miércoles, octubre 27, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

El qué dirán
José I. Delgado Bahena
Wendy es maestra de Literatura en una escuela de nivel superior de la ciudad. Su vida es ordenada y se templa en el cuidado de sus tres hijos: de quince años, el mayor, de trece y diez los otros dos. Pero, a pesar de su aparente calma, en su interior carga una tormenta que desgrana rayos de amargura en su corazón, y cada noche, al verificar que sus hijos duermen y al apagar las luces de la casa, el insomnio se apodera de su mente y le mantiene con los ojos abiertos, desesperanzados, y en la penumbra cree ver dos pequeños brazos que se extienden hacia ella al tiempo que con una voz tierna le dicen: ¡mamá!
Hace dieciocho conoció el amor y se entregó a él con la ilusión azul de toda joven enamorada que cree en las promesas, y se dejó llevar por la pasión que resultó en un embarazo que no fue respaldado por el padre del bebé y fue negado por la madre de ella.
Ante el temor al qué dirán, Macrina, la madre de Wendy, la obligó a ocultarse en casa cuando su cuerpo comenzó a delatarla y no la dejó salir hasta que nació el niño, a quien acostumbró a ver a su madre con la figura de una hermana.
Ni un abrazo, ni un cariño, ni una palabra de madre y mucho menos amamantarlo, fueron las prohibiciones de Macrina hacia Wendy con respecto a su hijo. Si una leve muestra de amor hacia el niño salía de sus labios, inmediatamente llegaba la represión y los golpes por parte de Macrina.
Esta situación tan ruin, deplorable y dolorosa que vivía, poco a poco la fue hartando y decidió huir de su casa llevando a su pequeño hijo en sus brazos y una pequeña maleta con sus escasas pertenencias colgando de un hombro. Con esa huida de la prisión materna, supuso que se acabarían los golpes, las humillaciones y los insultos, y que podría abrazar a su hijo con libertad, besarlo, mimarlo, consolarlo, amamantarlo… y en poco tiempo le diría: ¡mamá!
El poco dinero que llevaba sólo le permitió llegar a una colonia de la misma ciudad, donde vivía su amiga Verónica, a quien le contó lo ocurrido y de quien obtuvo el apoyo.
La madre pagó a un grupo de judiciales para que la encontraran y a los pocos días se la entregaron a las puertas de su casa. Uno de ellos llevaba al pequeño entre sus brazos y dos bajaron a Wendy de una camioneta negra, en vilo, encadenada y sangrando por la nariz a causa de los evidentes golpes que le habían dado, por órdenes de Macrina.
Su amiga Verónica presentó una denuncia ante el ministerio público, pero ésta fue rechazada ya que, antes, la madre de Wendy había interpuesto otra en su contra por el secuestro del menor.
El enclaustramiento volvió a la vida de Wendy y con ello los golpes; pero ahora no sólo de la madre sino también de su hermano mayor.
Pasaron los días y nuevamente fue planeando la manera de escapar del reclusorio en el que se había convertido su casa materna.
Cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, como pudo y ya sin el peso del niño ni alguna bolsa con ropa, como la anterior vez, saltó la barda de la casa y corrió, corrió, corrió… como si en ello se le fuera la vida, como la pequeña vida de ocho meses que había dejado y que le causaba un gran dolor.
Se fue a otra ciudad, vagó por otros rumbos, hasta que encontró el apoyo de un hombre bueno que le ayudó para seguir con sus estudios y se casó con ella. Después regresó a buscar a su hijo, pero la casa estaba vacía: todos se habían ido con rumbo desconocido.
Hoy, después de dieciocho años, aún sigue llorando por las noches, al imaginar a su pequeño; llora su desventura por haberse atrevido a tener al hijo de un padre cobarde, que decidió irse a los Estados Unidos, y de una madre que prefirió esconder a su hija y negarle la maternidad sólo y únicamente por el qué dirán.
Escríbeme: jose_delgado9@hotmail.com

