sábado, agosto 06, 2011

LA NOCHE DE LAS CABRAS

CINCO
El primer sábado, después de su plática con Luis, Alejandro fabricó una oportunidad para que Fátima y su sobrino se conocieran.
Sabiendo que Luis no tenía mucho trabajo de la escuela, le propuso que fueran al cine e invitaran a Fátima. Luis estuvo de acuerdo y Alejandro le llamó inmediatamente para hacerle la propuesta.
—¡Hola!, ¿cómo estás? Creí que te habías ido a ver a tu familia —contestó Fátima.
—Bien, gracias. Te llamo para invitarte al cine en compañía de Luis, para que se conozcan.
—Mmm...—se escuchó del otro lado―, no sé si sea una buena idea.
—¿Por qué?
—Porque aún no hemos definido nada y no sé cómo me sentiré. Tal vez me incomode un poco.
—Pero, ¿no crees que puede ser una buena manera de ir definiendo esto?
—No sé. ¿No crees que vas de prisa?
—Claro que no. Sé bien lo que siento por ti, pero si aún tienes dudas…
—No te enojes ―dijo Fátima, cambiando un poco el tono de su voz—. Sí voy, sólo déjame ver qué le invento a mi madre, como hoy no trabajo...
—Bueno, pero no te sientas presionada.
—No, no te preocupes. ¿A qué hora quieres que nos veamos?
—A las tres, ¿te parece bien?
—Sí, está bien. ¿En dónde?
—¿Qué te parece si en Galerías, junto al VIPS? Así aprovecharemos para comer y platicar un poco antes de entrar al cine.
—Sí, como gustes —consintió Fátima.
—Bueno, al rato nos vemos.
Alejandro hubiera querido continuar conversando con ella para seguir escuchando esa voz que le derretía los tímpanos, pero Fátima colgó inmediatamente y él no tuvo tiempo para decirle un primer “te quiero” por teléfono.
En punto de las tres de la tarde, Alejandro y Luis se encontraban ya en el sitio acordado, en espera de Fátima. Aunque la época no era para esperar lluvias, algunas nubes comenzaban a cubrir el cielo ensombreciendo un poco el ambiente y un leve viento soplaba, presagiando, al menos, una llovizna. La temperatura empezó a bajar, por lo que Alejandro se puso una chamarra azul que llevaba en la mano y encendió un cigarro ante la mirada de desaprobación de Luis, que sabía cuánto le perjudicaba la salud.
—¿Y si no le dieron permiso, tío? —preguntó Luis.
—Me habría avisado por teléfono —contestó Alejandro, acomodándose el cuello de la chamarra con el cigarro entre los labios―. Además, dijo que iba a inventar una excusa, no a pedir permiso.
—¿Sabes? —dijo Luis—, estoy un poco nervioso.
—¿Por qué?
—No sé. Nunca he creído en los presentimientos, pero siento como que no estaremos muy tranquilos, tú y yo, a partir de hoy.
—¿Por qué?
—No sé. No me hagas caso.
—Bueno, pues tus dudas se aclararán, porque ya llegó ―dijo Alejandro, tirando al piso el resto del cigarro que no había terminado de fumar.
En ese momento se acercaba Fátima. Vestía una falda larga, holgada, color café, y una blusa beige de mangas amplias. Llevaba una banda blanca sobre la cabeza, ajustada debajo del cabello. Calzaba zapatos cafés, bajitos, y en las manos llevaba un suéter rosa y una bolsa blanca, pequeña.
—¡Hola! —Saludó a Alejandro con un beso en la mejilla.
—Mira, él es Luis, mi sobrino —los presentó Alejandro.
—¿Qué tal? —Saludó a Luis, también con un beso en la mejilla.
—¿No tienes frío? —le preguntó Luis, como para romper un hilo tenso que tenía enredado entre sus dedos.
—Sí, un poco; pero adentro tendré calor. ¿Entramos?
—Como gustes —dijo Alejandro, tomándola del brazo y dirigiéndose hacia la puerta del restaurante.
Ya instalados, en el área de fumadores que Fátima sugirió para poder disfrutar de sus cigarrillos que siempre llevaba en su bolso de mano, frente a una taza de café y con el ánimo de conducir la conversación hacia el terreno de juego que Alejandro sabía le permitiría a Fátima ganar sus primeros puntos con Luis, le comentó a él que también ella gustaba de la lectura y que, además, su mejor distracción era subirse a los juegos mecánicos más riesgosos de la feria de Chapultepec.
Luis le preguntó a Fátima si ya había ido a Six Flags y fue el tema que les mantuvo centrados en una plática de dos, ignorando por completo, por unos minutos, la presencia de Alejandro.
En esos momentos, Alejandro reflexionaba sobre las diferencias de intereses que, obligatoriamente, se presentarían como obstáculos en esta relación que ahora lo mantenía deslumbrado. Sabía perfectamente que ella, por su edad, necesitaba relacionarse con gente con la que pudiera hablar de grupos musicales, de fiestas, de programas de televisión, etc., que él desconocía por completo.
Tenía claro que serían grandes las barreras y no entendía qué haría para tener las fuerzas suficientes para salvarlas. Pensó también que, si se amaban, no sería difícil hacerlo: se tomarían de las manos y juntos sortearían los peligros. Mas no sabía que se encontraría con verdaderas murallas, y que serían tan grandes que muchas veces se quedaría sin energía para saltarlas.
