miércoles, marzo 16, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

El mejor padrino



José I. Delgado Bahena


Los padres de Cristina eligieron a quien creyeron el mejor de los padrinos para que la acompañara el día de su primera comunión.
Mardonio, a sus treinta y cuatro años, era dueño de un local donde vendía motocicletas, lo que le llevó a convertirse en el empresario más rico y el más codiciado por las solteras de la ciudad.
Por eso, Gustavo, el padre de Cristina, aprovechando que conocía a Mardonio, ya que jugaban juntos en un equipo de futbol de la liga municipal, le pidió a su amigo que le hiciera el honor de apadrinar a su hija, quien ya se preparaba para tomar, por primera vez, la sagrada hostia.
―¡Claro que sí! Ya verás qué regalo le daré a mi ahijada ―contestó el futuro compadre.
A sus doce años, Cristina se sintió maravillada con la moto de origen argentino que su padrino le regaló.
―Mira hija: esta chulada de moto se llama Hot 90 Sweet y fue pensada para mujeres hermosas como tú ―le dijo Mardonio, limpiándose la boca del mole que le habían invitado por la comida de la festejada.
A partir de entonces, el padrino de Cristina entraba y salía de la casa de la ahijada, como si fuera la suya, llevando siempre regalos para ella. Esto les llenaba de vanidad a Gustavo y a Martina, los padres, quienes presumían ante sus vecinos y familiares de lo generoso que era su compadre.
Un viaje a Acapulco fue el regalo que Mardonio le hizo a Cristina por motivo de sus quince años y de que había terminado con buenas calificaciones su educación secundaria.
―¡Ay, compadre! ―le dijo un día Martina―, ¿cómo le vamos a corresponder tantas atenciones para mi hija?
―No se preocupe comadre. Ya me han correspondido dándome una ahijada muy chula y muy inteligente.
Estando Cristina ya en el bachillerato, Mardonio comenzó a invitarla al cine, en la nueva plaza comercial; o la llevaba a cenar, con el beneplácito de los padres quienes veían con buenos ojos que el compadre estacionara su lujoso auto frente a su casa, cuando iba en busca de la ahijada.
Por estos días, Mardonio invitó a Cristina a la fiesta de un pueblo cercano que celebra el Segundo Viernes de Cuaresma. “Ahí conocerás las tradiciones de esa comunidad”, le dijo, “verás sus danzas, sus costumbres y probarás la cochinita, que es típica del pueblo, y la gente de ahí les ofrecen un taco de este platillo a todos los visitantes”.
Gustavo y Martina, por la confianza que ya le tenían al compadre, le dieron permiso de que Cristina lo acompañara a esa fiesta religiosa.
Mardonio esperó pacientemente a que la ahijada regresara de la prepa, se bañara y se vistiera con otras ropas. Cuando estuvo lista, salieron hacia el pueblo.
Estando allá, y casi a punto de regresar a la ciudad, él recibió una llamada en su celular.
“¿Qué pasó, güey?”, oyó Cristina al atender él la llamada. “Sí, estoy con mi ahijada… claro que sí, vénganse; estamos junto a la iglesia, cuando lleguen me marcas.”
―Son dos de mis cuates ―le explicó Mardonio―, quieren venir a la fiesta.
Cristina, sin posibilidad de opinar, se limitó a sonreír en un claro gesto de aceptación que el padrino entendió de cariño y le impulsó a abrazarla y darle un beso en la mejilla.
Cuando los amigos de Mardonio llegaron, les propusieron que fueran al jaripeo que se lleva a cabo en un corral, a la orilla del pueblo, junto a la cancha de futbol.
Atardecía cuando inició la fiesta de los toros con la música de la banda “La Pecadora”, contratada para ese día. Ellos, de inmediato pidieron una tanda de cervezas que ingirieron de un trago y le siguieron muchas más, lo que les llevó a perder la noción del tiempo y cuando lo advirtieron ya eran casi las doce de la noche.
―Ya vámonos, padrino ―dijo Cristina―, mis papás debe estar preocupados.
―Si mija ―respondió él poniendo su mano derecha sobre la pierna de ella.
Los amigos se fueron en su auto. Pero a Mardonio, bajo los efectos de las cervezas que había bebido, se le encendieron los sentidos; entonces, antes de salir del pueblo, orilló su carro cerca de un árbol y, protegido por la oscuridad de la noche, abusó sexualmente de su ahijada quien, a pesar de la resistencia que opuso, tuvo que soportar el ultraje en esa, y otras muchas ocasiones, en que los confiados padres permitieron la cercana compañía de quien ellos consideraron el mejor padrino para su hija.


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