La donna è mobile.
José I. Delgado Bahena
Aldo despertó con el cuerpo dolorido por la incomodidad de su improvisada cama.
Al abrir los ojos y ver a un lado suyo a Óscar, su amigo de toda la vida desde que se conocieron en el Cbtis No. 56, de la ciudad de Iguala, recordó, con la nitidez de un rayo que se clavó en su conciencia adormecida ―más por la cruda moral que la provocada por los efectos de las cervezas y el tequila que había bebido el día anterior―, el por qué se encontraban en esa situación…
Los dos amigos trabajaban como vendedores en una tienda de aparatos electrodomésticos del centro de la ciudad y todos los días acostumbraban comer juntos.
―¿Qué crees güey? ―le dijo Aldo a Óscar mientras esperaban las tortas que habían ordenado en aquel local cercano a la parroquia de San Francisco―, ayer le pedí a Lulú que se case conmigo.
―¡Qué cabrón! ―exclamó su amigo ante la confidencia de Aldo―, ¿por qué no me lo habías dicho?
―Porque no me decidía. Pero ayer la noté un poco distante y sentí que la perdía. La verdad, pues… tú sabes que la quiero mucho y si me quedo sin ella, pues… no sé qué sería de mi vida.
―¡Huy, amigo! ¿Y, qué te dijo?
―Me pidió que esperara este fin de semana. Dijo que iba a cuidar a su abuelita, que está enferma, y no nos podríamos ver, pero aprovecharía para pensarlo.
―Bueno, ¿qué te parece si al rato, después de cerrar la tienda, vamos a tomarnos unas caguamas y me cuentas más detalles?
Ya en la noche, después de estar un par de horas en una cantina por el periférico, y de terminarse el dinero que llevaban, se dispusieron a retirarse a sus casas; pero, al cruzar la avenida en busca de un taxi, sus pasos los llevaron hasta la entrada de un lujoso salón de fiestas donde se llevaba a cabo la recepción de una boda. Sobre el marco de la puerta, un gran corazón de rosas blancas tenía los nombres de los novios: Elba y Fernando. Los recién casados recibían a los invitados ahí, en la puerta, y un mesero los llevaba a sus mesas de acuerdo con el número que tenían en sus pases.
―Vente ―le dijo Óscar a su amigo poniendo su brazo derecho sobre sus hombros y llevándolo hacia el salón de fiestas―. Ya sé cómo vamos a seguir tomando.
―¿Qué pasó, pinche Fer? ―le dijo al novio, provocando su desconcierto y el asombro de la novia―, me enteré que te ibas a casar y no lo quería creer. Por eso le dije a Aldo: vamos a ver si es cierto. No te acuerdas de nosotros, ¿verdad? Por eso no nos invitaste, ¡claro! ¿Sí te acuerdas que estudiamos juntos en la secu?
El novio no sabía qué responder; pero, para no quedar en mal y agilizar el paso, ya que otros invitados se encontraban a la espera de ser atendidos, les pidió a los dos amigos que pasaran a la fiesta y al mesero le indicó que los acomodara en una mesa.
―Gracias, güey ―dijo Óscar, abrazando a los novios y jalando del brazo a Aldo―, te debemos tu regalo.
Los acomodaron cerca de la mesa de honor, donde se encontraba un gran pastel de seis pisos, y un mesero los atendió llevando una botella de tequila, junto con todo el servicio, que los amigos se dispusieron a beber inmediatamente.
Al poco rato, con la algarabía de la fiesta y entusiasmados con el trato que recibían, hasta se motivaron para participar en “la víbora” y pasaron a bailar el vals con la novia.
Después, cuando todos los invitados tomaron sus lugares para cenar y disfrutar de la participación del cantante Yovanni Catalán que interpretó un repertorio de temas populares con su gran voz de tenor, Aldo distinguió, entre la penumbra que le provocaba el alcohol ingerido, la esbelta figura de Lulú, quien entraba en esos momentos llevando, en una de sus manos, un regalo con envoltura plateada y con la otra enlazaba los dedos en la mano de su acompañante.
―¡Hija de la chingada! ―exclamó levantándose impulsado por el dolor de los celos al ver a su novia en actitud amorosa con un desconocido― ¿No que iba a cuidar a su abuelita?
No pensó más ni dijo nada. Tomó de la mesa de honor el cuchillo que un mesero había colocado junto al pastel y corrió, seguido por Óscar, hacia la pareja.
El impulso que llevaba y el alcohol que había tomado le perturbaron sus movimientos y lo hicieron trastabillar, pero llegó hasta Lulú, descargando, con el cuchillo que llevaba empuñado, un golpe frontal sobre su pecho.
Óscar se fue a puñetazos sobre el joven que acompañaba a Lulú.
Dos hombres uniformados, encargados de la seguridad del salón, detuvieron a Aldo y los meseros contuvieron al agresivo Óscar que tenía en el piso al compañero de la novia de su amigo. Yovanni entonaba en esos momentos el famoso tema de Verdi: “La donna è mobile” (la mujer es voluble).
La herida de Lulú no fue de muerte, pero fue suficiente para que los dos amigos amanecieran, en calidad de detenidos, en los separos de la policía.
Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com
POEMAS, CUENTOS, COMENTARIOS, SUEÑOS...
miércoles, marzo 30, 2011
sábado, marzo 26, 2011
SECTOR 7
La función del hogar.
José I. Delgado Bahena
Les comento que, ahora que he estado presentando mi más reciente libro: “Manual para perversos”, en algunas instituciones educativas de nuestra ciudad, y en los foros de los municipios donde me han invitado, me he encontrado con comentarios y preguntas sobre los temas que abordo en las historias del libro.
Una de las más recurrentes es: ¿Por qué ocurre todo eso?
La primera respuesta que viene a mi mente, sin ser alguien especializado en sociología o en psicología y con base en mi formación como maestro y mi visualización del entorno, se encamina hacia la función del hogar.
Además de que, según mi punto de vista, la escuela está dejando de cumplir su función formadora y, por supuesto, en el hogar hemos dejado de enfrentar nuestra responsabilidad como padres.
Por eso, desconfío de la expresión tan usada en estos tiempos: “Para nuestros hijos, más que padres, somos sus amigos.”
Lo digo porque a mis padres les tengo un gran respeto y mucha confianza, pero no los considero mis amigos; porque un amigo no me limita la hora para llegar a mi casa ni se preocupa por mi alimentación y mis tareas. Un amigo me visita cuando estoy enfermo, pero no se queda más de dos horas a acompañarte y mucho menos vela tu sueño toda la noche. Un amigo te pregunta cómo te fue y rara vez se queda a esperar la respuesta; en cambio, tus padres no preguntan, porque lo saben: están contigo en las buenas y en las malas.