martes, octubre 19, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

La noticia
José I. Delgado Bahena
La conocí hace poco, hará cosa de tres o cuatro meses. Ella vivía a tres cuadras de aquí, en la misma colonia, y era amiga de mi comadre Elvia, que es mi vecina. Había llegado del Estado de México –dijo que venía de Ecatepec− y arrastraba dos penas: la incertidumbre de un chamaco de dos años, que no quería dejar el pecho, y el miedo que le sembró en el corazón un marido celoso, que la maltrataba, y a quien dejó allá, un día que quedó perdido de borracho.
Se vino a Iguala a invitación de mi comadre que la encontró llorando en la terminal de autobuses y la acompañó, aquí, a buscar trabajo en algún restaurante, donde solicitaran cocinera, hasta que halló uno en una cantina por el “peri”, donde tenía que preparar las botanas.
Yo la vi sólo como en cuatro ocasiones y nomás platicamos una mañana que yo estaba con mi comadre, en su casa, y ella llegó a pedirle que la dejara lavar su ropa porque, para variar, en la colonia hacía días que no nos llegaba el agua y mi “coma” tiene una cisterna muy grande.
Mientras lavaba, me contó que se llamaba Martha, que tenía veintiséis años y que los últimos tres los había vivido con Ernesto, su marido. Dijo que al principio, él, sí era celoso; pero sólo se ponía serio cuando creía que ella les echaba miraditas a otros hombres. Al ver que me interesaba en su historia, me confió:
“Después comenzó a tomar, llegaba bien briago y me insultaba, pero no me hacía nada porque estaba embarazada. Hasta que un domingo, cuando ya nuestro hijo tenía año y medio de edad, llevó a la casa a su amigo Sergio −eran compañeros de trabajo en la fábrica de La Corona, donde hacen jabones−, se pusieron a ver el futbol y a beber unas caguamas que habían comprado en la tienda. Yo los atendí, les preparé sus totopos y les puse unas rajas de chiles en vinagre. Primero me lo agradeció y hasta me dio una nalgada delante de su amigo, como cariñito, pero después, cuando Sergio se fue, me reclamó y me dijo que por qué tantas atenciones para su amigo. Le contesté que estaba loco; entonces, me dio un jalón de los cabellos y me tiró al piso. Quise levantarme pero no me dejó. Me tiró otra vez con una patada en las costillas y ahí me dejó, llorando con un dolor inmenso en las costillas.”
¡Por dios! –le dije− ¿Y qué hiciste?
−Nada –me contestó limpiando sus lágrimas con la muñeca de su mano derecha−. Al otro día, cuando se fue a su trabajo, tomé a mi niño y, como pude, me fui al Seguro, porque el dolor de las costillas no me dejó dormir. Me tomaron una placa y vieron que tenía dos costillas rotas. Me tuvieron que operar y él me apoyó, pero sólo al principio, porque después tuvo que ir mi hermana a ayudarme con el quehacer de la casa.
−¿Y no lo acusaste? –le pregunté.
−No. Me prometió que iba a cambiar y que iba a dejar de tomar. No lo hizo. Al contrario: llegaba borracho más seguido y me insultaba mucho.
−¿Y luego?−
−Pues ya, lo último que hizo fue llevar a la casa a una piruja. No me respetó ni le importó su hijo. Me dijo que esa mujer era mejor hembra que yo, delante de ella me dio una cachetada y me obligó a darles de comer. Como veía que yo andaba muy seria, sacó una pistola que tenía en el cajón de sus calcetines y me amenazó con matarme si no los atendía bien. Me asusté, pero me aguanté el miedo nomás por el niño. Les destapé otras cervezas y me metí al cuarto, con mi hijo, pero no me dormí. Cuando salí, estaban tirados, él y la mujer, en la sala, desnudos y perdidos de borrachos. Entonces, tomé unas cuantas cosas y a mi hijo. Me fui al metro, llegué a la terminal de Taxqueña y me senté a llorar; ahí me encontró Elvia y me convenció de venirme a Iguala.
Cuando terminó de contarme su desventura, le temblaba la barbilla y se mordía los labios para no soltar el llanto. No supe qué decirle, sólo la abracé, le dije unas cuantas palabras y me despedí de ella y de mi comadre porque tenía que ir a preparar las tortas que el mayor de mis hijos vende en la escuela donde estudia.
Esa fue la última vez que la vi. Hasta ahora que me enteré, en el periódico, que había sido encontrada muerta, apuñalada, dentro de un costal que tiraron en el canal, por la calle de Álvarez. Cuando vi su rostro, en la foto de la noticia, no lo quería creer −por lo buena gente que era Martha− y lloré de impotencia.
Mi comadre sospecha de un mesero de la misma cantina donde trabajaba, porque ella le contó que ese hombre la acosaba. También creo que pudo ser el marido, que la halló aquí: quién sabe. Ojalá las autoridades hagan su trabajo, porque me da mucho coraje que una, como mujer, esté siempre desprotegida y haya tantas como Martha que son maltratadas, violadas y asesinadas, y sigamos tan campantes viviendo en la impunidad.
Escríbeme: jose_delgado9@hotmail.com

domingo, octubre 17, 2010

QUÉDATE CONMIGO

No te vayas amor, no tan temprano,
no te salgas tan pronto de mi vida;
mi corazón se hundía en mi triste verano
y en el mar negro de una estrella perdida.

Llegaste con tu chispa encendiendo mi destino
que estaba extraviado en una nube de dolor,
sembraste caracoles de amor en mi camino
y escribiste la historia por un mundo mejor.

