi sobrino Pablo Enrique, su esposa Irasema y mi cuñado Alejandro, nos ha hermanado más para apoyarnos y ser útiles a la sociedad y a nuestra patria.
Por eso digo que, efectivamente, es el mejor trabajo. Porque a pesar de no estar de acuerdo con los comentarios del maestro, de quien omito su nombre por razones obvias (estimo mis dientes), el magisterio es un oficio noble y generoso que nos permite valorar al ser humano de acuerdo con sus circunstancias y agradecer a la vida la oportunidad de sentir que nuestro paso por el mundo valió la pena.
Aprovecho para enviar un saludo a todos los maestros que conozco que dignifican nuestra profesión; en especial a las maestras Mar Arzate, Lupita Ayala y Elba Martínez, amigas de gran calidad humana y de entrega a su trabajo.
Por último, agradezco la invitación que me han hecho para presentar mi libro “Manual para perversos”: el 19 en el Tecnológico, el 20 en el Museo del ferrocarril y el 26 en el CREN. Por allá nos vemos. También invito a que sigan mi programa, del mismo nombre, de TV por internet, en Yohuala TV: www.xhdbt.com consultando la programación en el Diario 21.


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miércoles, mayo 11, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

Amor de madre

José I. Delgado Bahena


La tarde que se enteró de todo se fue a beber con sus compañeros del grupo asignado a uno de los retenes instalados en la salida de la ciudad.
Hasta ese día, su vida había sido un columpio impulsado por una sola persona: su madre. Ella decidía todo: la ropa que debía usar, la escuela en la que debía estudiar, los amigos que podía tener y la novia con la que podía andar. El trabajo de policía, que desempeñaba desde hacía dos años, se lo consiguió ella gracias a sus palancas en el ayuntamiento.
Todas sus acciones se regían por el visto bueno de Estefanía, la madre, que, desde pequeño, gobernó sus pasos y silenció sus metas sólo con la perversa intención de retenerlo a su lado permanentemente.
“¿Para qué quieres estudiar más?” Le dijo ella cuando Mario terminó la secundaria. “Con lo que ya sabes te defiendes en la vida; además, con la pensión que nos dejó tu padre podemos vivir los dos sin preocupaciones.”
Esa era su nostalgia: la ausencia del padre quien, después de doce años trabajar en Pemex, murió en un accidente cuando manejaba una de las máquinas de la empresa y les dejó un buen dinero de su seguro de vida así como la ayuda económica vitalicia que por ley le correspondió a la esposa.
Y le hizo caso. Sólo pudo convencerla de que le permitiera estudiar la preparatoria abierta cuando se dio cuenta de que para conseguir empleo le solicitaban el documento del bachillerato.
−Cada día te pareces más a tu padre –le dijo ella, un día en que se encontraban los dos viendo un programa de televisión.
−¿Por qué no vamos a visitar a mis tíos que están en Michoacán? –le preguntó él, aprovechando el diálogo que la madre había iniciado.
−¿Para qué? –contestó ella−, de todos modos no nos quieren: ¿ves que nunca vienen a vernos ni nos llaman por teléfono?
−Pues, no sé… para conocer a mis primos. ¿Tú tienes su número de teléfono? –la interrogó con una chispa en los ojos.
−Sí. Lo tengo anotado en una agenda, pero ni creas que les vamos a llamar: no los necesitamos.
Mario guardó silencio y aceptó su decisión. En ese entonces, a sus dieciocho años, sus razones se entorpecían bajo la penetrante mirada de su madre y no imaginaba los motivos de tan encumbrados celos hacia los amigos y, sobre todo, sus amigas.
“El día que quieras tener novia, me avisas para que yo te diga si está bien o no la muchacha”, le dijo ella una mañana que lo encontró, en el retén donde le tocó hacer guardia, enviando mensajes de celular a la hermana de uno de sus compañeros. Con una vergüenza que no pudo disimular frente a los demás policías, dejó que su madre le quitara el teléfono de sus manos y, con la cara enrojecida, vio cómo destruía el aparato en mil pedazos al estrellarlo contra el pavimento.
−Madre –le dijo, cuando llegó a casa, con un leve tono de reproche y con una inmensa angustia−: ¿por qué no me deja tener novia?
−Porque estás muy chico. No creas que por tener ya veintidós años sabes lo que haces. Algún día me lo vas a agradecer y entonces sabrás por qué lo hago.
Mario no se quedó conforme con esa explicación; por eso, aprovechando que ese día le había tocado descanso y que Estefanía había ido al palacio municipal a quitarles el tiempo a dos de sus amigas que trabajaban ahí, se dispuso a buscar respuestas en el mueble de la recámara de su madre.
Lo que encontró fue la agenda telefónica donde localizó el número de Esperanza, una de sus tías que vivía en Michoacán.
Lo que escuchó, en la conversación con su tía, lo dejó estupefacto; por eso, para quitarse el desconcierto, salió en busca de Marcos y Raúl, dos de sus compañeros policías que también estaban de descanso.
Cuando despertó, en su cuarto, después de haber regresado gracias a sus dos amigos que lo llevaron perdido, de borracho, advirtió las caricias y los besos que Estefanía le prodigaba sin límites, desnuda, enredada en la urgencia de hombre que a sus cuarenta años creía haber encontrado en Mario.
Entre la embriaguez y la pesadez del sueño, Mario, como pudo, reaccionó empujando de su lado, con la fuerza de sus dos brazos, a la mujer que hasta ese día había considerado como su madre.
−¡Quítate! –le gritó a Estefanía, quien fue a dar al piso por el empellón de Mario−, ahora entiendo todo. ¿Por qué nunca me dijeron, tú y mi padre, que mi verdadera madre murió cuando yo nací? No. No digas nada, las porquerías que me hacías eran por eso, ¿verdad?
Estefanía no respondió. Con mirada atónita vio cómo el hijastro tomaba su pistola, le quitaba el seguro, la amartillaba y soltaba dos disparos sobre sus pechos desnudos para terminar, así, con su enfermizo amor de madre.


