miércoles, marzo 09, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

La mujer de enfrente



José I. Delgado Bahena


―¡Eres un macho! ―le gritó, mientras descolgaba el teléfono para marcar al 066 en demanda de auxilio.
―Ni lo digas, perra… ―le respondió con voz pastosa por las cervezas que había ingerido toda la tarde en compañía de su compadre Samuel.
―¡Sí, eso eres! ―le gritó mientras marcaba― No sé cómo te he aguantado todos estos años siendo tu sirvienta sin sueldo, tu amante, la niñera de tus hijos, tu cocinera. Cuando te casaste conmigo no querías una esposa sino todo eso, ¡y gratis!
―¡Cállate! Mejor no digas nada. No eres una santa. ¿Crees que no me he dado cuenta de lo provocativa que eres hasta con mi compadre? Si hasta pareces perra en celo; te gusta llevar a los hombres detrás de ti.
Mientras hablaba, se quitó el cinturón que había comprado en la feria y se lo enrolló en la mano, con la gruesa hebilla colgando en uno de sus extremos, en evidente gesto de amenaza hacia su mujer.
―¡Anda, pégame! Así serás bueno: con las mujeres. Eres igual a todos los machos. Bueno…―dijo, al escuchar la voz del otro lado de la línea― por favor que manden una patrulla, vivo en Tomatal, en el barrio de la…
No pudo continuar. Arturo le quitó el auricular y lo colocó sobre el aparato.
Desde hacía trece años que vivían en unión libre, durante los cuáles habían tenido dos hijas. Ahora, Hilaria se encontraba otra vez embarazada y el ginecólogo les había informado que nuevamente tendrían una niña.
―En vez de ser buena para alegar y llamar a la policía, deberías serlo para darme un machito. Puras viejas sabes hacer. Ya me están dando ganas de cambiarte.
―¡Pues hazlo! ¿Qué esperas? Ni creas que te voy a llorar. Hombres como tú se encuentran en cada esquina.
―¡Cállate, cusca! ―le gritó al tiempo que descargaba un cinturonazo sobre el rostro de Hilaria― Ya imaginaba que andabas de caliente. Seguramente las chamacas ni son mis hijas, mucho menos la que viene.
Con el impacto del golpe, ella había caído sobre el sofá, llorando más por la rabia que por el dolor. Al quedar cerca de la mesita donde tenían el teléfono, alcanzó a oír una voz tenue que decía: “deme su domicilio para ir en su ayuda”.
―¡Infeliz! ―dijo ella, alzando la voz y protegiéndose con uno de sus brazos ante la amenaza de un segundo golpe― Te aprovechas de que soy mujer. No sé para qué nos vinimos a vivir aquí, en la Palma, tan lejos de mis hermanos.
―Eso querías, ¿no? Para andar de mancornadora a tus anchas mientras me iba a trabajar. ¡Ándale, confiesa!
―¿Qué querías? ―contestó ella con rencor―, si tú mismo me decías: “Baila con mi compadre, ya ves que yo tengo dos pies izquierdos”. Sí ―continuó, tratando de hacer tiempo―, cuando bailé con él sentí calientitas sus manos y su aliento suave quemándome las orejas. Y tú, bebe y bebe, no me culpes.
―¡Maldita perra! ―la insultó descargando dos cintarazos, seguidos de un puntapié, sobre el abultado vientre de Hilaria―, seguramente la chamaca que viene es de mi compadre. Ya sospechaba esto. ¡Con razón tienes puras viejas… si no son mías!
Hilaria no respondió. El dolor en su estómago era insoportable y un líquido que le brotaba de su entrepierna le escurría por las rodillas. En posición fetal, lloraba apretando los dientes para no decirle que sí; que, efectivamente, orillada por sus malos tratos aceptó las dulces palabras de su compadre Samuel y se dejó conducir por él, en incontables ocasiones, hacia los lugares más apartados de la ciudad para dar rienda suelta a sus impulsos y a sus ansias insatisfechas. Sí, también quería decirle que el bebé que esperaba era de su compadre y que se había enterado en uno de los libros de Paulita, la mayor de sus hijas, que el hombre es el que determina el sexo de los hijos, nomás para bajarle los humos de macho mexicano…
No lo hizo. Apretó más los dientes para soportar el dolor en el bajo vientre y siguió llorando en espera de que hubieran entendido su llamado.
Arturo, al ver las condiciones en que había dejado a su mujer, superó un poco su estado de ebriedad y, reaccionando cobardemente, se colocó el cinturón en su pantalón disponiéndose a salir de la casa.
Al abrir la puerta se encontró con tres vecinos que guiaban a los agentes de la policía.


***


Un saludo y muchos abrazos para mi hija: Nancy Yanet Delgado Contreras, por cumplir hoy un año más de vida. ¡Felicidades!


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