Hoy que en mi alma habitas con tu blanca sonrisa
y vivo entre las nubes de un sueño que cumplí,
te pido, corazón, no vayas tan de prisa,
quédate aquí, conmigo, te quiero para mí.

No me dejes, te pido: déjame ser tu dueño,
eres la medicina de mi sangrante herida.
Quédate conmigo y haz mi sueño tu sueño;
sabes que te amo como a nadie en la vida.

Dedicado para alguien muy especial que me ha dedicado la canción "CONTIGO" de Yuridia.




miércoles, octubre 13, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

“Desde el CERESO…”
José I. Delgado Bahena
¿Qué pensabas? ¿Creíste que por haberme echado la tira encima para que me apañaran, te ibas a escapar de mí? Pues no, mira: he estado aguantando todo. Primero la “bienvenida” de los compas de celda, que se creen reyes nomás porque llevan más tiempo aquí, después la pinche comida que te ponen en un tambo a donde tienes que llevar tu “plato” que muchos hacen cortando un envase de refresco. Además, claro, de las pestilencias y los malos tratos de los malditos custodios que se ensañan con uno, como si ahí fueran a vivir siempre. Ah, y por si fuera poco, lo que tenemos que hacer para pagar por todo, hasta el pase de lista te cuesta.
Todo, todo eso lo aguanto nomás pensando en el día en que salga para buscarte y entregarte tu pasaporte, aunque tenga que regresar a este maldito lugar con una condena más grande, iré y te ayudaré a pasar el río y te empujaré al infierno, de donde eres, porque eres una bruja, una diabla, una perra del demonio.
Ya sé: dirás que soy un tonto porque te estoy poniendo sobre aviso con esta carta que mi camarada “El burro” me hizo el favor de darle a su vieja que vino a la visita conyugal. Pero no te preocupes, el mundo es chiquito y de una vez te digo: los toques que te voy a dar no te los quitará ni la méndiga de tu madre. Y si se puede pues hasta ella sabrá de mí.
De plano, te pasaste. Aprovecharte de que mi chamba como repartidor de periódico no nos daba lo suficiente y me sugeriste que me fuera de chalán con tu tío Chabelo para ayudarle a hacer sus trabajos de electricista y ahí aprendí mi mejor oficio. Sólo a él, a él sí le agradezco que me enseñó cómo hacer los cableados, las tierras y las corrientes, las instalaciones y los trucos para que los medidores no registren completo el gasto de la energía. Pero tú… ¿te tengo que agradecer que me hayas jugado chueco con ese wey que conociste en la escuela donde estudiabas la primaria para adultos?
¿Ya se te olvidó? Ya no te acuerdas que me dijiste: “Para no aburrirme, mientras vas a hacer tus chambas de electricista, yo entraré a estudiar en el INEA”.
¡Claro! Más que aprender, buscabas diversión y la encontraste con ese tipo, porque eres una cuzca. Ah, y tu maldita madre, la alcahueta, ¡hasta te cuidaba a nuestro niño! A ella no le haré nada, no la maltrataré físicamente, pero le dolerá más esta carta. Enséñasela. A ver si después puede dormir tranquila.
¿Crees que puedo olvidar toda la chinga que me llevaba ranurando paredes, cargando la escalera, haciendo zanjas mientras tú le dabas vuelo a tus instintos? Y luego: ¡en la misma casa!, donde los encontré haciendo sus porquerías.
Lo malo es que no llevaba más que desarmadores y las heridas que te hice no te mandaron al panteón, como yo quería; por eso pudiste escapar para echarme a la poli y me acusaste de intento de homicidio, lo que me costará una buena temporada aquí. Pero recuerda: “No hay plazo que no se cumpla…” Un día saldré y no te salvará ni el nuevo wey con el que estés, porque de seguro ya andas de caliente enredada en otros cuerpos.
Mientras, aquí estaré, aguantando, sobrellevando el ritmo de mis compañeros reclusos y de los custodios que por todo nos sacan dinero. Ni modo. Esta vida no la elegí. Ahora aprenderé a hacer cinturones para sacar algo de dinero para las cuotas y para la mota, que ya probé aquí y me gustó, porque todo cuesta. Todo hay, aunque lo dudes. Aquí conseguimos hasta tequila, pero cuesta más que en la calle.
Cuando salga te llevaré tu regalito. No te escondas, te encontraré donde estés para darte un encarguito. Por favor cuida tu perra vida, no quiero que te mueras antes de que salga de aquí de este lugar de readaptación al que me enviaste.
Escríbeme: jose_delgado9@hotmail.com