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martes, mayo 10, 2011

FELIZ 10 DE MAYO

MI MADRE ES UNA FIESTA






Mi madre es una fiesta de luces y armonía,

es una caracola reina,

una estrella matutina;

a veces es un ángel

y una perla de generoso acento,

es lluvia fresca en el desierto de mis días,

es mi mejor poema, mi dulce melodía,

es mi faro de amor,

es la más hermosa rosa

del jardín de mi vida.

Mi madre es una fiesta.

¡Que Dios me la bendiga!

viernes, mayo 06, 2011

miércoles, mayo 04, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

Por la libertad.

José I. Delgado Bahena


Lo que sea, Elena es muy guapa y una hembra a carta cabal. La conocí de pura casualidad y no me arrepiento de haber dejado a Ángela por ella a pesar de los tres hijos que me dio. Me acuerdo…
“Licenciado…” me dijo. “Ayúdeme, por favor, usted sabe que mi marido no hizo nada, sólo venía manejando el carro de su cliente para probar que ya se lo había arreglado bien…”
Cuando escuché su voz se me olvidó lo que estaba tramando para que estos cabrones, que pescaron en un automóvil sin legalizar, quedaran bien trabados y les sacáramos una buena lanota.
La noche anterior nos los habían traído unos patrulleros. Eran dos hermanos mecánicos y el dueño del pinche carro y, la verdad, pues habría sido muy fácil soltarlos, más a los hermanos, pero llegó Elena con su voz de soprano y me atrapó; así que tuve que hacérsela de tos para que la familia soltara el billete y pues… a ver qué conseguía con ella.
−Huy, mi chula –le dije−, su caso es muy difícil: él venía manejando y la ley es muy clara sobre la responsabilidad en cuanto a la posesión del auto. Aunque el dueño diga “es mi carro”, para la ley él no existe. Es más: dentro de un rato saldrán los otros dos. Nomás para que veas…
“¿Entonces, licenciado, no nos va a ayudar? Le prometo que no nos vamos a dar por mal servidos… Mire: aquí afuera están el papá de mi esposo y otro de sus hermanos, con ellos podemos juntar algo de dinero y…”
No la dejé terminar. Si de por sí ya me tenía como perro, lamiendo sus palabras, cuando se me arrimó para rogarme por la libertad de su viejo, pude sentir su aliento calientito y vi sus pechos asomándose por el escote de su blusa.
−Mira –le dije con el “ánimo” bien firme−: ¿qué te parece si mañana me invitas a almorzar y analizamos este asunto?
“Sí, como usted diga. ¿Dónde lo veo?”
−Pues, para que nadie sospeche, mejor nos vemos en este hotel –le dije, dándole una tarjeta−, pides el cuarto 13, yo voy a llamar para que lo reserven y ahí hacemos el trato. ¿Qué te parece?
“Sí, sólo dígame a qué hora llego”, contestó.
−Ah, pues como a las once, ya que esté el calorcito en la punta del asta para que las ideas salgan calientitas… Ah, no les comentes a tus pinches cuñados, menos al que pasó hace un rato, con él no quiero tratar nada: sólo vino a insultar y a amenazar. Todo lo arreglaremos tú y yo, pero no aquí, en la oficina, sino donde ya te dije.
Por supuesto, le arreglé su asunto porque el convenio al que llegamos nos dejó satisfechos a los dos. La verdad, con estar en sus brazos me di por bien pagado; pero, para disimular, le pedí que juntara con sus familiares una cantidad de dinero para repartirla entre el otro agente y la secre que redactaría el acta de liberación, sin culpa, del marido.
De manera que el mecánico salió libre al siguiente día, le hice firmar algunos folios en los que se determinaba su no responsabilidad en la situación ilegal del auto decomisado y se fue, muy contento, con Elena y sus familiares.
Ella fue la primera que me buscó, después del incidente de su esposo. Dizque para darme las gracias, una tarde me llamó y me pidió que nos viéramos otra vez en el hotel donde nos citamos en aquella ocasión.
Cuando abrí la puerta de la habitación y la vi tendida en un sofá que había en el cuartito, completamente desnuda, en posición de maja, me dije que esa vieja es la que había estado buscando toda la vida.
“¿Por qué no entras?” Me preguntó al verme absorto, contemplándola.
−Porque no te quiero aquí, sino en mi casa –le dije, acercándome a ella y sentándome a su lado.
“Eso tiene solución”, contestó, “sólo hace falta que te divorcies y que yo me separe de mi marido para que podamos vivir juntos”.
−¿Estarías dispuesta a estar conmigo a pesar de los riesgos que corro en este pinche trabajo?
“¿Por qué crees que estoy aquí?” Respondió, insinuante, sentándose en mis piernas.
No dijimos más, nos entregamos a la pasión y desde esa tarde comenzamos a hacer planes para separarnos de nuestros cónyuges.
Ayer nos entregaron las actas de divorcio y hoy nos vimos para brindar por aquella bendita noche que su marido pasó en el apestoso cuarto donde lo encerramos, nomás por andar manejando un auto sin legalizar.


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