domingo, diciembre 20, 2009

MANUAL PARA PERVERSOS

HACER EL AMOR CON LOS CALCETINES PUESTOS
José I. Delgado Bahena
—Me parece ridículo que hagas el amor con los calcetines puestos —me dijo, recostada, boca abajo, en la orilla de la cama y jugueteando con uno de mis zapatos.
—¿Eso qué? —le grité desde la taza del baño, mientras descargaba la pesadez de mi estómago que no me había dejado en paz desde la mañana en que almorcé los huevos con tocino que me preparó Raquel.
—Nada. Sólo que tengo la impresión de que únicamente soy tu pasatiempo favorito.
—Por favor —le dije, saliendo del baño—, no empieces. Sabes bien cuales son las condiciones en todo esto, pero eso no quiere decir que no te quiera.
No dijo nada. Dejó mi zapato en paz, volteó su cabeza hacia el techo y descargó en el aplanado gris la desesperación que sentía por haber aceptado una relación, conmigo, que a todas luces no tenía futuro.
—Mira —agregué, sentándome en la orilla de la cama, y con ternura, la misma que siente un padre hacia su hija—, no sufras, sólo disfrútalo. No sabemos cuánto durará; tal vez en poco tiempo encuentres un novio que te lleve a vivir con él y yo siga con mi vida normal, aquí, en la casa.
─Eso es, precisamente, lo que me desespera de ti ─exclamó, incorporándose y sentándose sobre la cama─. Tienes más paciencia que un camarón en un estanque. Eso es lo que eres, ¿sabes? ¡Un camarón! No sé por qué fui tan boba y me dejé llevar por tus atenciones y tu cariño de padre viejo.
No dije nada. Terminé de vestirme y dejé que desahogara ese sentimiento con sus lágrimas y sus reproches. Al fin de cuentas no era la primera discusión que teníamos y siempre llegábamos a la misma conclusión: seguir igual y que el tiempo resolviera todo.
Como si leyera mi mente, y un poco más tranquila, me dijo:
─Creo que, como siempre, tienes razón. Tenemos que dejar que el tiempo decida por los dos. Incluso en lo otro: abriré más los ojos y no los cerraré ante otras posibilidades, digamos…de mi edad.
Me senté a un lado de ella, sequé sus lágrimas con las yemas de mis dedos, le tomé el rostro con mis dos manos y le di un beso. No respondió a la caricia pero en un impulso cálido me atrajo hacia ella y me abrazó con fuerza.
─Te amo, tonto ─dijo con ternura─. No me importa la diferencia de edad ni que estés casado con mi madre. Tal vez vi en ti al padre que me abandonó o al hermano mayor que no tuve, pero te amo. Sé que es una locura y que mi madre no se lo merece, pero…
─Calla, por favor ─le supliqué, apartándola de mí con suavidad para tomarle sus dos manos─, dejemos que las cosas sigan. A tus veinte años aún eres una niña y pronto te darás cuenta de que necesitas a alguien de tus mismos intereses, que viva a tu ritmo y que no te haga el amor con los calcetines puestos ─sonreí─. Me tengo que ir ─concluí poniéndome de pie y tomando mi cartera y mi celular─, Raquel no debe tardar en llegar y debo regresar al despacho. Nos vemos en la noche.
─Sí, nos vemos en la noche, “papá” ─dijo con sarcasmo.
Con una media sonrisa, me despedí de ella mientras frotaba su desnudo cuerpo con la humedad de la toalla que dejé sobre la cama, después de lavar los rastros de miel de nuestro amor prohibido.

No hay comentarios.: