martes, octubre 19, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

La noticia
José I. Delgado Bahena
La conocí hace poco, hará cosa de tres o cuatro meses. Ella vivía a tres cuadras de aquí, en la misma colonia, y era amiga de mi comadre Elvia, que es mi vecina. Había llegado del Estado de México –dijo que venía de Ecatepec− y arrastraba dos penas: la incertidumbre de un chamaco de dos años, que no quería dejar el pecho, y el miedo que le sembró en el corazón un marido celoso, que la maltrataba, y a quien dejó allá, un día que quedó perdido de borracho.
Se vino a Iguala a invitación de mi comadre que la encontró llorando en la terminal de autobuses y la acompañó, aquí, a buscar trabajo en algún restaurante, donde solicitaran cocinera, hasta que halló uno en una cantina por el “peri”, donde tenía que preparar las botanas.
Yo la vi sólo como en cuatro ocasiones y nomás platicamos una mañana que yo estaba con mi comadre, en su casa, y ella llegó a pedirle que la dejara lavar su ropa porque, para variar, en la colonia hacía días que no nos llegaba el agua y mi “coma” tiene una cisterna muy grande.
Mientras lavaba, me contó que se llamaba Martha, que tenía veintiséis años y que los últimos tres los había vivido con Ernesto, su marido. Dijo que al principio, él, sí era celoso; pero sólo se ponía serio cuando creía que ella les echaba miraditas a otros hombres. Al ver que me interesaba en su historia, me confió:
“Después comenzó a tomar, llegaba bien briago y me insultaba, pero no me hacía nada porque estaba embarazada. Hasta que un domingo, cuando ya nuestro hijo tenía año y medio de edad, llevó a la casa a su amigo Sergio −eran compañeros de trabajo en la fábrica de La Corona, donde hacen jabones−, se pusieron a ver el futbol y a beber unas caguamas que habían comprado en la tienda. Yo los atendí, les preparé sus totopos y les puse unas rajas de chiles en vinagre. Primero me lo agradeció y hasta me dio una nalgada delante de su amigo, como cariñito, pero después, cuando Sergio se fue, me reclamó y me dijo que por qué tantas atenciones para su amigo. Le contesté que estaba loco; entonces, me dio un jalón de los cabellos y me tiró al piso. Quise levantarme pero no me dejó. Me tiró otra vez con una patada en las costillas y ahí me dejó, llorando con un dolor inmenso en las costillas.”
¡Por dios! –le dije− ¿Y qué hiciste?
−Nada –me contestó limpiando sus lágrimas con la muñeca de su mano derecha−. Al otro día, cuando se fue a su trabajo, tomé a mi niño y, como pude, me fui al Seguro, porque el dolor de las costillas no me dejó dormir. Me tomaron una placa y vieron que tenía dos costillas rotas. Me tuvieron que operar y él me apoyó, pero sólo al principio, porque después tuvo que ir mi hermana a ayudarme con el quehacer de la casa.
−¿Y no lo acusaste? –le pregunté.
−No. Me prometió que iba a cambiar y que iba a dejar de tomar. No lo hizo. Al contrario: llegaba borracho más seguido y me insultaba mucho.
−¿Y luego?−
−Pues ya, lo último que hizo fue llevar a la casa a una piruja. No me respetó ni le importó su hijo. Me dijo que esa mujer era mejor hembra que yo, delante de ella me dio una cachetada y me obligó a darles de comer. Como veía que yo andaba muy seria, sacó una pistola que tenía en el cajón de sus calcetines y me amenazó con matarme si no los atendía bien. Me asusté, pero me aguanté el miedo nomás por el niño. Les destapé otras cervezas y me metí al cuarto, con mi hijo, pero no me dormí. Cuando salí, estaban tirados, él y la mujer, en la sala, desnudos y perdidos de borrachos. Entonces, tomé unas cuantas cosas y a mi hijo. Me fui al metro, llegué a la terminal de Taxqueña y me senté a llorar; ahí me encontró Elvia y me convenció de venirme a Iguala.
Cuando terminó de contarme su desventura, le temblaba la barbilla y se mordía los labios para no soltar el llanto. No supe qué decirle, sólo la abracé, le dije unas cuantas palabras y me despedí de ella y de mi comadre porque tenía que ir a preparar las tortas que el mayor de mis hijos vende en la escuela donde estudia.
Esa fue la última vez que la vi. Hasta ahora que me enteré, en el periódico, que había sido encontrada muerta, apuñalada, dentro de un costal que tiraron en el canal, por la calle de Álvarez. Cuando vi su rostro, en la foto de la noticia, no lo quería creer −por lo buena gente que era Martha− y lloré de impotencia.
Mi comadre sospecha de un mesero de la misma cantina donde trabajaba, porque ella le contó que ese hombre la acosaba. También creo que pudo ser el marido, que la halló aquí: quién sabe. Ojalá las autoridades hagan su trabajo, porque me da mucho coraje que una, como mujer, esté siempre desprotegida y haya tantas como Martha que son maltratadas, violadas y asesinadas, y sigamos tan campantes viviendo en la impunidad.
Escríbeme: jose_delgado9@hotmail.com

No hay comentarios.: