martes, mayo 31, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

Ruega por él.

José I. Delgado Bahena


Fue en Puebla donde Daniel descubrió, en esos ojos que había visto ya en muchas otras ocasiones, un brillo especial con el que pudo leer el mensaje de amor que brotó desde su corazón y se estampó en su frente al sentir su mano cálida sobre la suya temblorosa.
Habían llegado desde la mañana del sábado, después de un viaje nocturno de doce horas hasta la capital de este estado, donde realizarían, con su grupo de compañeros, un trabajo de investigación documental para cumplir con una tarea de su maestro de estadística en el CAM de su ciudad natal.
Veintitrés alumnos: trece hombres y diez mujeres, que cubrieron el importe de la renta del autobús para ese viaje con el que cerraban su preparación profesional y obtendrían la última calificación para graduarse como maestros de educación media básica en la especialidad de Español.
Durante el día hicieron un recorrido por los principales puntos históricos de esta ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987 y conocida como Puebla “de los Ángeles”, debido una leyenda que atribuye su fundación a la voluntad de los ángeles, lo que la ha hecho mundialmente famosa y la ha convertido en un gran atractivo turístico de México.
Por la noche decidieron, en compañía de sus maestros, buscar un centro nocturno que les permitiera tener una rato de esparcimiento y convivencia.
Antes de abandonar el hotel donde estaban hospedados, se reunieron en una de las seis habitaciones que habían reservado y entre todos se apoyaron para el arreglo personal y vestirse con los mejores atuendos, los más apropiados para no desentonar con los jóvenes de esta ciudad camotera. En una ocurrencia de Guadalupe Catalán, vistieron a Carlos Alberto con una gabardina negra que llevaban, lo maquillaron a lo punk y, con él al frente, salieron a la calle. Los demás detrás de él, en fila india, provocando los comentarios de la gente que los miraba con extrañeza. Así llegaron, los veintitrés muchachos y los dos maestros acompañantes, a un antro, para bailar y, quienes quisieron, se tomaron alguna cerveza.
−Te quiero mucho –le dijo Daniel a Griselda en un momento en que se sentaron para secarse el sudor de sus rostros, por tanto bailar.
−Yo también we… pero como amigos eh, no te pases…
−Sí…, yo también, no quiero que dejemos de ser amigos cuando salgamos de la escuela.
−Claro, menso –reafirmó ella−, seremos amigos hasta la muerte…¡chúpale we..!
En ese momento, se acercó Isauro, con una cerveza en la mano, para interrumpirlos y llevarlos a la pista de baile y continuar con la algarabía que se había generalizado con los estudiantes del CAM y otros chavos de Puebla.
Así: en bola, continuaron disfrutando de la música hasta la madrugada en que uno de sus maestros, considerando las actividades matutinas del siguiente día, sugirió volver al hotel para descansar.
Durante el regreso, un poco mareados, pero felices, Isauro le preguntó a Daniel:
−¿Qué pasó?, ¿te quieres tirar a la Griselda?
−No. ¡Cómo crees! Sólo somos amigos. ¿Por qué es la pregunta?
−No, por nada –respondió Isauro pasando su brazo derecho por los hombros de Daniel−. También me gustaría ser tu amigo.
−Sí, claro, ¿por qué no? –contestó él extendiendo su mano y recibiendo el apretón de Isauro quien tuvo que soltarla por tropezar en ese momento con el adoquinado de la calle por la que caminaba el grupo de muchachos en dirección al hotel.
Al siguiente día, por la mañana, decidieron visitar la Biblioteca Palafoxiana, en la Casa de Cultura de Puebla, donde pudieron admirar su hermosa fachada, estilo barroco, pero como estaba en remodelación no les permitieron el acceso. Entonces, se dirigieron a la Catedral para conocer un poco más de la cultura de esta ciudad; al llegar, se ubicaron a un costado de la nave como muestra de respeto por los oficios religiosos que se realizaban para despedir a un difunto que se encontraba en el centro, rodeado por sus familiares.
En una reacción impensada y, tal vez, contagiados por los rezos, los muchachos se unieron al sentimiento de tristeza y se abrazaron. “Ruega por él”, se escuchaba potente y claro, en la voz del sacerdote que conducía un rosario. En ese momento, Daniel sintió aquella mano firme y cálida sobre la suya; no necesitó voltear para saber de quién se trataba. En correspondencia, entreabrió los dedos para enlazar los de Isauro quien, al encontrar la respuesta que buscaba, recargó la cabeza sobre el hombro de su amigo. Dos de sus compañeras los descubrieron y les regalaron algunas sonrisas de aceptación.
Con el corazón temblando, Daniel buscó los ojos de Isauro y con su mirada le regaló un mundo de promesas y de valor para enfrentar al mundo. No necesitó más para reconocer que en Puebla, en ese viaje con sus compañeros del CAM, había encontrado la identidad de sus sentimientos.


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