Sin lugar a dudas: si una muchachita de trece años anda en la calle a las dos de la mañana, no es responsabilidad de sus amigos ni de sus maestros, sino de sus padres. De la misma manera, si un chavo se emborracha y consume estupefacientes, no creo que sus padres-amigos lo induzcan; al contrario, los padres orientan, llaman la atención y castigan, los amigos no. Y los hijos que no entienden esta responsabilidad de los padres, terminan en los centros de ayuda para rehabilitarse (y qué bueno que así sea), en la cárcel o en el panteón.
Desafortunadamente, no hay escuelas para padres y aquí se cumple a la perfección el dicho de: “echando a perder se aprende”. Lo lamentable es que no se echa a perder un hijo sino a toda una generación.
Así que ante esa interrogante sobre el Manual, sin dudarlo, la respuesta está muy clara en los párrafos anteriores.
A propósito, supe que en alguna de las escuelas en las que ya estuve, una madre de familia se inconformó por el “tipo de lecturas” que se ponen en las manos de los muchachos. Me comentaron que la mejor explicación se la dio el director al decirle que los temas que se tratan no son nada, comparados con lo que vivimos en la realidad.
Efectivamente, debo agregar, para satisfacción de quienes compartan la misma inquietud de esa persona, que un libro no propicia la vida; en cambio, la vida misma da para millones de libros.
La prostitución, la corrupción, la delincuencia, las adicciones, los celos, la envidia, la traición, el abuso sexual y las amistades peligrosas que regala la red de internet, son sólo una sombra de la noche que está cayendo en nuestras sociedades de este siglo XXI.
Aprovecho para pedirles que nos acompañen en la transmisión de mi programa de TV por internet: “El Manual para Perversos” en el que tendré invitados para hablar de los textos del Manual que leamos en ese día, además llevaremos a psicólogos o sociólogos para que nos ofrezcan alternativas de apoyo para casos como los de mi libro. Pueden consultar la programación en este diario y sintonizarnos a través de Yohuala TV, abriendo el link: www.xhdbt.com
Si alguien de nuestros lectores quisiera estar en el programa y participar como invitado, por favor escríbanme o llamen a mi cel: 733 584 14 28
Escríbeme:
jose_delgado9@hotamil.com
José I. Delgado Bahena
Les comento que, ahora que he estado presentando mi más reciente libro: “Manual para perversos”, en algunas instituciones educativas de nuestra ciudad, y en los foros de los municipios donde me han invitado, me he encontrado con comentarios y preguntas sobre los temas que abordo en las historias del libro.
Una de las más recurrentes es: ¿Por qué ocurre todo eso?
La primera respuesta que viene a mi mente, sin ser alguien especializado en sociología o en psicología y con base en mi formación como maestro y mi visualización del entorno, se encamina hacia la función del hogar.
Además de que, según mi punto de vista, la escuela está dejando de cumplir su función formadora y, por supuesto, en el hogar hemos dejado de enfrentar nuestra responsabilidad como padres.
Por eso, desconfío de la expresión tan usada en estos tiempos: “Para nuestros hijos, más que padres, somos sus amigos.”
Lo digo porque a mis padres les tengo un gran respeto y mucha confianza, pero no los considero mis amigos; porque un amigo no me limita la hora para llegar a mi casa ni se preocupa por mi alimentación y mis tareas. Un amigo me visita cuando estoy enfermo, pero no se queda más de dos horas a acompañarte y mucho menos vela tu sueño toda la noche. Un amigo te pregunta cómo te fue y rara vez se queda a esperar la respuesta; en cambio, tus padres no preguntan, porque lo saben: están contigo en las buenas y en las malas.
Sin lugar a dudas: si una muchachita de trece años anda en la calle a las dos de la mañana, no es responsabilidad de sus amigos ni de sus maestros, sino de sus padres. De la misma manera, si un chavo se emborracha y consume estupefacientes, no creo que sus padres-amigos lo induzcan; al contrario, los padres orientan, llaman la atención y castigan, los amigos no. Y los hijos que no entienden esta responsabilidad de los padres, terminan en los centros de ayuda para rehabilitarse (y qué bueno que así sea), en la cárcel o en el panteón.
Desafortunadamente, no hay escuelas para padres y aquí se cumple a la perfección el dicho de: “echando a perder se aprende”. Lo lamentable es que no se echa a perder un hijo sino a toda una generación.
Así que ante esa interrogante sobre el Manual, sin dudarlo, la respuesta está muy clara en los párrafos anteriores.
A propósito, supe que en alguna de las escuelas en las que ya estuve, una madre de familia se inconformó por el “tipo de lecturas” que se ponen en las manos de los muchachos. Me comentaron que la mejor explicación se la dio el director al decirle que los temas que se tratan no son nada, comparados con lo que vivimos en la realidad.
Efectivamente, debo agregar, para satisfacción de quienes compartan la misma inquietud de esa persona, que un libro no propicia la vida; en cambio, la vida misma da para millones de libros.
La prostitución, la corrupción, la delincuencia, las adicciones, los celos, la envidia, la traición, el abuso sexual y las amistades peligrosas que regala la red de internet, son sólo una sombra de la noche que está cayendo en nuestras sociedades de este siglo XXI.
Aprovecho para pedirles que nos acompañen en la transmisión de mi programa de TV por internet: “El Manual para Perversos” en el que tendré invitados para hablar de los textos del Manual que leamos en ese día, además llevaremos a psicólogos o sociólogos para que nos ofrezcan alternativas de apoyo para casos como los de mi libro. Pueden consultar la programación en este diario y sintonizarnos a través de Yohuala TV, abriendo el link: www.xhdbt.com
Si alguien de nuestros lectores quisiera estar en el programa y participar como invitado, por favor escríbanme o llamen a mi cel: 733 584 14 28
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jose_delgado9@hotamil.com
miércoles, marzo 23, 2011
MANUAL PARA PERVERSOS
La otra historia.
José I. Delgado Bahena
Cuando lo conocí, y lo vi tan guapo, pensé que cómo no era yo más grande de edad, para enamorarlo y casarme con él. En ese entonces yo era una niña y a él lo invitaron mis padres para que fuera mi padrino de primera comunión.
Lo que sea, estoy segura de que muchas de mis compañeras me envidiaron y hubieran querido estar en mi lugar, con un padrino tan bien parecido y tan rico. Él tenía más de treinta años y mi papá lo conoció porque jugaban futbol en el equipo del CESVI.
Desde que agarró confianza con mis padres, me llevaba a muchos lugares y me obsequiaba muchas cosas; pero lo que más me gustó fue el viaje que me pagó para ir a Acapulco, junto con mis chambelanes, como regalo de quince años. Allá grabamos el videoclip y convivimos en las mejores playas del puerto.
