lunes, diciembre 21, 2009

SECTOR7 No. 3


PORTADA DE NUESTRA REVISTA SECTOR7 No.3 QUE TRAE AL GRUPO KARMA

domingo, diciembre 20, 2009

MANUAL PARA PERVERSOS

HACER EL AMOR CON LOS CALCETINES PUESTOS
José I. Delgado Bahena
—Me parece ridículo que hagas el amor con los calcetines puestos —me dijo, recostada, boca abajo, en la orilla de la cama y jugueteando con uno de mis zapatos.
—¿Eso qué? —le grité desde la taza del baño, mientras descargaba la pesadez de mi estómago que no me había dejado en paz desde la mañana en que almorcé los huevos con tocino que me preparó Raquel.
—Nada. Sólo que tengo la impresión de que únicamente soy tu pasatiempo favorito.
—Por favor —le dije, saliendo del baño—, no empieces. Sabes bien cuales son las condiciones en todo esto, pero eso no quiere decir que no te quiera.
No dijo nada. Dejó mi zapato en paz, volteó su cabeza hacia el techo y descargó en el aplanado gris la desesperación que sentía por haber aceptado una relación, conmigo, que a todas luces no tenía futuro.
—Mira —agregué, sentándome en la orilla de la cama, y con ternura, la misma que siente un padre hacia su hija—, no sufras, sólo disfrútalo. No sabemos cuánto durará; tal vez en poco tiempo encuentres un novio que te lleve a vivir con él y yo siga con mi vida normal, aquí, en la casa.
─Eso es, precisamente, lo que me desespera de ti ─exclamó, incorporándose y sentándose sobre la cama─. Tienes más paciencia que un camarón en un estanque. Eso es lo que eres, ¿sabes? ¡Un camarón! No sé por qué fui tan boba y me dejé llevar por tus atenciones y tu cariño de padre viejo.
No dije nada. Terminé de vestirme y dejé que desahogara ese sentimiento con sus lágrimas y sus reproches. Al fin de cuentas no era la primera discusión que teníamos y siempre llegábamos a la misma conclusión: seguir igual y que el tiempo resolviera todo.
Como si leyera mi mente, y un poco más tranquila, me dijo:
─Creo que, como siempre, tienes razón. Tenemos que dejar que el tiempo decida por los dos. Incluso en lo otro: abriré más los ojos y no los cerraré ante otras posibilidades, digamos…de mi edad.
Me senté a un lado de ella, sequé sus lágrimas con las yemas de mis dedos, le tomé el rostro con mis dos manos y le di un beso. No respondió a la caricia pero en un impulso cálido me atrajo hacia ella y me abrazó con fuerza.
─Te amo, tonto ─dijo con ternura─. No me importa la diferencia de edad ni que estés casado con mi madre. Tal vez vi en ti al padre que me abandonó o al hermano mayor que no tuve, pero te amo. Sé que es una locura y que mi madre no se lo merece, pero…
─Calla, por favor ─le supliqué, apartándola de mí con suavidad para tomarle sus dos manos─, dejemos que las cosas sigan. A tus veinte años aún eres una niña y pronto te darás cuenta de que necesitas a alguien de tus mismos intereses, que viva a tu ritmo y que no te haga el amor con los calcetines puestos ─sonreí─. Me tengo que ir ─concluí poniéndome de pie y tomando mi cartera y mi celular─, Raquel no debe tardar en llegar y debo regresar al despacho. Nos vemos en la noche.
─Sí, nos vemos en la noche, “papá” ─dijo con sarcasmo.
Con una media sonrisa, me despedí de ella mientras frotaba su desnudo cuerpo con la humedad de la toalla que dejé sobre la cama, después de lavar los rastros de miel de nuestro amor prohibido.

