miércoles, junio 30, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

“FUERA DE CONTROL”
José I. Delgado Bahena

−¿Me dejas darte un beso? –dijo Daniel con un poco de temor, por la incertidumbre de la respuesta de Georgina.
−¡No! –exclamó ella volteando hacia el lado contrario de él.
−¿Por qué? –insistió titubeante Daniel.
−Porque me da pena. Mejor vámonos, ya está anocheciendo… –deslizó Georgina una súplica en el oído de él al tiempo que se levantaba de la banca del zócalo, donde se habían citado para platicar.
−Mmm… ¿te avergüenza que te vean con alguien mayor que tú? –preguntó Daniel levantándose también y caminando hacia el centro del parque.
−No…, no es eso. Sólo que… pienso que es muy rápido. Además, no sé si es cierto que eres viudo. ¿Qué tal si todavía estás casado?
−¡Cómo crees! –replicó Daniel recargándose en el barandal de la escalera del kiosco.
−Pues sí, mira: vamos a tratarnos como amigos, para conocernos, ¿no?
El silencio fue la respuesta de él dejando que su mirada siguiera una de las tantas ardillas que merodean cerca de las personas con la esperanza de alguna migaja que les arrojen.
−Es que… desde luego, no soy ningún chamaco que quiera jugar contigo o andar de manita sudada, como chavos de secundaria –dijo Daniel, rompiendo, con sus palabras, la tensión del silencio−. Sé que la diferencia de edad es grande, pero tampoco eres una niña; a tus veinte años creo que sabes lo que quieres y también sabrás ver la sinceridad de mis intenciones.
−¿Y, cómo quieres que iniciemos una relación? –preguntó Georgina, sentándose en las baldosas de la escalinata−. ¿Cómo llego a mi casa y les digo a mis padres: les presento a mi novio, él es mi maestro de canto, es viudo y quiere algo serio conmigo?
−Tampoco creo que tengas que hacer eso –respondió él sentándose a su lado−. Primero es necesario que nos conozcamos, probar nuestras compatibilidades, acoplar nuestros espacios, nuestros ritmos, aficiones, gustos y necesidades. Y si todo va bien, pues… seguir adelante.
−Ah –dijo ella, levantándose y caminando hacia una fuente cercana, haciendo que él se levantara también y la siguiera−. Supongamos que tienes razón; entonces, ¿qué se supone que hagamos ahora?
−Pues… no sé, ir a un lugar más… íntimo, donde no haya tantas miradas indiscretas para poder estar a gusto y comenzar a construir lo que, tal vez, sea algo duradero y digno.
−¿Sabes?, la verdad estoy confundida. No sé qué decirte. Hablas muy bonito y desde que te conocí sentí una fuerte atracción por ti. La seguridad que muestras al compartir tus conocimientos musicales me llevó, primero, a admirarte, después a desearte y cada noche me duermo con la ilusión de soñarte. Y me siento confundida porque, por un lado están los valores que mis padres me han inculcado, pero por otra parte pienso que debo vivir y correr mis propios riesgos, con la esperanza de ser feliz aún en contra de las críticas y de los convencionalismos sociales.
−¿Entonces…?
−Entonces, vamos a donde tú digas. Ojalá y no me arrepienta, porque dudo mucho de que esto tenga algún futuro. Mis padres serán los primero en oponerse, lo sé; sin embargo, trataré de vivir este presente que me ofreces con la ilusión ciega de un jitomate que sueña en su metamorfosis.
La noche había inundado la ciudad, por eso Georgina no pudo ver un brillo de lascivia en la mirada de Daniel quien se anotaba otro punto en la lista de sus alumnas que habían caído en el embrujo de su talento con la guitarra y la melodía de sus palabras.
−¡Georgina, el niño está llorando!
La voz de su madre la sacó de sus recuerdos. Hacía tres años que había abandonado sus clases de música para atender su embarazo y cuidar al bebé que su maestro le había regalado en una noche de pasión en la que ella no advirtió que el amor es un sentimiento que en ocasiones nos deja fuera de control.