Precisamente, fue allá donde Beto, un compañero de la secundaria que fue mi chambelán, se me declaró para que fuera su novia
Al darse cuenta Mardonio, mi padrino, que yo platicaba mucho con Beto, me prohibió su amistad diciéndome que estaba muy chica para tener novio.
Para que no se enojara conmigo, fingí que le hacía caso pero seguí siendo novia de Beto porque, la verdad, me la pasaba muy padre con él.
Al terminar la secundaria entré a estudiar el bachillerato en la misma prepa que Beto y ahí seguimos nuestro noviazgo, pero a escondidas; Mardonio iba casi todos los días por mí a la escuela y yo no quería que se decepcionara porque me seguía haciendo buenos regalos y eso, pues, a todas las mujeres nos gusta.
De todos modos seguí con Beto, y con él tuve mi primera relación sexual un día que fue a la casa porque no había ido a clases y quería que le pasara los apuntes. Claro, lo hicimos varias veces, siempre que teníamos oportunidad, y creo que llegué a quererlo pero seguí ocultando lo que sentía por él para que no se enojara Mardonio.
Mi “padrino” se fue, durante los últimos días de diciembre, a un viaje de vacaciones por Europa y se tardó como dos meses. Desde donde estaba me enviaba regalos y fotos que se tomaba con su hermano y uno de sus amigos, que también fueron.
En ese tiempo, ya no me escondía mucho de mi noviazgo con Beto y convivimos mucho en la temporada de vacaciones; pero cuando empezaba la Feria de la Bandera, regresó mi padrino de su viaje y volvió a frecuentarme con el pretexto de llevarnos, a mis papás y a mí, los regalos que nos trajo de Europa. Entonces, con la autorización de ellos, me invitaba a la Feria, al cine y a otros lugares muy caros y bonitos.
Lo malo fue que por esos días me di cuenta de que mi menstruación se me había atrasado una semana y me alarmé.
Estando en la escuela, le comenté a Beto lo que me pasaba porque algunas veces no nos aguantamos las ganas y, sin protección alguna, tuvimos relaciones confiando en nuestra buena suerte.
―¡No manches! ―fue su respuesta―, yo no puedo echarme una responsabilidad de esas ahorita ―continuó―. Si mi jefe se entera, me mata.
―Entonces, ¿qué hago? ―le pregunté.
―No sé, deja le pregunto a un tío que tengo, a ver qué me recomienda.
Me quedé esperando su respuesta, dejó de ir una semana a la escuela y su celular lo tenía siempre apagado. Cuando volvió a ir ya llevaba yo casi veinte días de retraso para que me bajara la regla y, además, se hacía el disimulado y se escondía. Entendí lo que pasaba y dejé de buscarlo.
Por esos días, Mardonio me invitó a una fiesta religiosa de un pueblo cercano a la ciudad. Mis papás me dieron permiso de ir con él y nos fuimos desde la tarde; pero, estando allá, llegaron dos de sus amigos y nos propusieron que fuéramos al jaripeo, en un corral donde hacen las corridas de toros como parte de las festividades del pueblo.
Durante las montas, Mardonio y sus amigos se la pasaron tomando y ahí me di cuenta de que mi “padrino” tenía otras intenciones conmigo porque me agarraba la pierna y me abrazaba a cada rato. Yo no decía nada porque como andaba buscando un plan para salir de mi problema, pensé que ojalá y él se casara conmigo.
Cuando íbamos por la salida del pueblo ya era algo tarde y el camino estaba muy oscuro. Como los amigos de Mardonio llevaron carro, se fueron aparte y nosotros, solos, en el de él.
Antes de entrar a la carretera que va para Acapulco, se estacionó con el pretexto de querer hacer del baño; cuando regresó comenzó a decirme que me quería mucho y me abrazó. Yo le puse mi mano en su pierna, como para animarlo a que hiciéramos algo y él no se contuvo; me empezó a besar y a acariciar y yo hacía como que me resistía, pero no gritaba, ni nada. Ahí tuvimos nuestra primera relación sexual; fue algo incómodo, pero lo hicimos. Como estaba borracho, ni se acordó de ponerse un condón. Después lloré un poco, para disimular, y le pedí que nos fuéramos. Él me rogó que no les dijera a mis papás y me prometió que se iba a casar conmigo.
Al llegar, me bajé en silencio y entré a la casa.
Mardonio me siguió buscando y todavía salimos como dos semanas a dar la vuelta. Bueno, en realidad, me llevaba a un hotel que está rumbo a Tuxpan y ahí pasábamos como dos horas pero ya con mi consentimiento. Yo le pedía que no usáramos condón “para disfrutarlo más”, le decía.
En la primera oportunidad que pude hablar con Beto, le dije que no se preocupara, que ya estaba menstruando normalmente pero que no lo quería volver a ver. Al parecer, se alegró con mi mentira porque me dio un abrazo y se fue.
―¿Cuándo vas a pedir mi mano? ―le dije un día a Mardonio, como recordándole su promesa de casarse conmigo.
No contestó, se limitó a ver hacia el piso, pero ese mismo día, en la noche, fue a hablar con mis padres y a los ocho días nos casamos.
―Creo que vas a ser papá… ―le dije en la misma noche de la boda.
Él me abrazó y me juró que sería el mejor padre para nuestro hijo. Desde ese día me prometí que si teníamos una hija, trataría de conseguirle un padrino rico y guapo, como el que yo tuve.
Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com
José I. Delgado Bahena
Cuando lo conocí, y lo vi tan guapo, pensé que cómo no era yo más grande de edad, para enamorarlo y casarme con él. En ese entonces yo era una niña y a él lo invitaron mis padres para que fuera mi padrino de primera comunión.
Lo que sea, estoy segura de que muchas de mis compañeras me envidiaron y hubieran querido estar en mi lugar, con un padrino tan bien parecido y tan rico. Él tenía más de treinta años y mi papá lo conoció porque jugaban futbol en el equipo del CESVI.
Desde que agarró confianza con mis padres, me llevaba a muchos lugares y me obsequiaba muchas cosas; pero lo que más me gustó fue el viaje que me pagó para ir a Acapulco, junto con mis chambelanes, como regalo de quince años. Allá grabamos el videoclip y convivimos en las mejores playas del puerto.
Precisamente, fue allá donde Beto, un compañero de la secundaria que fue mi chambelán, se me declaró para que fuera su novia
Al darse cuenta Mardonio, mi padrino, que yo platicaba mucho con Beto, me prohibió su amistad diciéndome que estaba muy chica para tener novio.
Para que no se enojara conmigo, fingí que le hacía caso pero seguí siendo novia de Beto porque, la verdad, me la pasaba muy padre con él.
