martes, septiembre 04, 2007

AMOR DE HIJO

Hace un tiempo que extravié mi aliento provinciano
y me pensé cosmopolita, citadino, gentilhombre, educado;
y me dejé envolver en la locura de dos ojos
que fueron a un tiempo: torbellino y placer,
luz nueva de mañana tibia,
sol fresco del ocaso.
Entonces, como veleta que mueve el viento,
a su capricho,
fui de norte a sur, de oriente a occidente,
siguiendo sólo sus pasos.
Y me olvidé de todos y de todo:
de la tierra generosa que me vio nacer,
del amoroso abrazo de mis padres,
del calor del hogar,
de mis hermanos.
Pero, un día,
a mis oídos llegó la angustia
de una voz que me llamaba y,
como desesperado,
al terruño llegué donde aguardaban,
como siempre lo hacen,
las manos extendidas de mi madre,
que soñaba mi regreso,
para acariciar mi cabello
y tenerme en su regazo.
Y ahí, sobre su hombro, lloré
con la amargura del hijo renegado
que vuelve a sentir el aliento del ser más adorado.
Ella me dijo:
“Quiero que vengas a verme más seguido,
por favor, no tardes tanto”.
En ese instante comprendí
lo perdido que estaba creyendo que era amor
lo que me hacía sufrir y me causaba llanto;
por eso, tomé mi corazón y, con el amor de hijo
que siento por mi madre, le dije:
si tú lo quieres, aquí estaré,
siempre que tú me llames vendré a tu lado;
entonces llegó a mi alma la paz
que, en la ciudad, había extraviado.