miércoles, junio 23, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

“VENENO PARA RATAS”
José I. Delgado Bahena

¿Ya viste Rafael, por andar con tus loqueras lo que te pasó? Te lo dije: ya deja que la pinche vieja diga lo que quiera de ti, al final no le queda más que apechugar; su hija ya está contigo y hasta tienen un chamaco que les está robando el ánimo; pero no, seguiste de caprichudo y hartando a Dios.
Me acuerdo… desde antes que te juntaras con la Amalia, convivías con los rucos y dijiste que eran tus segundos padres. ¡Vaya!, hasta les ofrecieron un terrenito a un lado del de ellos para que se hicieran un cuartito y ahí vivieran mientras hallaban un lugar mejor. Y ai’ vas, de arrimado, con tu carota alegre y tu sonrisota de payaso, aceptando sus condiciones pa’ juntarte con tu vieja.
No, si no se me olvida lo que me platicaste: el diez de mayo, cuando ni siquiera te acordaste de nuestra madre, sólo por quedarte a chupar con tus suegritos, fue que comenzó a cambiar todo. Ya pedos, la vieja te champó todo lo que les apoyaban y la mala vida que le dabas a su hija con la miseria que te pagaban de chalán y hasta te dijo que, en una de esas, el chamaco ni era tuyo. ¡Huy!, desde entonces le agarraste tanto odio que no descansabas buscando la manera de cómo matar a la bruja de tu suegra.
Hasta risa me da, Rafael, porque hiciste muchas tarugadas. Sólo a ti se te ocurre ponerle veneno para ratas a la carne de su comida. De pura suerte que se le quemó el chile de ciruela y lo único que provocaste fue una mortandad de perros que hasta a los de los vecinos les tocó, por comer la carne envenenada, si no quién sabe, segurito ibas a dar al bote.
Aunque bueno, la mera verdad, hasta a mí me daba coraje por todas las sinvergüenzadas que la vieja te hacía. ¡Mira que darte con la cazuela del pozole en tu mera cabezota, nomás porque llegaste bien briago insultando a Amalia! No, si se armó tal escándalo que hasta el tío Moisés, que es un alma de Dios, quería comerse viva a la arpía de tu suegra. Pero ni así te saliste de ese nido de culebras, nomás por la esperanza de estar cerquita para tener la oportunidad de darle su pasaporte. Y ella, como bien sabe hacer: siguió escupiendo sus chismes para ver si te alejabas de su hija.