Al terminar la secundaria entré a estudiar el bachillerato en la misma prepa que Beto y ahí seguimos nuestro noviazgo, pero a escondidas; Mardonio iba casi todos los días por mí a la escuela y yo no quería que se decepcionara porque me seguía haciendo buenos regalos y eso, pues, a todas las mujeres nos gusta.
De todos modos seguí con Beto, y con él tuve mi primera relación sexual un día que fue a la casa porque no había ido a clases y quería que le pasara los apuntes. Claro, lo hicimos varias veces, siempre que teníamos oportunidad, y creo que llegué a quererlo pero seguí ocultando lo que sentía por él para que no se enojara Mardonio.
Mi “padrino” se fue, durante los últimos días de diciembre, a un viaje de vacaciones por Europa y se tardó como dos meses. Desde donde estaba me enviaba regalos y fotos que se tomaba con su hermano y uno de sus amigos, que también fueron.
En ese tiempo, ya no me escondía mucho de mi noviazgo con Beto y convivimos mucho en la temporada de vacaciones; pero cuando empezaba la Feria de la Bandera, regresó mi padrino de su viaje y volvió a frecuentarme con el pretexto de llevarnos, a mis papás y a mí, los regalos que nos trajo de Europa. Entonces, con la autorización de ellos, me invitaba a la Feria, al cine y a otros lugares muy caros y bonitos.
Lo malo fue que por esos días me di cuenta de que mi menstruación se me había atrasado una semana y me alarmé.
Estando en la escuela, le comenté a Beto lo que me pasaba porque algunas veces no nos aguantamos las ganas y, sin protección alguna, tuvimos relaciones confiando en nuestra buena suerte.
―¡No manches! ―fue su respuesta―, yo no puedo echarme una responsabilidad de esas ahorita ―continuó―. Si mi jefe se entera, me mata.
―Entonces, ¿qué hago? ―le pregunté.
―No sé, deja le pregunto a un tío que tengo, a ver qué me recomienda.
Me quedé esperando su respuesta, dejó de ir una semana a la escuela y su celular lo tenía siempre apagado. Cuando volvió a ir ya llevaba yo casi veinte días de retraso para que me bajara la regla y, además, se hacía el disimulado y se escondía. Entendí lo que pasaba y dejé de buscarlo.
Por esos días, Mardonio me invitó a una fiesta religiosa de un pueblo cercano a la ciudad. Mis papás me dieron permiso de ir con él y nos fuimos desde la tarde; pero, estando allá, llegaron dos de sus amigos y nos propusieron que fuéramos al jaripeo, en un corral donde hacen las corridas de toros como parte de las festividades del pueblo.
Durante las montas, Mardonio y sus amigos se la pasaron tomando y ahí me di cuenta de que mi “padrino” tenía otras intenciones conmigo porque me agarraba la pierna y me abrazaba a cada rato. Yo no decía nada porque como andaba buscando un plan para salir de mi problema, pensé que ojalá y él se casara conmigo.
Cuando íbamos por la salida del pueblo ya era algo tarde y el camino estaba muy oscuro. Como los amigos de Mardonio llevaron carro, se fueron aparte y nosotros, solos, en el de él.
Antes de entrar a la carretera que va para Acapulco, se estacionó con el pretexto de querer hacer del baño; cuando regresó comenzó a decirme que me quería mucho y me abrazó. Yo le puse mi mano en su pierna, como para animarlo a que hiciéramos algo y él no se contuvo; me empezó a besar y a acariciar y yo hacía como que me resistía, pero no gritaba, ni nada. Ahí tuvimos nuestra primera relación sexual; fue algo incómodo, pero lo hicimos. Como estaba borracho, ni se acordó de ponerse un condón. Después lloré un poco, para disimular, y le pedí que nos fuéramos. Él me rogó que no les dijera a mis papás y me prometió que se iba a casar conmigo.
Al llegar, me bajé en silencio y entré a la casa.
Mardonio me siguió buscando y todavía salimos como dos semanas a dar la vuelta. Bueno, en realidad, me llevaba a un hotel que está rumbo a Tuxpan y ahí pasábamos como dos horas pero ya con mi consentimiento. Yo le pedía que no usáramos condón “para disfrutarlo más”, le decía.
En la primera oportunidad que pude hablar con Beto, le dije que no se preocupara, que ya estaba menstruando normalmente pero que no lo quería volver a ver. Al parecer, se alegró con mi mentira porque me dio un abrazo y se fue.
―¿Cuándo vas a pedir mi mano? ―le dije un día a Mardonio, como recordándole su promesa de casarse conmigo.
No contestó, se limitó a ver hacia el piso, pero ese mismo día, en la noche, fue a hablar con mis padres y a los ocho días nos casamos.
―Creo que vas a ser papá… ―le dije en la misma noche de la boda.
Él me abrazó y me juró que sería el mejor padre para nuestro hijo. Desde ese día me prometí que si teníamos una hija, trataría de conseguirle un padrino rico y guapo, como el que yo tuve.
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jose_delgado9@hotmail.com
miércoles, marzo 16, 2011
MANUAL PARA PERVERSOS
El mejor padrino
José I. Delgado Bahena
Los padres de Cristina eligieron a quien creyeron el mejor de los padrinos para que la acompañara el día de su primera comunión.
Mardonio, a sus treinta y cuatro años, era dueño de un local donde vendía motocicletas, lo que le llevó a convertirse en el empresario más rico y el más codiciado por las solteras de la ciudad.
Por eso, Gustavo, el padre de Cristina, aprovechando que conocía a Mardonio, ya que jugaban juntos en un equipo de futbol de la liga municipal, le pidió a su amigo que le hiciera el honor de apadrinar a su hija, quien ya se preparaba para tomar, por primera vez, la sagrada hostia.
―¡Claro que sí! Ya verás qué regalo le daré a mi ahijada ―contestó el futuro compadre.
A sus doce años, Cristina se sintió maravillada con la moto de origen argentino que su padrino le regaló.
―Mira hija: esta chulada de moto se llama Hot 90 Sweet y fue pensada para mujeres hermosas como tú ―le dijo Mardonio, limpiándose la boca del mole que le habían invitado por la comida de la festejada.
A partir de entonces, el padrino de Cristina entraba y salía de la casa de la ahijada, como si fuera la suya, llevando siempre regalos para ella. Esto les llenaba de vanidad a Gustavo y a Martina, los padres, quienes presumían ante sus vecinos y familiares de lo generoso que era su compadre.
Un viaje a Acapulco fue el regalo que Mardonio le hizo a Cristina por motivo de sus quince años y de que había terminado con buenas calificaciones su educación secundaria.
