miércoles, mayo 04, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

Por la libertad.

José I. Delgado Bahena


Lo que sea, Elena es muy guapa y una hembra a carta cabal. La conocí de pura casualidad y no me arrepiento de haber dejado a Ángela por ella a pesar de los tres hijos que me dio. Me acuerdo…
“Licenciado…” me dijo. “Ayúdeme, por favor, usted sabe que mi marido no hizo nada, sólo venía manejando el carro de su cliente para probar que ya se lo había arreglado bien…”
Cuando escuché su voz se me olvidó lo que estaba tramando para que estos cabrones, que pescaron en un automóvil sin legalizar, quedaran bien trabados y les sacáramos una buena lanota.
La noche anterior nos los habían traído unos patrulleros. Eran dos hermanos mecánicos y el dueño del pinche carro y, la verdad, pues habría sido muy fácil soltarlos, más a los hermanos, pero llegó Elena con su voz de soprano y me atrapó; así que tuve que hacérsela de tos para que la familia soltara el billete y pues… a ver qué conseguía con ella.
−Huy, mi chula –le dije−, su caso es muy difícil: él venía manejando y la ley es muy clara sobre la responsabilidad en cuanto a la posesión del auto. Aunque el dueño diga “es mi carro”, para la ley él no existe. Es más: dentro de un rato saldrán los otros dos. Nomás para que veas…
“¿Entonces, licenciado, no nos va a ayudar? Le prometo que no nos vamos a dar por mal servidos… Mire: aquí afuera están el papá de mi esposo y otro de sus hermanos, con ellos podemos juntar algo de dinero y…”
No la dejé terminar. Si de por sí ya me tenía como perro, lamiendo sus palabras, cuando se me arrimó para rogarme por la libertad de su viejo, pude sentir su aliento calientito y vi sus pechos asomándose por el escote de su blusa.
−Mira –le dije con el “ánimo” bien firme−: ¿qué te parece si mañana me invitas a almorzar y analizamos este asunto?
“Sí, como usted diga. ¿Dónde lo veo?”
−Pues, para que nadie sospeche, mejor nos vemos en este hotel –le dije, dándole una tarjeta−, pides el cuarto 13, yo voy a llamar para que lo reserven y ahí hacemos el trato. ¿Qué te parece?
“Sí, sólo dígame a qué hora llego”, contestó.
−Ah, pues como a las once, ya que esté el calorcito en la punta del asta para que las ideas salgan calientitas… Ah, no les comentes a tus pinches cuñados, menos al que pasó hace un rato, con él no quiero tratar nada: sólo vino a insultar y a amenazar. Todo lo arreglaremos tú y yo, pero no aquí, en la oficina, sino donde ya te dije.
Por supuesto, le arreglé su asunto porque el convenio al que llegamos nos dejó satisfechos a los dos. La verdad, con estar en sus brazos me di por bien pagado; pero, para disimular, le pedí que juntara con sus familiares una cantidad de dinero para repartirla entre el otro agente y la secre que redactaría el acta de liberación, sin culpa, del marido.
De manera que el mecánico salió libre al siguiente día, le hice firmar algunos folios en los que se determinaba su no responsabilidad en la situación ilegal del auto decomisado y se fue, muy contento, con Elena y sus familiares.
Ella fue la primera que me buscó, después del incidente de su esposo. Dizque para darme las gracias, una tarde me llamó y me pidió que nos viéramos otra vez en el hotel donde nos citamos en aquella ocasión.
Cuando abrí la puerta de la habitación y la vi tendida en un sofá que había en el cuartito, completamente desnuda, en posición de maja, me dije que esa vieja es la que había estado buscando toda la vida.
“¿Por qué no entras?” Me preguntó al verme absorto, contemplándola.
−Porque no te quiero aquí, sino en mi casa –le dije, acercándome a ella y sentándome a su lado.
“Eso tiene solución”, contestó, “sólo hace falta que te divorcies y que yo me separe de mi marido para que podamos vivir juntos”.
−¿Estarías dispuesta a estar conmigo a pesar de los riesgos que corro en este pinche trabajo?
“¿Por qué crees que estoy aquí?” Respondió, insinuante, sentándose en mis piernas.
No dijimos más, nos entregamos a la pasión y desde esa tarde comenzamos a hacer planes para separarnos de nuestros cónyuges.
Ayer nos entregaron las actas de divorcio y hoy nos vimos para brindar por aquella bendita noche que su marido pasó en el apestoso cuarto donde lo encerramos, nomás por andar manejando un auto sin legalizar.


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