Lo que de plano te enmuinó fue cuando te dijo que Miguel, el antiguo novio de Amalia, que había llegado del norte, con su camionetota, la pretendía otra vez, y ella no le decía que sí, pero tampoco que no. Por esas razones le diste más duro a la tomadera y una vez hasta le mentaste la madre a Miguel cuando estaban en el billar, nomás por los chismes de tu suegra; y él, que no sabía nada, te disculpó y te dijo: “Ya vete a dormir, estás muy borracho”.
¿Te acuerdas, Rafael, cuando me pediste que te consiguiera una pistola con mi amigo el judicial, porque ya te había llenado el buche con sus embustes tu “segunda madre”? ¡Ja, ja, ja,! Discúlpame, hermano que me carcajee. Sólo hiciste el ridículo: se te olvidó ponerle las balas, y Plácido, tu suegro, casi te mata a cachazos con tu propia arma. De plano, de plano, estabas destinado para ser güey dos veces.
Lo malo es que con eso, la maldita bruja se enteró de tus intenciones y no sólo estaba prevenida, sino que insistió en sus indirectas y ‘ora ella quería mandarte a descansar desde antes.
Todos nos dimos cuenta, pa’ qué negarlo, ni siquiera disimuló la méndiga, porque anduvo preguntando por “la bala”, que para nadie es un secreto que hace sus trabajitos por un billete y los saca del partido nomás por la lana que le den. Quién sabe si él haya aceptado, pero desde entonces, en la casa, todos andábamos con temblorina pensando en la hora en que nos dijeran que te habían metido un plomazo.
¿Y ‘ora Rafael? ¿A quién le echamos la culpa? Ya ves, por fin te saliste; mejor dicho: te sacaron, con las patas por delante. Y aquí estás: estirado, viendo “pa’ dentro”, como las iguanas. Todos estamos inconformes porque lo más seguro es que la vieja te ganó. Don Chano nos dijo que la bruja fue a comprarle un bote de veneno, dizque porque andaba una ratota acechando su casa.
Todavía ayer, después del fut, nos tomamos un cartón de las negras en la tiendita, y te fui a dejar de aguilita, totalmente perdido, y hoy amaneciste nomás volteado y vomitado. Así te encontramos después de que la Amalia vino corriendo a decirnos que estabas bien muerto.
¿A quién le echamos la culpa, Rafael? Tu vieja no suelta la sopa y pues, tú, que podrías decirnos, ya vas camino a las regaderas. Lo más seguro es que te expulsó tu suegra pero, ¿cómo lo probamos?
Escríbeme a:
jose_delgado9@hotmail.com