―¡Ay, compadre! ―le dijo un día Martina―, ¿cómo le vamos a corresponder tantas atenciones para mi hija?
―No se preocupe comadre. Ya me han correspondido dándome una ahijada muy chula y muy inteligente.
Estando Cristina ya en el bachillerato, Mardonio comenzó a invitarla al cine, en la nueva plaza comercial; o la llevaba a cenar, con el beneplácito de los padres quienes veían con buenos ojos que el compadre estacionara su lujoso auto frente a su casa, cuando iba en busca de la ahijada.
Por estos días, Mardonio invitó a Cristina a la fiesta de un pueblo cercano que celebra el Segundo Viernes de Cuaresma. “Ahí conocerás las tradiciones de esa comunidad”, le dijo, “verás sus danzas, sus costumbres y probarás la cochinita, que es típica del pueblo, y la gente de ahí les ofrecen un taco de este platillo a todos los visitantes”.
Gustavo y Martina, por la confianza que ya le tenían al compadre, le dieron permiso de que Cristina lo acompañara a esa fiesta religiosa.
Mardonio esperó pacientemente a que la ahijada regresara de la prepa, se bañara y se vistiera con otras ropas. Cuando estuvo lista, salieron hacia el pueblo.
Estando allá, y casi a punto de regresar a la ciudad, él recibió una llamada en su celular.
“¿Qué pasó, güey?”, oyó Cristina al atender él la llamada. “Sí, estoy con mi ahijada… claro que sí, vénganse; estamos junto a la iglesia, cuando lleguen me marcas.”
―Son dos de mis cuates ―le explicó Mardonio―, quieren venir a la fiesta.
Cristina, sin posibilidad de opinar, se limitó a sonreír en un claro gesto de aceptación que el padrino entendió de cariño y le impulsó a abrazarla y darle un beso en la mejilla.
Cuando los amigos de Mardonio llegaron, les propusieron que fueran al jaripeo que se lleva a cabo en un corral, a la orilla del pueblo, junto a la cancha de futbol.
Atardecía cuando inició la fiesta de los toros con la música de la banda “La Pecadora”, contratada para ese día. Ellos, de inmediato pidieron una tanda de cervezas que ingirieron de un trago y le siguieron muchas más, lo que les llevó a perder la noción del tiempo y cuando lo advirtieron ya eran casi las doce de la noche.
―Ya vámonos, padrino ―dijo Cristina―, mis papás debe estar preocupados.
―Si mija ―respondió él poniendo su mano derecha sobre la pierna de ella.
Los amigos se fueron en su auto. Pero a Mardonio, bajo los efectos de las cervezas que había bebido, se le encendieron los sentidos; entonces, antes de salir del pueblo, orilló su carro cerca de un árbol y, protegido por la oscuridad de la noche, abusó sexualmente de su ahijada quien, a pesar de la resistencia que opuso, tuvo que soportar el ultraje en esa, y otras muchas ocasiones, en que los confiados padres permitieron la cercana compañía de quien ellos consideraron el mejor padrino para su hija.
Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com
José I. Delgado Bahena
Los padres de Cristina eligieron a quien creyeron el mejor de los padrinos para que la acompañara el día de su primera comunión.
Mardonio, a sus treinta y cuatro años, era dueño de un local donde vendía motocicletas, lo que le llevó a convertirse en el empresario más rico y el más codiciado por las solteras de la ciudad.
Por eso, Gustavo, el padre de Cristina, aprovechando que conocía a Mardonio, ya que jugaban juntos en un equipo de futbol de la liga municipal, le pidió a su amigo que le hiciera el honor de apadrinar a su hija, quien ya se preparaba para tomar, por primera vez, la sagrada hostia.
―¡Claro que sí! Ya verás qué regalo le daré a mi ahijada ―contestó el futuro compadre.
A sus doce años, Cristina se sintió maravillada con la moto de origen argentino que su padrino le regaló.
―Mira hija: esta chulada de moto se llama Hot 90 Sweet y fue pensada para mujeres hermosas como tú ―le dijo Mardonio, limpiándose la boca del mole que le habían invitado por la comida de la festejada.
A partir de entonces, el padrino de Cristina entraba y salía de la casa de la ahijada, como si fuera la suya, llevando siempre regalos para ella. Esto les llenaba de vanidad a Gustavo y a Martina, los padres, quienes presumían ante sus vecinos y familiares de lo generoso que era su compadre.
Un viaje a Acapulco fue el regalo que Mardonio le hizo a Cristina por motivo de sus quince años y de que había terminado con buenas calificaciones su educación secundaria.
―¡Ay, compadre! ―le dijo un día Martina―, ¿cómo le vamos a corresponder tantas atenciones para mi hija?
―No se preocupe comadre. Ya me han correspondido dándome una ahijada muy chula y muy inteligente.
Estando Cristina ya en el bachillerato, Mardonio comenzó a invitarla al cine, en la nueva plaza comercial; o la llevaba a cenar, con el beneplácito de los padres quienes veían con buenos ojos que el compadre estacionara su lujoso auto frente a su casa, cuando iba en busca de la ahijada.
Por estos días, Mardonio invitó a Cristina a la fiesta de un pueblo cercano que celebra el Segundo Viernes de Cuaresma. “Ahí conocerás las tradiciones de esa comunidad”, le dijo, “verás sus danzas, sus costumbres y probarás la cochinita, que es típica del pueblo, y la gente de ahí les ofrecen un taco de este platillo a todos los visitantes”.
Gustavo y Martina, por la confianza que ya le tenían al compadre, le dieron permiso de que Cristina lo acompañara a esa fiesta religiosa.
Mardonio esperó pacientemente a que la ahijada regresara de la prepa, se bañara y se vistiera con otras ropas. Cuando estuvo lista, salieron hacia el pueblo.
Estando allá, y casi a punto de regresar a la ciudad, él recibió una llamada en su celular.
“¿Qué pasó, güey?”, oyó Cristina al atender él la llamada. “Sí, estoy con mi ahijada… claro que sí, vénganse; estamos junto a la iglesia, cuando lleguen me marcas.”
―Son dos de mis cuates ―le explicó Mardonio―, quieren venir a la fiesta.
Cristina, sin posibilidad de opinar, se limitó a sonreír en un claro gesto de aceptación que el padrino entendió de cariño y le impulsó a abrazarla y darle un beso en la mejilla.
Cuando los amigos de Mardonio llegaron, les propusieron que fueran al jaripeo que se lleva a cabo en un corral, a la orilla del pueblo, junto a la cancha de futbol.
Atardecía cuando inició la fiesta de los toros con la música de la banda “La Pecadora”, contratada para ese día. Ellos, de inmediato pidieron una tanda de cervezas que ingirieron de un trago y le siguieron muchas más, lo que les llevó a perder la noción del tiempo y cuando lo advirtieron ya eran casi las doce de la noche.