miércoles, octubre 06, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

¡Las malditas feromonas!
José I. Delgado Bahena
Se conocieron desde la primaria, cuando ambos estudiaban el sexto grado en la escuela Andrés Figueroa. En ese entonces, ellos: Tania y Manuel, además de Lina, salieron triunfadores en sus respectivos grupos en los exámenes de la Olimpiada del Conocimiento que a nivel escuela les aplicaron sus maestros. Y en la evaluación final, en la que decidieron quién de los tres representaría al centro de trabajo donde estudiaban, Tania fue la ganadora. Entonces, el director les pidió a Manuel y a Lina que ayudaran a estudiar a su compañera para la siguiente etapa. La mamá de Lina no aceptó que su hija apoyara a Tania, incluso manifestó una gran molestia y difamó a los maestros diciendo que hubo fraude en la selección, sólo porque Tanía era hija de la hermana del director de la escuela.
Desde entonces, por el mes de marzo de ese año, hasta mayo, cuando fue el examen de zona, que Tania también ganó, convivieron y compartieron muchas tardes en la casa de ella, repasando los temas que habían estudiado en clase. Con ello se fue propiciando un mayor acercamiento físico y en los sentimientos.
−Un día me casaré contigo –dijo Manuel, tomando la mano derecha de Tania y mirándole a los ojos. Ella no manifestó ninguna reacción; sólo bajó la mirada hacia sus libros en un mudo gesto de aceptación.
El destino los separó. A Tania la inscribieron en la ESPI y a Manuel en la Jaime Torres Bodet, para continuar con sus estudios en ese nivel de secundaria. Aún así siguieron en contacto a través de los mensajes en sus celulares y por medio del Messenger; pero, poco a poco, el sentimiento infantil que nació en la primaria, se fue quedando dormido, agazapado, mientras desahogaban sus emociones en las relaciones que construyeron con sus adolescentes compañeros de las nuevas escuelas.
Todo habría seguido bien, si no es porque, casualmente, se volvieron a encontrar en la etapa del bachillerato y, para hacer más efectiva la coincidencia, les tocó en el mismo grupo.
A sus quince años, las feromonas les activaron el recuerdo y les despertaron el interés que surgió en su niñez, propiciado por las tardes de estudio, y motivaron, en ella, el impulso por hablarle a él, por reanudar aquello que se interrumpió en la adolescencia.
−Hola –dijo Tania, sentándose en una silla vacía, a un lado de Manuel−. ¿Ya no te piensas casar conmigo?
−¿Cómo estás? –respondió él, acerándose a ella para besarla en la mejilla.
−Bien, gracias. Pero, ¿por qué no contestas mi pregunta? –insistió con una sonrisa coqueta.
−Claro que sí –respondió decidido−, pero cuando seamos grandes.
−Mientras tanto –aceptó Tania−, ¿por qué no me invitas al cine?
Primero fue el cine, luego el café, el balneario, el parque; cualquier lugar y a cualquier hora después de clase eran propicios para estar juntos. Incluso, con la autorización de la madre de ella, se pasaban parte de la noche afuera de su casa, sentados en una jardinera, respondiendo a sus juveniles impulsos y al nuevo sentimiento que se acrecentaba cada día. Con ello, las promesas de una vida juntos y un matrimonio feliz se fueron fincando con firmeza en sus corazones y les permitían otros atrevimientos que encontraban su límite en las caricias que ella le permitía y que él se llevaba para disfrutarlas todavía en la intimidad de su cuarto.
Una tarde, en que la madre de Tania no se encontraba en casa, y con el pretexto de ver las fotos de la fiesta de clausura de su generación, en la "Andrés Figueroa", Tania invitó a Manuel a pasar al interior de su casa. Más tarde, después de gozar con los recuerdos y las apariencias infantiles que encontraron en las fotografías, las feromonas fueron más incitantes y provocaron en los jóvenes los deseos reprimidos durante los furtivos besos y las caricias callejeras. Sin límites ni reservas, dejaron que sus ansias respondieran a las urgencias sexuales, que despertaron con los aromas corporales, y se entregaron en la correspondencia de los fluidos sin precaución y protección alguna. Esa fue la primera de tantas que, confiados en su suerte, aprovecharon las constantes ausencias de la madre de Tania para soltar sus impulsos y enredar el amor en la confusión de la complacencia de los cuerpos.
Todo iba bien, hasta que Tania detectó la interrupción de su menstruación y le llenó de angustia. Juntos pensaron en soluciones para terminar con el embarazo inesperado que les alteraba la vida. Manuel encontró, en el mal consejo de un amigo del Tecnológico, la sugerencia de un aborto provocado en la clínica de un médico conocido suyo quien le aseguró que, a cambio de cierta cantidad de dinero, en una tarde les resolvía el problema.
Una fuerte infección en el útero y una constante hemorragia que no logró contener Tania durante la noche, fueron las consecuencias de la inducción del aborto que el médico realizó con el peor procedimiento: el de dilatación y raspado, y fueron las causas de su muerte, de su adelanto de este mundo, por dejarse convencer por las malditas feromonas.
Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com