miércoles, junio 16, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

“EL MEJOR PADRE…”
José I. Delgado Bahena
Ya sé, dirán que estoy loco, que lo que he hecho no lo haría un padre “normal”, común y corriente o, como se dice: “un buen padre”. Es decir, un padre chapado a la antigua, con nuestras tradiciones mexicanas: borracho pero trabajador, mujeriego pero hogareño, parrandero pero cumplidor con la vieja. En fin: vivido pero fiel. Como decimos siempre: atendiendo las capillitas pero respetando a la catedral que tenemos en casa.
Pues no, da la casualidad de que no soy un padre “normal”. He formado a mi familia: mi mujer y mis dos hijas. Ellas son la única familia que tengo y soy el único familiar que ellas tienen.
La semana pasada vino mi dizque suegra, muy encabronada y me dijo: “Adulfo, si no dejas de hacer tus porquerías, Dios te va a condenar y te irás al infierno”.
¡Hazme el favor! La pinche vieja hipócrita hablándome de Dios y del infierno, cuando hizo hasta lo imposible por separarme de mi Estelita. “Ese hombre no te conviene, es un depravado”, le decía. Por suerte mi viejita no le hizo caso, siguió conmigo y hasta me dio dos hermosas hijas.
Desde que terminé mi carrera de Ciencias de la comunicación y quise ser locutor de radio o conductor de televisión, supe que mi destino eran los medios de comunicación; por eso me metí a escribir una columna en un periódico de la ciudad. Claro, mi trabajo ahí no duró. La verdad, es muy poco lo que pagan y no se me daba eso de andar “chayoteando” a la gente importante. Mejor acepté la chamba que me dio mi “cuatacha”, la presidenta municipal, en la oficina de Comunicación social del ayuntamiento. Ahí sí me di la oportunidad de hacer algunos biznes que me permitieron ganar unos pesos más para que mi Estelita se olvidara de su intención de trabajar en el salón de belleza de su prima.
Pero bueno, con todo este rollo de mi chamba hasta olvidé que les hablaba de lo que hice que provocó que me trajera a la situación en la que me encuentro. Ah, pero no me arrepiento eh, “quien esté libre de culpa…” ¿Cómo iba a saber que la más chica de mis hijas se haría de un novio en la prepa, a pesar de lo prohibido que lo tenían? Sabían, las dos, incluso la de la universidad, que el tema de los novios no formaba parte de nuestro vocabulario. Digo, ¿para qué querían chamacos apestosos que se la pasan en la calle fumando y sudando, si en casa me tenían a mí?
Estelita me dijo un día: “ya viste que Salomé se arregla y se pinta más de la cuenta para irse a la escuela?” Y yo, con lo confiado que soy, pensé que sólo quería agradarme la pupila y la dejé que luciera su hermosura en la calle y con sus compañeras del colegio. Pero un día que quise darle la sorpresa esperándola junto a la gasolinera que está cerca de su escuela, la voy viendo… ¡abrazada de un pinche escuincle del bachillerato! No, mi coraje no se mide con lo rojo que se me puso la cara, porque de ser así habría incendiado la ciudad.
Por supuesto, la subí al carro y la llevé a casa. Ya se encontraban ahí Dona, mi otra hija, y Estela con la comida lista. El drama fue lo que nos alimentó ese día. Nadie probó el mole que mi Estelita había preparado. Las preguntas iban y regresaban sin respuestas. Faltaba un mes para que Salomé cumpliera los dieciocho años y entonces pudiera probar, ella, como fue con Dona, su iniciación en la sexualidad, en su primera vez, apoyada por mí, desde luego.
Así que Estela y yo estuvimos de acuerdo en que debíamos ahorrarnos ese mes y llevé a Salomé a su recámara. Le adelantaría su iniciación sexual para no correr riesgos de que un pelafustán nos agandallara y la tomara para él.
¡Oh, decepción! ¡Salomé ya no era virgen! Cinco puñetazos y diez cinturonazos la dejaron tirada en el piso de su cuarto y salí a informar a Dona y a Estela de la deshonra en que nos había metido la puerca de mi hija menor.
En ese momento llegó la policía. Ni cómo impedir que entraran. Levaban una orden basada en una denuncia que el pinche chamaco había hecho. Se llevaron a Salomé al hospital y a Estela y a mí al reclusorio. Dona se quedó en la casa. Nos ha venido a ver, pero más por lástima que por apoyarnos. Dice que las dos declararán en nuestra contra.
La verdad, no veo ningún problema. Dona era mayor de edad cuando la inicié sexualmente, Salomé ya no era virgen y, además, mi vieja estuvo siempre de acuerdo; pero, lo más importante: ellas eran mis hijas, yo las hice, así que podía decidir sobre sus vidas, ¿o no?