―Ya vámonos, padrino ―dijo Cristina―, mis papás debe estar preocupados.
―Si mija ―respondió él poniendo su mano derecha sobre la pierna de ella.
Los amigos se fueron en su auto. Pero a Mardonio, bajo los efectos de las cervezas que había bebido, se le encendieron los sentidos; entonces, antes de salir del pueblo, orilló su carro cerca de un árbol y, protegido por la oscuridad de la noche, abusó sexualmente de su ahijada quien, a pesar de la resistencia que opuso, tuvo que soportar el ultraje en esa, y otras muchas ocasiones, en que los confiados padres permitieron la cercana compañía de quien ellos consideraron el mejor padrino para su hija.
Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com
miércoles, marzo 09, 2011
MANUAL PARA PERVERSOS
La mujer de enfrente
José I. Delgado Bahena
―¡Eres un macho! ―le gritó, mientras descolgaba el teléfono para marcar al 066 en demanda de auxilio.
―Ni lo digas, perra… ―le respondió con voz pastosa por las cervezas que había ingerido toda la tarde en compañía de su compadre Samuel.
―¡Sí, eso eres! ―le gritó mientras marcaba― No sé cómo te he aguantado todos estos años siendo tu sirvienta sin sueldo, tu amante, la niñera de tus hijos, tu cocinera. Cuando te casaste conmigo no querías una esposa sino todo eso, ¡y gratis!
―¡Cállate! Mejor no digas nada. No eres una santa. ¿Crees que no me he dado cuenta de lo provocativa que eres hasta con mi compadre? Si hasta pareces perra en celo; te gusta llevar a los hombres detrás de ti.
Mientras hablaba, se quitó el cinturón que había comprado en la feria y se lo enrolló en la mano, con la gruesa hebilla colgando en uno de sus extremos, en evidente gesto de amenaza hacia su mujer.
―¡Anda, pégame! Así serás bueno: con las mujeres. Eres igual a todos los machos. Bueno…―dijo, al escuchar la voz del otro lado de la línea― por favor que manden una patrulla, vivo en Tomatal, en el barrio de la…
No pudo continuar. Arturo le quitó el auricular y lo colocó sobre el aparato.
Desde hacía trece años que vivían en unión libre, durante los cuáles habían tenido dos hijas. Ahora, Hilaria se encontraba otra vez embarazada y el ginecólogo les había informado que nuevamente tendrían una niña.
―En vez de ser buena para alegar y llamar a la policía, deberías serlo para darme un machito. Puras viejas sabes hacer. Ya me están dando ganas de cambiarte.
―¡Pues hazlo! ¿Qué esperas? Ni creas que te voy a llorar. Hombres como tú se encuentran en cada esquina.
―¡Cállate, cusca! ―le gritó al tiempo que descargaba un cinturonazo sobre el rostro de Hilaria― Ya imaginaba que andabas de caliente. Seguramente las chamacas ni son mis hijas, mucho menos la que viene.
Con el impacto del golpe, ella había caído sobre el sofá, llorando más por la rabia que por el dolor. Al quedar cerca de la mesita donde tenían el teléfono, alcanzó a oír una voz tenue que decía: “deme su domicilio para ir en su ayuda”.
―¡Infeliz! ―dijo ella, alzando la voz y protegiéndose con uno de sus brazos ante la amenaza de un segundo golpe― Te aprovechas de que soy mujer. No sé para qué nos vinimos a vivir aquí, en la Palma, tan lejos de mis hermanos.
―Eso querías, ¿no? Para andar de mancornadora a tus anchas mientras me iba a trabajar. ¡Ándale, confiesa!
―¿Qué querías? ―contestó ella con rencor―, si tú mismo me decías: “Baila con mi compadre, ya ves que yo tengo dos pies izquierdos”. Sí ―continuó, tratando de hacer tiempo―, cuando bailé con él sentí calientitas sus manos y su aliento suave quemándome las orejas. Y tú, bebe y bebe, no me culpes.
―¡Maldita perra! ―la insultó descargando dos cintarazos, seguidos de un puntapié, sobre el abultado vientre de Hilaria―, seguramente la chamaca que viene es de mi compadre. Ya sospechaba esto. ¡Con razón tienes puras viejas… si no son mías!
Hilaria no respondió. El dolor en su estómago era insoportable y un líquido que le brotaba de su entrepierna le escurría por las rodillas. En posición fetal, lloraba apretando los dientes para no decirle que sí; que, efectivamente, orillada por sus malos tratos aceptó las dulces palabras de su compadre Samuel y se dejó conducir por él, en incontables ocasiones, hacia los lugares más apartados de la ciudad para dar rienda suelta a sus impulsos y a sus ansias insatisfechas. Sí, también quería decirle que el bebé que esperaba era de su compadre y que se había enterado en uno de los libros de Paulita, la mayor de sus hijas, que el hombre es el que determina el sexo de los hijos, nomás para bajarle los humos de macho mexicano…
No lo hizo. Apretó más los dientes para soportar el dolor en el bajo vientre y siguió llorando en espera de que hubieran entendido su llamado.
Arturo, al ver las condiciones en que había dejado a su mujer, superó un poco su estado de ebriedad y, reaccionando cobardemente, se colocó el cinturón en su pantalón disponiéndose a salir de la casa.
Al abrir la puerta se encontró con tres vecinos que guiaban a los agentes de la policía.
***
Un saludo y muchos abrazos para mi hija: Nancy Yanet Delgado Contreras, por cumplir hoy un año más de vida. ¡Felicidades!
Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com
José I. Delgado Bahena
―¡Eres un macho! ―le gritó, mientras descolgaba el teléfono para marcar al 066 en demanda de auxilio.
―Ni lo digas, perra… ―le respondió con voz pastosa por las cervezas que había ingerido toda la tarde en compañía de su compadre Samuel.
―¡Sí, eso eres! ―le gritó mientras marcaba― No sé cómo te he aguantado todos estos años siendo tu sirvienta sin sueldo, tu amante, la niñera de tus hijos, tu cocinera. Cuando te casaste conmigo no querías una esposa sino todo eso, ¡y gratis!
―¡Cállate! Mejor no digas nada. No eres una santa. ¿Crees que no me he dado cuenta de lo provocativa que eres hasta con mi compadre? Si hasta pareces perra en celo; te gusta llevar a los hombres detrás de ti.
Mientras hablaba, se quitó el cinturón que había comprado en la feria y se lo enrolló en la mano, con la gruesa hebilla colgando en uno de sus extremos, en evidente gesto de amenaza hacia su mujer.
