La donna è mobile.
José I. Delgado Bahena
Aldo despertó con el cuerpo dolorido por la incomodidad de su improvisada cama.
Al abrir los ojos y ver a un lado suyo a Óscar, su amigo de toda la vida desde que se conocieron en el Cbtis No. 56, de la ciudad de Iguala, recordó, con la nitidez de un rayo que se clavó en su conciencia adormecida ―más por la cruda moral que la provocada por los efectos de las cervezas y el tequila que había bebido el día anterior―, el por qué se encontraban en esa situación…
Los dos amigos trabajaban como vendedores en una tienda de aparatos electrodomésticos del centro de la ciudad y todos los días acostumbraban comer juntos.
―¿Qué crees güey? ―le dijo Aldo a Óscar mientras esperaban las tortas que habían ordenado en aquel local cercano a la parroquia de San Francisco―, ayer le pedí a Lulú que se case conmigo.
―¡Qué cabrón! ―exclamó su amigo ante la confidencia de Aldo―, ¿por qué no me lo habías dicho?
―Porque no me decidía. Pero ayer la noté un poco distante y sentí que la perdía. La verdad, pues… tú sabes que la quiero mucho y si me quedo sin ella, pues… no sé qué sería de mi vida.
―¡Huy, amigo! ¿Y, qué te dijo?
―Me pidió que esperara este fin de semana. Dijo que iba a cuidar a su abuelita, que está enferma, y no nos podríamos ver, pero aprovecharía para pensarlo.
―Bueno, ¿qué te parece si al rato, después de cerrar la tienda, vamos a tomarnos unas caguamas y me cuentas más detalles?
Ya en la noche, después de estar un par de horas en una cantina por el periférico, y de terminarse el dinero que llevaban, se dispusieron a retirarse a sus casas; pero, al cruzar la avenida en busca de un taxi, sus pasos los llevaron hasta la entrada de un lujoso salón de fiestas donde se llevaba a cabo la recepción de una boda. Sobre el marco de la puerta, un gran corazón de rosas blancas tenía los nombres de los novios: Elba y Fernando. Los recién casados recibían a los invitados ahí, en la puerta, y un mesero los llevaba a sus mesas de acuerdo con el número que tenían en sus pases.
―Vente ―le dijo Óscar a su amigo poniendo su brazo derecho sobre sus hombros y llevándolo hacia el salón de fiestas―. Ya sé cómo vamos a seguir tomando.
―¿Qué pasó, pinche Fer? ―le dijo al novio, provocando su desconcierto y el asombro de la novia―, me enteré que te ibas a casar y no lo quería creer. Por eso le dije a Aldo: vamos a ver si es cierto. No te acuerdas de nosotros, ¿verdad? Por eso no nos invitaste, ¡claro! ¿Sí te acuerdas que estudiamos juntos en la secu?
El novio no sabía qué responder; pero, para no quedar en mal y agilizar el paso, ya que otros invitados se encontraban a la espera de ser atendidos, les pidió a los dos amigos que pasaran a la fiesta y al mesero le indicó que los acomodara en una mesa.
―Gracias, güey ―dijo Óscar, abrazando a los novios y jalando del brazo a Aldo―, te debemos tu regalo.
Los acomodaron cerca de la mesa de honor, donde se encontraba un gran pastel de seis pisos, y un mesero los atendió llevando una botella de tequila, junto con todo el servicio, que los amigos se dispusieron a beber inmediatamente.
Al poco rato, con la algarabía de la fiesta y entusiasmados con el trato que recibían, hasta se motivaron para participar en “la víbora” y pasaron a bailar el vals con la novia.
Después, cuando todos los invitados tomaron sus lugares para cenar y disfrutar de la participación del cantante Yovanni Catalán que interpretó un repertorio de temas populares con su gran voz de tenor, Aldo distinguió, entre la penumbra que le provocaba el alcohol ingerido, la esbelta figura de Lulú, quien entraba en esos momentos llevando, en una de sus manos, un regalo con envoltura plateada y con la otra enlazaba los dedos en la mano de su acompañante.
―¡Hija de la chingada! ―exclamó levantándose impulsado por el dolor de los celos al ver a su novia en actitud amorosa con un desconocido― ¿No que iba a cuidar a su abuelita?
No pensó más ni dijo nada. Tomó de la mesa de honor el cuchillo que un mesero había colocado junto al pastel y corrió, seguido por Óscar, hacia la pareja.
El impulso que llevaba y el alcohol que había tomado le perturbaron sus movimientos y lo hicieron trastabillar, pero llegó hasta Lulú, descargando, con el cuchillo que llevaba empuñado, un golpe frontal sobre su pecho.
Óscar se fue a puñetazos sobre el joven que acompañaba a Lulú.
Dos hombres uniformados, encargados de la seguridad del salón, detuvieron a Aldo y los meseros contuvieron al agresivo Óscar que tenía en el piso al compañero de la novia de su amigo. Yovanni entonaba en esos momentos el famoso tema de Verdi: “La donna è mobile” (la mujer es voluble).
La herida de Lulú no fue de muerte, pero fue suficiente para que los dos amigos amanecieran, en calidad de detenidos, en los separos de la policía.
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