miércoles, junio 09, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

“DE HABER SABIDO…”
José I. Delgado Bahena
José Luis tenía seis años de trabajar en el periódico cuando llegó Elena. Él se encargaba de dar formato a la mitad de los archivos que llegaban a la redacción y ella se presentó el lunes de esa semana solicitando el empleo de publicista que anunciaron en la edición del domingo. El mismo día se quedó con el trabajo y comenzó a recabar la información necesaria para su labor.
Cuando José Luis la vio, con su garbo de mujer plena, piel bronceada, escote provocativo y sus veinticuatro años desbordantes en los macizos glúteos que se marcaban perfectamente en el talle del vestido aceituna que le llegaba a una cuarta de la rodilla, se dijo: “otra oveja para mi corral”.
Esa era su fama: “Ninguna se le va viva”. Y otra que él mismo se encargaba de propagar: “Una noche no me es suficiente para estar con una mujer, necesito parte de la mañana también”.
Por eso, cuando a Elena le hablaron de él y le adjuntaron su dicho, pensó: “Eso lo tendríamos que comprobar”.
No perdió tiempo; el miércoles, al tercer día de laborar para el periódico, cuando José Luis diseñaba, en la computadora, los anuncios que ella había logrado contratar, se acercó a su mesa para verificar que no faltara algún dato y dejó caer uno de sus pechos sobre el hombro izquierdo de él.
La sangre se le incendió pero tomó aire y le murmuró casi al oído:
−Si así quema el volcán cuando está dormido, ¿qué será cuando haga erupción?
−Es cuestión de que quieras encenderlo –le respondió ella con una discreta sonrisa.
−Pues tú dirás, morena.
−¿Cuándo descansas?, porque quiero ver si es cierto lo que dicen por ahí… –le soltó el reto junto con un roce de su pierna en el brazo de él, además de deslizarle en el bolsillo de su camisa un papel con el número de su celular− llámame y nos ponemos de acuerdo.
−Claro, preciosa –respondió José Luis−, descanso el viernes –agregó con voz trémula.
Todavía, el jueves, coincidieron cuando él llegaba a las oficinas, a las cinco de la tarde, y ella se retiraba llevando entre sus brazos un folder rojo, como cubriendo las curvaturas de sus pechos. Una disimulada sonrisa, entre ambos, fue el puente que se tendió para comunicarse las promesas que se cumplirían al día siguiente.
Él tuvo que mentir a su mujer y su pequeña hija, diciendo que le habían llamado del periódico para hacer un trabajo extra y esperó, en una pizzería cercana al edificio, a que saliera Elena para irse juntos, en su camioneta, a un hotel en las afueras de la ciudad, rumbo a Cocula, para no correr el riesgo de ser visto por su suegro que trabajaba de taxista.
Sin preámbulos, con la urgencia de los cuerpos que se sintieron atraídos desde que las feromonas les enviaron las señales que les evitaron los obstáculos de toda relación: conocerse, tratarse, aprehenderse y verificarse en su empatía, se arrojaron a la hoguera de la pasión que se encendió desde cuatro días antes, al conocerse en las oficinas del periódico.
Tres horas después, cuando los juegos corporales cesaron y él pidió, por teléfono, un par de tragos a los encargados del hotel, encendió la televisión, acomodó las almohadas y se recargaron en la cabecera simulada en la pintura de la pared, comenzó el diálogo:
−¿Dónde vives? –preguntó José Luis.
−En Tuxpan −contestó ella−, con una tía que quedó viuda el año pasado.
−¡Qué curioso! –dijo él−, también tengo una tía en ese pueblo y se le murió el viejo hace un año.
−Bueno, en realidad, yo vivía en Pachuca, con mi padre, pero me corrió porque salí con mi “domingo siete” y me vine, con todo y chamaco, hace quince días en busca de la única hermana que tiene aquí.
−¡Qué coincidencia! –dijo, sentándose sobre la cama y apagando la televisión con el control remoto−, mi padre nos abandonó cuando yo era pequeño y lo último que supimos es que se había ido a Pachuca y había formado otra familia. Él era originario de Tuxpan.
−Por favor −suplicó Elena−, no me digas que tu padre se llama Andrés…
José Luis no respondió a su súplica. Arrojó el control, que aún tenía en sus manos, sobre el espejo empotrado en la pared de enfrente, buscó su pantalón y comenzó a vestirse.
Ella, en silencio, recogió en envoltorio su ropa que había quedado regada en el piso y salió para vestirse en el interior de la camioneta, estacionada junto a la puerta del cuarto.
El regreso a la ciudad lo hicieron en silencio. Sólo un ligero movimiento de él para extenderle a ella, con su mano derecha, su licencia de conducir para que confirmara, con la coincidencia de los apellidos, que, de haber sabido, desearían que la historia de ese día no se hubiera escrito jamás.

miércoles, junio 02, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

“A LOS TRECE AÑOS”