―¡Anda, pégame! Así serás bueno: con las mujeres. Eres igual a todos los machos. Bueno…―dijo, al escuchar la voz del otro lado de la línea― por favor que manden una patrulla, vivo en Tomatal, en el barrio de la…
No pudo continuar. Arturo le quitó el auricular y lo colocó sobre el aparato.
Desde hacía trece años que vivían en unión libre, durante los cuáles habían tenido dos hijas. Ahora, Hilaria se encontraba otra vez embarazada y el ginecólogo les había informado que nuevamente tendrían una niña.
―En vez de ser buena para alegar y llamar a la policía, deberías serlo para darme un machito. Puras viejas sabes hacer. Ya me están dando ganas de cambiarte.
―¡Pues hazlo! ¿Qué esperas? Ni creas que te voy a llorar. Hombres como tú se encuentran en cada esquina.
―¡Cállate, cusca! ―le gritó al tiempo que descargaba un cinturonazo sobre el rostro de Hilaria― Ya imaginaba que andabas de caliente. Seguramente las chamacas ni son mis hijas, mucho menos la que viene.
Con el impacto del golpe, ella había caído sobre el sofá, llorando más por la rabia que por el dolor. Al quedar cerca de la mesita donde tenían el teléfono, alcanzó a oír una voz tenue que decía: “deme su domicilio para ir en su ayuda”.
―¡Infeliz! ―dijo ella, alzando la voz y protegiéndose con uno de sus brazos ante la amenaza de un segundo golpe― Te aprovechas de que soy mujer. No sé para qué nos vinimos a vivir aquí, en la Palma, tan lejos de mis hermanos.
―Eso querías, ¿no? Para andar de mancornadora a tus anchas mientras me iba a trabajar. ¡Ándale, confiesa!
―¿Qué querías? ―contestó ella con rencor―, si tú mismo me decías: “Baila con mi compadre, ya ves que yo tengo dos pies izquierdos”. Sí ―continuó, tratando de hacer tiempo―, cuando bailé con él sentí calientitas sus manos y su aliento suave quemándome las orejas. Y tú, bebe y bebe, no me culpes.
―¡Maldita perra! ―la insultó descargando dos cintarazos, seguidos de un puntapié, sobre el abultado vientre de Hilaria―, seguramente la chamaca que viene es de mi compadre. Ya sospechaba esto. ¡Con razón tienes puras viejas… si no son mías!
Hilaria no respondió. El dolor en su estómago era insoportable y un líquido que le brotaba de su entrepierna le escurría por las rodillas. En posición fetal, lloraba apretando los dientes para no decirle que sí; que, efectivamente, orillada por sus malos tratos aceptó las dulces palabras de su compadre Samuel y se dejó conducir por él, en incontables ocasiones, hacia los lugares más apartados de la ciudad para dar rienda suelta a sus impulsos y a sus ansias insatisfechas. Sí, también quería decirle que el bebé que esperaba era de su compadre y que se había enterado en uno de los libros de Paulita, la mayor de sus hijas, que el hombre es el que determina el sexo de los hijos, nomás para bajarle los humos de macho mexicano…
No lo hizo. Apretó más los dientes para soportar el dolor en el bajo vientre y siguió llorando en espera de que hubieran entendido su llamado.
Arturo, al ver las condiciones en que había dejado a su mujer, superó un poco su estado de ebriedad y, reaccionando cobardemente, se colocó el cinturón en su pantalón disponiéndose a salir de la casa.
Al abrir la puerta se encontró con tres vecinos que guiaban a los agentes de la policía.
***
Un saludo y muchos abrazos para mi hija: Nancy Yanet Delgado Contreras, por cumplir hoy un año más de vida. ¡Felicidades!
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jose_delgado9@hotmail.com
jueves, marzo 03, 2011
miércoles, marzo 02, 2011
MANUAL PARA PERVERSOS
“Cuarenta y veinte”
José I. Delgado Bahena
La conoció por pura casualidad. Él, Agustín ―de cuarenta y dos años de edad―, era maestro en una escuela secundaria del centro de la ciudad y tenía un año que le habían diagnosticado, en el ISSSTE, la enfermedad de la diabetes y una hipertensión arterial provocada por el desorden en su alimentación que le tenía siempre con los triglicéridos y el colesterol al tope.
Ella, Mónica ―a punto de cumplir los veinte―, recién había entrado a trabajar en el laboratorio de análisis clínicos donde él acudía, cada dos meses, a revisar sus niveles de glucosa.
Mónica capturaba, en la computadora, los datos de los pacientes y ahí se conocieron; pero comenzaron a tratarse por el mes de diciembre, cuando se encontraron en la combi que ambos abordaron, ya que ella vivía con sus padres y su hermano, de apenas doce años, en una colonia por el rumbo donde también vivía Agustín.
―Hola ―le dijo él, al ver que Mónica se había sentado justo frente a él y acomodaba su bolso sobre sus rodillas.
―Hola ―contestó ella, sonriente y preguntándose de dónde conocía a aquel señor que le saludaba amablemente.
―No te acuerdas de mí, ¿verdad? Soy cliente del laboratorio donde trabajas.
―¡Ah, sí!, disculpe. Es que, ¡son tantos los que acuden con nosotros!
Ahí comenzó una conversación que no terminó en el corto viaje que realizaron, lo que los llevó a intercambiar números de teléfonos y direcciones de correo electrónico.
Él le enviaba mensajes a su celular todas las mañanas, antes de comenzar sus clases, saludándola e invitándola a tomar un café o a cenar “un día de estos”.
En su primera cita, en un café del centro, Agustín le confió que era casado pero que, en los últimos meses, la convivencia con su mujer navegaba en el río de la amistad y la tolerancia; que tenía dos hijos con los que ya no convivía por estar, uno, en la universidad y otro en el bachillerato; de manera que su vida transcurría en un mar de apatía y soledad.
Mónica, correspondiendo a la confianza de él, le contó que recién había terminado una relación con un chavo del CREN a quien le hallaba con frecuencia rastros de infidelidad; por lo que decidió cortar por lo sano y prefirió quedar en libertad, más tranquila y sin compromiso.
Después de esa convivencia vinieron muchas más. A él no le importaba que algún conocido pudiera verlos y le fuera con “el chisme” a su esposa. Ella se justificaba diciendo a sus amigas que esa amistad le enseñaba más que la relación que había terminado con su novio normalista.
Por eso, y por lo que fuera, no instalaron ninguna barrera para dar salida a sus sentimientos y, retando al mundo, se besaban en público como adolescentes enamorados.
Un día, después de haber estado en el cine, ella le pidió que la llevara a un lugar más… íntimo, donde pudieran estar más a gusto, sin las indiscretas miradas de la gente.
