miércoles, octubre 06, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

¡Las malditas feromonas!
José I. Delgado Bahena
Se conocieron desde la primaria, cuando ambos estudiaban el sexto grado en la escuela Andrés Figueroa. En ese entonces, ellos: Tania y Manuel, además de Lina, salieron triunfadores en sus respectivos grupos en los exámenes de la Olimpiada del Conocimiento que a nivel escuela les aplicaron sus maestros. Y en la evaluación final, en la que decidieron quién de los tres representaría al centro de trabajo donde estudiaban, Tania fue la ganadora. Entonces, el director les pidió a Manuel y a Lina que ayudaran a estudiar a su compañera para la siguiente etapa. La mamá de Lina no aceptó que su hija apoyara a Tania, incluso manifestó una gran molestia y difamó a los maestros diciendo que hubo fraude en la selección, sólo porque Tanía era hija de la hermana del director de la escuela.
Desde entonces, por el mes de marzo de ese año, hasta mayo, cuando fue el examen de zona, que Tania también ganó, convivieron y compartieron muchas tardes en la casa de ella, repasando los temas que habían estudiado en clase. Con ello se fue propiciando un mayor acercamiento físico y en los sentimientos.
−Un día me casaré contigo –dijo Manuel, tomando la mano derecha de Tania y mirándole a los ojos. Ella no manifestó ninguna reacción; sólo bajó la mirada hacia sus libros en un mudo gesto de aceptación.
El destino los separó. A Tania la inscribieron en la ESPI y a Manuel en la Jaime Torres Bodet, para continuar con sus estudios en ese nivel de secundaria. Aún así siguieron en contacto a través de los mensajes en sus celulares y por medio del Messenger; pero, poco a poco, el sentimiento infantil que nació en la primaria, se fue quedando dormido, agazapado, mientras desahogaban sus emociones en las relaciones que construyeron con sus adolescentes compañeros de las nuevas escuelas.
Todo habría seguido bien, si no es porque, casualmente, se volvieron a encontrar en la etapa del bachillerato y, para hacer más efectiva la coincidencia, les tocó en el mismo grupo.
A sus quince años, las feromonas les activaron el recuerdo y les despertaron el interés que surgió en su niñez, propiciado por las tardes de estudio, y motivaron, en ella, el impulso por hablarle a él, por reanudar aquello que se interrumpió en la adolescencia.
−Hola –dijo Tania, sentándose en una silla vacía, a un lado de Manuel−. ¿Ya no te piensas casar conmigo?
−¿Cómo estás? –respondió él, acerándose a ella para besarla en la mejilla.
−Bien, gracias. Pero, ¿por qué no contestas mi pregunta? –insistió con una sonrisa coqueta.
−Claro que sí –respondió decidido−, pero cuando seamos grandes.
−Mientras tanto –aceptó Tania−, ¿por qué no me invitas al cine?
Primero fue el cine, luego el café, el balneario, el parque; cualquier lugar y a cualquier hora después de clase eran propicios para estar juntos. Incluso, con la autorización de la madre de ella, se pasaban parte de la noche afuera de su casa, sentados en una jardinera, respondiendo a sus juveniles impulsos y al nuevo sentimiento que se acrecentaba cada día. Con ello, las promesas de una vida juntos y un matrimonio feliz se fueron fincando con firmeza en sus corazones y les permitían otros atrevimientos que encontraban su límite en las caricias que ella le permitía y que él se llevaba para disfrutarlas todavía en la intimidad de su cuarto.
Una tarde, en que la madre de Tania no se encontraba en casa, y con el pretexto de ver las fotos de la fiesta de clausura de su generación, en la "Andrés Figueroa", Tania invitó a Manuel a pasar al interior de su casa. Más tarde, después de gozar con los recuerdos y las apariencias infantiles que encontraron en las fotografías, las feromonas fueron más incitantes y provocaron en los jóvenes los deseos reprimidos durante los furtivos besos y las caricias callejeras. Sin límites ni reservas, dejaron que sus ansias respondieran a las urgencias sexuales, que despertaron con los aromas corporales, y se entregaron en la correspondencia de los fluidos sin precaución y protección alguna. Esa fue la primera de tantas que, confiados en su suerte, aprovecharon las constantes ausencias de la madre de Tania para soltar sus impulsos y enredar el amor en la confusión de la complacencia de los cuerpos.
Todo iba bien, hasta que Tania detectó la interrupción de su menstruación y le llenó de angustia. Juntos pensaron en soluciones para terminar con el embarazo inesperado que les alteraba la vida. Manuel encontró, en el mal consejo de un amigo del Tecnológico, la sugerencia de un aborto provocado en la clínica de un médico conocido suyo quien le aseguró que, a cambio de cierta cantidad de dinero, en una tarde les resolvía el problema.
Una fuerte infección en el útero y una constante hemorragia que no logró contener Tania durante la noche, fueron las consecuencias de la inducción del aborto que el médico realizó con el peor procedimiento: el de dilatación y raspado, y fueron las causas de su muerte, de su adelanto de este mundo, por dejarse convencer por las malditas feromonas.
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