José I. Delgado Bahena

A los trece años conoció a Santa y por medio de ella supo lo que era tener entre sus brazos a una mujer. Estaban solos. Él había pasado, a la salida de la secundaria, a visitar a su primo Érick quien tenía una tienda de ropa y le había pedido que se quedara un rato a cuidarla. Allí vendían playeras y botes de pintura para los graffiteros y en ocasiones, como esa, Érick le pedía que se quedara en el negocio mientras iba a pintar algún mural o a pasear con su novia.
Eran las dos de la tarde cuando llegó Santa buscando a Érick.
−No está−, le dijo él.
−¿Puedo esperarlo? Es que me da flojera ir a mi casa y regresar.
−Como gustes –le respondió Johnny desde el mostrador.
Los primeros minutos los pasaron en silencio; él leyendo una revista sobre bandas de rock, ella observando las playeras y vaciando su mirada sobre la calle.
−¿Quieres leer? –ofreció él extendiéndole la revista.
−Sí, gracias –aceptó Santa tomándola y al mismo tiempo apretándole dos dedos en una clara señal de provocación.
“Tú sabes cómo te deseo…”, comenzó a sonar la canción de Maná en la grabadora que él había encendido.
−¿Te gusta esa música? –le preguntó Santa acercándose al mostrador.
−Sí, ¿por qué?
−No, por nada. ¿Cuántos años tienes? –le dijo tomando con su mano izquierda la mano de él y rozándole los labios con las yemas de los dedos de su otra mano.
−Trece –respondió tembloroso.
−¿Y… tienes novia?
−No… −fue su respuesta, entrecortada por la respiración agitada que salía entre borbollones de su pecho.
−Ah, ¿y, cómo te llamas? Eres muy guapo, ¿sabes?
−Gracias. Me llamo Johnny. Tú eres muy bonita.
−¿Me dejas darte un beso? –dijo Santa inclinándose sobre el mostrador y rozando los labios de Johnny.
−¿Cuántos años tienes? –preguntó ingenuo.
−Diecisiete –respondió Santa con una leve sonrisa y pasando al otro lado del mostrador−, pero no se le pregunta la edad a ninguna mujer…
Él no dijo más. Los labios de ella se apretaban contra los suyos y le introducía su lengua recorriendo su paladar y sus dientes. Rodeó, con sus adolescentes manos cargadas de ansiedad, la cintura de ella y la atrajo hacia sí con tal fuerza que le hizo sentir, en una de sus piernas, la dureza de su excitación que amenazaba con romper la tela del pantalón de su uniforme de secundaria.
−¿Por qué no cierras la tienda? –le insinuó Santa mientras le mordía el cuello y con sus manos le apretaba los glúteos.
Johnny no contestó. Quitó las manos de ella de su trasero y en dos zancadas llegó a la entrada de la tienda para bajar la cortina que servía de puerta y protección del negocio. Luego, sin esperar instrucciones, con un ingenio que se desconocía, acomodó unos cartones, en los que Érick guardaba la ropa, en el caliente piso de la tienda.
Santa se recostó sobre la improvisada cama y desabotonó su ligera blusa que apenas si le cubría sus prominentes pechos. Johnny se bajó el pantalón hasta las rodillas y se recostó junto a ella. Fue Santa la de la iniciativa, la que rodeó por el cuello el cuerpo de él y lo atrajo para besarlo apasionadamente al mismo tiempo que depositaba un condón en la palma de la mano derecha de él.
El impulso fue el esperado, la reacción justa a ese llamado fue la respuesta de Johnny quien, con torpeza pero guiado por el deseo desatado, dejó libres sus manos para que hicieran su labor y guiaran su pasión en la entrega sin límites, sin reservas, para el desahogo sexual en la primera vez que regalaba, con el cuerpo bañado en sudor, los explosivos coleópteros contenidos en la vasija de su adolescencia.
En el reposo, mientras ambos acomodaban sus emociones y los fluidos sanguíneos recuperaban el ritmo normal para la supervivencia de los cuerpos, Johnny se atrevió a hacer una pregunta:
−¿Cómo te llamas?
−Santa –respondió ella incorporándose, arreglándose la falda y abotonándose la blusa−, pero tú puedes llamarme como gustes.
−Gracias –dijo él, cerrando el cinturón de su pantalón y con ello el sublime momento de su primera vez en su andar por los caminos del erotismo.
Escríbeme a:
jose_delgado9@hotmail.com