miércoles, agosto 10, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

De por sí que soy risueño…
José I. Delgado Bahena
El día en que Victorino le puso una golpiza al conductor de la combi quien, por querer ganarle el paso, a él, que conducía su moto frente al mercado de las flores, y le había golpeado una salpicadera con uno de los manubrios, no imaginó que su refrán se volvería en su contra.
“De por sí que soy risueño, y luego que me haces cosquillas…”, decía siempre para burlarse de las amenazas. Pero ese día había salido todo enchilado de su casa por la conversación tan áspera que había tenido con Magda, su mujer, y buscaba no a quien se la debía, sino quien se la pagara.
Todo había comenzado en la noche anterior cuando, sin apagar la tele de la sala, entró al baño y Magda le gritó:
―¡¿Todavía vas a ver la tele, o la apago?!
―¡La estoy oyendo! ―contestó él mientras aligeraba los intestinos.
Su mujer no hizo caso y apagó el aparato. Él salió y la buscó en la cocina, junto al refri, donde acomodaba las gelatinas que Luis, su hijo menor, vendería al día siguiente en el mercado.
―¿Por qué apagaste la tele, perra?
―Porque ya no la veías, y como la luz se gasta en balde…
―Pues, es la última vez que lo haces, eh… A la otra te voy a poner una madrina que ni tu pinche madre te va a poder quitar.
―Con mi madre no te metas, infeliz ―le advirtió ella―. No se te olvide que el presidente municipal es su amigo y no te la vas a acabar.
―Huy, sí. Pues dile que no se confíe. Se cree mucho porque es la líder de los puesteros del centro, pero pronto se le acabará el negocito y a ver luego a quienes explota.
―Eso no te importa, pendejo, y en vez de estarla criticando deberías buscar trabajo para no estar de mantenido ―le escupió Magda en el rostro.
―¡¿Ah, sí?! O sea que ya te cansaste de apoyarme en lo que encuentro un empleo digno… No te preocupes, en cualquier chico rato me iré y no me verán ni el polvo.
―Pues te estás tardando, ¿no crees? Mejor apúrate porque tal vez sea yo la que te dé la sorpresa ―dijo Magda cerrando la conversación al salir de la cocina y dirigirse al baño.
Por eso, su día no pintaba nada bien; y porque a esa hora, en que ocurrió el incidente con el “combiero”, las horadadas calles del lugar estaban repletas, tanto por la gente que acudía al mercado, como por los puestos de los vendedores informales que habían ido ganando terreno, en los últimos dos años en que las autoridades municipales se habían enfrascado en líos internos en vez de resolver los asuntos que la ciudadanía les reclamaba.
Él salió de su casa con la esperanza de que en la calle encontrara alguna distracción y poder olvidar las broncas con su mujer quien, sólo porque su madre le había conseguido un permiso para tener un local de verdura en el mercado ―y pagaba la mayor parte de los gastos―, se creía la de los pantalones en su familia.
Victoriano, a pesar de haber querido eludir el encontronazo con la combi de la 24 de febrero, no pudo hacerlo ante el riesgo de golpear a una señora que, con dificultad, se abría paso entre la multitud y, sin remedio, tuvo que enfrentar al iracundo conductor quien bajó de la combi y, sin decir “agua va”, le soltó un puñetazo que le rompió el labio inferior con una herida que le hizo probar la sangre de su boca lastimada.
Por el golpe, Victoriano fue a dar al charco que se formó en uno de los muchos baches que hay en esa calle y la moto quedó sobre una de sus piernas. Dos jóvenes le ayudaron a levantarse y él de inmediato saltó sobre el individuo que le había roto la boca.
Por la sorpresa, el conductor de la combi no resistió el empellón que Victoriano le dio y ambos fueron a dar al piso. El “combiero” quedó debajo de Victoriano quien, aprovechando lo ventajoso de su posición, descargó tal cantidad de golpes sobre el rostro de su agresor que, de no ser por Magda, seguramente habría necesitado un par de operaciones reconstructivas en su cara para volver a ser reconocido.
Cuando su mujer llegó, que había dejado el puesto de verduras por recibir el aviso de que su marido se peleaba en la calle, creyó que el apoyo era para él
―¡Déjalo infeliz! ―gritó ella al tiempo en que tomaba de la camisa a Victoriano y lo apartaba del maltratado “combiero”― Deberías ser bueno para trabajar, no para golpear a gente decente ―dijo, inclinándose hacia el rival de su marido; luego, con una franela que extrajo del delantal, le limpió el lodo y la sangre de las heridas que los golpes de Victoriano habían provocado en el conductor de la combi quien resultó ser, también, su rival en amores.
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