miércoles, abril 20, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

Y tu mujer también.

José I. Delgado Bahena


Aquella noche del pleito, Jesús y Pedro habían llegado juntos al billar del centro en busca de una de las tres mesas de pool con las que contaba el local. Como estaban ocupadas, decidieron distraerse un rato jugando dominó y tomándose unas cervezas. Al calor del juego y con cinco “indios” en el estómago, comenzaron las indirectas y las habladas.
−La mera verdad, Chucho –le dijo Pedro a su hermano−, tu vieja te hace güey.
−¿Te consta? –le preguntó Jesús mientras dejaba la mula de seis en el centro de la mesa y le daba un gran trago a su sexta cerveza.
−Pues… tanto como eso, no; pero, pues… todos en el barrio lo comentan.
−Ah, pues cuando te conste me lo dices; mientras, cierra el hocico.
−Bueno, pues ya que te enojaste, encabrónate bien porque, pues… la neta: a mí ya me dio entrada y, aunque sólo fue una vez, pues…, no soy el único.
Jesús guardó silencio. En ese momento, el mingo de una mesa cercana llegó rodando hasta sus pies, se agachó a tomar la bola y se la entregó al mal jugador que casi rompe el paño con el taco al hacer un mal tiro. “Ponle cosmético güey”, se oyó que gritó su compañero de juego.
−¿Qué piensas? –interrogó Pedro a su hermano quien disimulaba su consternación revisando las cuatro fichas que tenía en su mano izquierda, mientras, con la derecha, hacía girar otra sobre la mesa.
−No sé para qué me lo dijiste –respondió apretando los dientes y retándolo con la mirada−. Mejor te lo hubieras guardado. Tienes razón: ya me encabroné. Pero no te preocupes, no es contigo, sino con ella. Al fin pues… tú eres hombre y ella es una guanga, si no es contigo, es con otro… o con otro. ¿Dónde lo hicieron?
−No me lo vas a creer, hermano, fue en la iglesia. Ya era tardecito, pasé a persignarme y ahí estaba, sola, sentada en una banca. Cuando me vio, me dijo que me sentara junto a ella; lo hice y al estar tan cerca pues… puso su mano sobre mi pierna y…
−¿Ya no quieren jugar pool? –les interrumpió Mauro, el viejo coime que administraba las mesas de billar.
Los dos hermanos se levantaron, se dirigieron en busca de un taco y acomodaron las bolas en los puntos señalados.
−Tiras primero, “pichón” –le dijo Pedro a Jesús con una sonrisa irónica.
−¿Por qué “pichón”, si aún no me ganas el primer juego?
−Ah, porque eso eres. Además te doy el quince y las malas.
−¿Te crees muy bueno, sólo porque eres mayor que yo y tienes una buena chamba en el C4? –reviró Jesús soltando su coraje en el golpe del taco sobre el mingo que chocó contra la bola 3 y la embuchacó en la esquina izquierda de la mesa.
−Claro que no sólo por eso. Sabes bien por qué lo digo –contestó Pedro llevando a Jesús su cerveza que había dejado sobre la mesa del dominó.
−Pues… ¡salud, socio! –dijo el hermano con una sonrisa a la que Pedro no le halló significado.
“Tómate esta botella conmigo y en el último trago nos vamos…”, se escuchaba en la sinfonola, “quiero ver a qué sabe tu olvido…”, cantó Jesús, continuando la composición de José Alfredo.
−¿Ya no estás encabronado? −le preguntó Pedro mientras acomodaba el mingo que había caído en una buchaca, tras el tiro de Jesús.
−¿Contigo? No, güey. Ya te dije: es con ella. Sabes que te quiero un chingo y te perdono porque sé que si yo lo hubiera hecho… también me perdonarías –respondió Jesús al tiempo que le daba un gran trago a su cerveza.
−Pues… no estés tan confiado. No es lo mismo. Tu vieja, de por sí es una enredadera, pero con la mía no te metas.
−¡Huy, Pedrito! ¿Y, si te dijera que tu mujer también es una cuzca?
−No te creería. Sólo estás tratando de desquitarte.
−Pues, mira –dijo Jesús acercándose al hermano y recargándose en el taco−: la mera verdad, también yo me metí con la Hortensia, y no fue una vez, sino varias. Al principio yo no quería, pero ella insistió. Un día casi nos sorprendes. Acuérdate: aquella ocasión en que llegaste con el taxi y yo estaba en tu casa. Tu hija estaba en la escuela y te dije que había ido a ver si tenías un desarmador de cruz. Si no me quieres creer, es tu problema, no el mío. Pero, pues…
No concluyó Jesús con su explicación. La bola número diez, lanzada por Pedro con toda su fuerza, se estrelló en su boca rompiéndole tres dientes. De inmediato, con el taco que tenía entre sus manos, respondió la agresión y descargó tal golpe en la cabeza de Pedro que le abrió una herida por la que comenzó a escurrir un río de sangre. Los demás jugadores, y los que sólo se embriagaban en el billar, corrieron a refugiarse de los proyectiles que los hermanos se lanzaban.
Mauro, el coime, tomó el teléfono y llamó al 066 solicitando la policía preventiva. Cuando ésta llegó, un desdentado Jesús le había destrozado la cabeza a su hermano quien se encontraba recargado, sin vida, sobre una de las mesas de billar.


Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com

1 comentario:

Míkel F. Deltoya dijo...

Intrigante.
Un abrazo, feliz pascua.