MANUAL PARA PERVERSOS

LA SOGA
José I. Delgado Bahena
El silencio de su cuarto se interrumpe de pronto con un leve, pero significativo, sollozo. Una lágrima, un grito ahogado en el nudo que amenaza con ahogar el último suspiro; después, nuevamente el silencio.
Cecilia clava su mirada en la soga que sostiene entre sus manos, se sienta sobre el piso y se recarga en la cama. Aún viste el uniforme de la escuela preparatoria en la que, hasta esa mañana, estudiaba el quinto semestre de bachillerato. Sus libros y cuadernos yacen en desorden sobre la mesa de estudio. La computadora está encendida. Un mensaje rebota sobre la pantalla.
Se recuesta sobre la loseta del piso y estira un brazo para alcanzar una bola de papel que estaba junto a una pata de su cama. La desdobla y logra ver el 10 enorme, rojo, que obtuvo en su examen de matemáticas. Todos se admiraron. Hasta Bety, su mejor amiga, la miró sorprendida cuando el profe entregó los resultados.
“¿Cómo le hiciste?”, le preguntó.
Una mueca gris se dibuja en su rostro. “¿Cómo le hice?”, expresa para sí misma, en voz baja, casi en silencio, con un nuevo suspiro y otra lágrima escurriendo por su mejilla derecha.
“Como hacemos todos los que nos avergüenza reconocer que no la hacemos para el estudio −se contesta−, pagando con cuerpomatic…”
Todos saben, pero nadie lo dice. En su escuela, el lobo de la corrupción ha mordido los límites y algunos maestros piden dinero, botellas, libros, y otros “favores” a cambio de aprobar su materia.
Cecilia no es la primera en aceptar ser amable con el profe, a cambio de ese diez que le hizo tomar la decisión y ahora le incendia el pecho y le derrite las entrañas.
Al salir de la escuela, pasó al mercado a comprar el lazo; llegando a casa, con los padres ausentes, se encerró en su cuarto; como pudo y con el rostro empapado por el sudor y por su llanto, hizo un nudo corredizo en una de las puntas y se sentó a llorar su desventura.
Con decisión, empujada por la sensación de movimiento que percibe en su vientre desde que recibió los resultados de laboratorio que le confirmaron su embarazo, sube a la silla que tenía junto a su cama, cuelga la soga de uno de los travesaños de madera que sostienen el techo de teja de su casa, la acomoda en su cuello y, con un leve puntapié, termina con aquella mala suerte que le orilló a entregarse a su maestro para no reprobar el examen final.

viernes, diciembre 18, 2009

KARMA


PORTADA DEL NO. 3 DE NUESTRA REVISTA SECTOR7.

sábado, diciembre 12, 2009

MANUAL PARA PERVERSOS



LA PLANTA
José I. Delgado Bahena

Como cada viernes, deambulo por los únicos antros decentes que hay en esta ciudad hundida en el desierto de las costumbres. "Si tú piensas que me has roto la maceta,/ no te preocupes, ya me acostumbré a regarla./ Y ya te me estabas pasando de verde,/ mañana te secas, yo me consigo otra planta…", entona el grupo de moda en este lugar que elegí para disimular el miedo de regresar a casa como perro en barrio ajeno.
Es increíble: apenas ayer, jueves, conocí a Perla y rápido se me clavó hasta en las axilas. "Pero que sea desértica, desértica, ¡oh, sí!", siguen los chamacos tratando de convencerme de que los oiga. La mesera me trae la chela que le pedí y me regresa el sabor de Perla, el olor de Perla, la inmadurez de Perla. No cabe duda: era una perra inmadura pero era buena hembra. Si la hubiera conocido antes le habría regalado mi colección de películas de La Doña, o le habría pedido que me dejara hacerle un par de chamacos, bien macizos para que aguantaran los ganchos de la vida. "Así si la riego no, no me preocupo porque va estar muy bien;/ así si la riego no, ya no me apuro como la regué contigo".
Me late: Perla era la buena. Veinticuatro horas son un montón de minutos. Pues sí, ya es algo de tiempo y hasta sobran para reconocer que tenía lo suyo en el lugar preciso, como dice Sabines.
No sé ni qué hago aquí, oyendo los dobles sentidos de esta canción que entonan los chavos: "Y que un solo jardinero recoja el fruto/ no como tú que ya estabas recogida/ y si es que otro se anima/ pues buena suerte/ a ver si no se espina", tal vez porque quiero olvidar lo que hice en la mañana.
No cabe duda, ayer fue un día increíble: bueno y malo. Encontré en Perla, por fin, un lago dulce para refrescar mis penas, pero con el inconveniente de que era casada. Pero bueno, quién me manda meterme al cine solo, a ver el churro cursi y rudo, y sentarme cerca de ella, sola también, nomás porque se reía a carcajadas de las tonterías de los hermanos futbolistas. Luego, pues, si ella me dijo: “no te apures, él anda en sus viajes”. Nomás por eso la seguí, nomás por eso me metí entre sus muslos como lobo hambriento, nomás por eso se me cayó el teatrito de conquistador y terminé lamiendo el sudor salado que le escurría por el cuello en aquel cuartucho, del hotel barato al que fuimos, sin aire acondicionado o un ventilador, al menos. "Y te pareces tanto amor a una enredadera/ en cualquier tronco te atoras y le das vueltas/ con tus ramitas que se enredan donde quiera/ y entre tanto ramerío ya te apodamos la ramera".
Y también, nomás por eso se me ocurrió pedirle que me dejara quedarme en su casa, “al fin él anda en sus viajes”, le recordé. Y ella, la perra, con la misma carcajada del cine, aceptó. Pero no me aclaró qué tipo de viajes. Al rato llegó el marido, todo drogado –ni cómo hacerlo entrar en razón, ni cómo explicarle que su vieja me había dado entrada−, me insultó y fue a la cocina por un cuchillo; pero no imaginó que yo lo esperaba con mi “veintidós” y lo mandé al mejor de los viajes, al del más allá, por Perla, por esa hembra que bien valió los dos plomazos que le di a su güey, y el que le di a ella, aunque fuera, como dice la letra que cantan los chavos, sólo una ramera que se parece a una enredadera.