Agustín entendió la sugerencia y, en un taxi, se fueron a un hotel, en la orilla de la ciudad, donde, por primera vez, él conoció la tersa dulzura de la piel de Mónica que lo transportó hacia el rejuvenecido sol de la esperanza.
Desde entonces, más que novios, fueron amantes y él se dejaba llevar por las frenéticas y tempestuosas aguas juveniles que Mónica dejaba libres en compañía de Agustín cuando iban a la disco, al café, al cine o a nadar.
Definitivamente, era lo que él esperaba para salir de su rutinaria vida; pero olvidaba las mil recomendaciones que el médico del ISSSTE le hacía y los cuidados en su alimentación que su esposa procuraba, a pesar del distanciamiento en el que se encontraban.
Y llegó la feria de la bandera.
Mónica convenció a Agustín de que se subieran al temerario juego mecánico del “martillo”.
Al estar sentados, y permitir que el operador les ajustara los cintos de seguridad, él advirtió que su hijo, estudiante de preparatoria, se encontraba sentado frente a él, viéndolo fijamente en clara actitud de reclamo.
El movimiento de la máquina no le permitió articular ninguna palabra. Cerró los ojos y se dejó abrazar por Mónica. Fue la única sensación que disfrutó. Los violentos giros del aparato le cortaban la respiración y le hacían sentir que medio cuerpo dejaba en las alturas cuando el asiento en el que iban descendía vertiginosamente.
Al detenerse por completo el “martillo”, Mónica dejó de abrazar a Agustín sólo para darse cuenta de su inmovilidad.
Los gritos desesperados que emitió atrajeron la atención del controlador del juego quien de inmediato se comunicó con los paramédicos de la feria, solicitando una atención innecesaria para Agustín quien había dejado, en una de las vueltas del “martillo”, la flor de la esperanza que sembró en la lava ardiente que era Mónica.
+++
YA ESTÁ A LA VENTA, EN TODAS LA LIBRERÍAS DE IGUALA Y CHILPANCINGO, EL “MANUAL PARA PERVERSOS”.
Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com
José I. Delgado Bahena
La conoció por pura casualidad. Él, Agustín ―de cuarenta y dos años de edad―, era maestro en una escuela secundaria del centro de la ciudad y tenía un año que le habían diagnosticado, en el ISSSTE, la enfermedad de la diabetes y una hipertensión arterial provocada por el desorden en su alimentación que le tenía siempre con los triglicéridos y el colesterol al tope.
Ella, Mónica ―a punto de cumplir los veinte―, recién había entrado a trabajar en el laboratorio de análisis clínicos donde él acudía, cada dos meses, a revisar sus niveles de glucosa.
Mónica capturaba, en la computadora, los datos de los pacientes y ahí se conocieron; pero comenzaron a tratarse por el mes de diciembre, cuando se encontraron en la combi que ambos abordaron, ya que ella vivía con sus padres y su hermano, de apenas doce años, en una colonia por el rumbo donde también vivía Agustín.
―Hola ―le dijo él, al ver que Mónica se había sentado justo frente a él y acomodaba su bolso sobre sus rodillas.
―Hola ―contestó ella, sonriente y preguntándose de dónde conocía a aquel señor que le saludaba amablemente.
―No te acuerdas de mí, ¿verdad? Soy cliente del laboratorio donde trabajas.
―¡Ah, sí!, disculpe. Es que, ¡son tantos los que acuden con nosotros!
Ahí comenzó una conversación que no terminó en el corto viaje que realizaron, lo que los llevó a intercambiar números de teléfonos y direcciones de correo electrónico.
Él le enviaba mensajes a su celular todas las mañanas, antes de comenzar sus clases, saludándola e invitándola a tomar un café o a cenar “un día de estos”.
En su primera cita, en un café del centro, Agustín le confió que era casado pero que, en los últimos meses, la convivencia con su mujer navegaba en el río de la amistad y la tolerancia; que tenía dos hijos con los que ya no convivía por estar, uno, en la universidad y otro en el bachillerato; de manera que su vida transcurría en un mar de apatía y soledad.
Mónica, correspondiendo a la confianza de él, le contó que recién había terminado una relación con un chavo del CREN a quien le hallaba con frecuencia rastros de infidelidad; por lo que decidió cortar por lo sano y prefirió quedar en libertad, más tranquila y sin compromiso.
Después de esa convivencia vinieron muchas más. A él no le importaba que algún conocido pudiera verlos y le fuera con “el chisme” a su esposa. Ella se justificaba diciendo a sus amigas que esa amistad le enseñaba más que la relación que había terminado con su novio normalista.
Por eso, y por lo que fuera, no instalaron ninguna barrera para dar salida a sus sentimientos y, retando al mundo, se besaban en público como adolescentes enamorados.
Un día, después de haber estado en el cine, ella le pidió que la llevara a un lugar más… íntimo, donde pudieran estar más a gusto, sin las indiscretas miradas de la gente.
Agustín entendió la sugerencia y, en un taxi, se fueron a un hotel, en la orilla de la ciudad, donde, por primera vez, él conoció la tersa dulzura de la piel de Mónica que lo transportó hacia el rejuvenecido sol de la esperanza.
Desde entonces, más que novios, fueron amantes y él se dejaba llevar por las frenéticas y tempestuosas aguas juveniles que Mónica dejaba libres en compañía de Agustín cuando iban a la disco, al café, al cine o a nadar.
Definitivamente, era lo que él esperaba para salir de su rutinaria vida; pero olvidaba las mil recomendaciones que el médico del ISSSTE le hacía y los cuidados en su alimentación que su esposa procuraba, a pesar del distanciamiento en el que se encontraban.
Y llegó la feria de la bandera.
Mónica convenció a Agustín de que se subieran al temerario juego mecánico del “martillo”.
Al estar sentados, y permitir que el operador les ajustara los cintos de seguridad, él advirtió que su hijo, estudiante de preparatoria, se encontraba sentado frente a él, viéndolo fijamente en clara actitud de reclamo.
El movimiento de la máquina no le permitió articular ninguna palabra. Cerró los ojos y se dejó abrazar por Mónica. Fue la única sensación que disfrutó. Los violentos giros del aparato le cortaban la respiración y le hacían sentir que medio cuerpo dejaba en las alturas cuando el asiento en el que iban descendía vertiginosamente.
Al detenerse por completo el “martillo”, Mónica dejó de abrazar a Agustín sólo para darse cuenta de su inmovilidad.
Los gritos desesperados que emitió atrajeron la atención del controlador del juego quien de inmediato se comunicó con los paramédicos de la feria, solicitando una atención innecesaria para Agustín quien había dejado, en una de las vueltas del “martillo”, la flor de la esperanza que sembró en la lava ardiente que era Mónica.
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