—Tío: ¿qué te parece si ya pedimos la comida? —le regresó Luis de sus pensamientos.
—Sí, por supuesto —contestó Alejandro haciendo una señal con la mano a la señorita que estaba a un lado, para atenderlos.
—Parecía que andabas viajando por otros planetas —comentó Fátima con una sonrisa—. ¿Escuchaste que Luis y yo hicimos planes para ir juntos a Six Flags y haremos que te subas a los juegos más peligrosos?
—No, no escuché; pero claro que iremos —contestó Alejandro, convencido de que tendría que ir cediendo en algunas cosas, aún cuando fuera algo que no le atrajera mucho.
En esos momentos se acercó la mesera, les tomó la orden y se retiró. Fátima, ya en confianza con Luis, sacó una cajetilla de cigarros y le ofreció uno. Éste lo aceptó y ambos estuvieron fumando, ahora sí incluyendo en sus temas a Alejandro.
—Oye tío, un día de estos iremos a bailar los cuatro, con Paty, claro. ¿Cómo ves?
—Bien, esperemos que a Fátima le den permiso. No sabes cómo son sus padres.
—Tampoco son unos monstruos incomprensivos ―protestó Fátima—, yo veré cómo le hago, no te preocupes.
La mesera que los atendía se acercó llevando en un carrito los platillos que habían pedido y, en silencio, apenas con algún comentario sobre el sabor de los alimentos, comieron. Allí fue la primera ocasión, de muchas más, en las que Fátima le dio a Alejandro, en la boca, un poco de lo que ella comía. Él le correspondió y, de igual manera, le dio con su tenedor un trozo del pollo que había pedido.
Al terminar, Alejandro pagó la cuenta y decidieron salir para ir al cine, como habían acordado.
La película que vieron fue elegida por Luis y Fátima, por eso, al salir de la sala, la plática entre ellos dos se centró en el tema y en los protagonistas, explorando en sus recuerdos sobre otras que ya habían visto, parecidas a ésta que acababan de disfrutar.
A Alejandro, en realidad, muy poco le llamaba la atención el cine, prefería estar en casa, leyendo o escribiendo, o ir al teatro de vez en cuando. Todavía se atrevió a proponerle a Fátima que fueran a tomar un café, pero ella contestó que ya era tarde, que había dicho que iría a ayudarle un rato a su jefe. Agradeció la atención y avisó que tenía que irse.
Alejandro le pidió a Luis que lo acompañara a dejarla a su casa y, con la aceptación de éste, detuvo un taxi que era conducido por un muchacho de unos veintidós años de edad a quien Fátima le indicó la dirección que debían seguir.
Al llegar a un semáforo, donde Fátima le pidió al taxista que se detuviera, Luis le preguntó si vivía en la casa frente a la que se estacionó el conductor. Ella contestó que no, que estaba cerca, pero que ahí estaba bien que bajara del taxi para no dar lugar a que sus padres anduvieran afuera y la vieran. De manera que Alejandro y Luis no descendieron, sólo Fátima, y el tío le indicó al joven que los llevara a la dirección del domicilio de ellos.
—¿Qué te pareció? ―preguntó Alejandro, volteando a ver a Luis quien observaba las calles que para él eran desconocidas.
—Creo que es muy pronto para tener una idea completa sobre ella; además, recuerda que lo que yo opine no debe importarte. Me cayó bien y creo que es honesta, pero todavía no metería las manos al fuego por ella.
—Ahí, enseguida, frente al edificio azul —indicó Alejandro al conductor del taxi al advertir que llegaban a su domicilio.
—Tío, ¿cuándo te irás de vacaciones? —preguntó Luis a Alejandro mientras ascendían por la escalera para llegar al departamento.
—No sé, quizá me quede un par de días para estar con Fátima.
—¿Y qué dirás en tu casa?
—Tal vez que me invitaron a una presentación, ¿por qué?
—Para que yo diga lo mismo, porque me iré como una semana antes que tú.
—Ah, sí, está bien —concluyó Alejandro—; no te preocupes, puedes decir que no lo sabes.
—Bueno —dijo Luis, abriendo la puerta del departamento—, voy a leer un poco en mi cuarto.
—Sí, yo descansaré un rato y luego escribiré algo. Gracias —dijo Alejandro.
—¿De qué? —preguntó Luis.
—Por ser mi cómplice —sonrió Alejandro y se dirigió a su habitación.
Ya en soledad, reflexionando sobre los últimos acontecimientos, se dio cuenta de que hacía un buen rato que no visitaba al médico para solicitarle estudios sobre su nivel de glucosa y de los triglicéridos, ya que tenía claro que estas subidas y bajadas emocionales le podrían acarrear descontroles en su organismo y, aunque se sintiera bien y feliz, más valía no confiarse. Se prometió que en los próximos días haría cita en la clínica que le correspondía.

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