Los días son grises.
José I. Delgado Bahena
Se lo recomendó su amigo Edy. “Sube fotos al Metroflog”, le dijo, “así conocerás mucha gente y te volverás popular”.
A sus trece años, navegando en el mar de los días grises que le dejaban las constantes ausencias de la madre, con quien vivía en una colonia por la vieja estación del ferrocarril, se pasaba las tardes tomándose fotos con su teléfono celular para después ir al cyber de su calle y subirlas a la red de internet en esta forma de comunicación social que es el “metro de la vanidad”.
Él se asombró de que a los primeros días de comenzar a subir sus fotos, le firmaran tantas personas que el número de visitas permitidas ascendió pronto a cincuenta y después a cien.
“Mi celular me ama.” Le dijo un día a Edy. “Creo que salgo más guapo de lo que soy.”
“Sólo te ves más grande. Pareces de dieciocho.” Le contestó Edy. “Mis amigas de la prepa ya vieron tus fotos y te quieren conocer. ¿Por qué no pones en tu perfil tu Mail y tu número de cel?”
Emmanuel aceptó la sugerencia y desde entonces sus contactos se multiplicaron.
Él siempre correspondía a las firmas que le dejaban, los saludos y las invitaciones para que visitara y “rayara” otros metros.
Al principio sólo eran firmas, después le saturaban el espacio con mensajes privados (MP) e incontables usuarios lo agregaban a sus favoritos insistiéndole que los agregara también.
Al menos cinco días a la semana se le veía sentado frente a la máquina, que alquilaba por ocho pesos la hora, subiendo fotos y dejando sus comentarios en los “metros” de las otras personas, de cualquier parte del mundo, que también las subían.
Pero el mundo no es tan grande como parece.
Uno de sus frecuentes visitantes, que diariamente le dejaba al menos cuatro firmas, escribió un MP por demás revelador; sin embargo, la falta de malicia de Emmanuel no le permitió ver lo que escondían aquellas palabras.
“Hola amigo. Muy buena tu pick. Te ves genial. Soy de Iguala, me gustaría verte y saludarte en persona.” Atte. “El pechjosh”
Él contestó el mensaje sin ninguna precaución: “Sí, amigo, cuando gustes. También soy de Iguala. Podemos ir a jugar futbol o al cine. Siempre estoy solo en las tardes y no tengo que pedir permiso a nadie.”
Cuando se conocieron, al “pechjosh” −quien dijo tener treinta y cuatro años de edad− no le importó saber que Emmanuel tuviera sólo trece y poco a poco se fue ganando su amistad y su confianza.
Primero fue al zócalo, después al cine, al futbol… hasta que Emmanuel lo invitó a su casa con el propósito de jugar Resident Evil, en un Play Station que le acaba de comprar su mamá, como una manera de disculparse por sus constantes ausencias del seno familiar.
Mientras se dirigían hacia al domicilio de Emmanuel, en el auto del “pechjosh”, un destello de precaución iluminó la frente del muchacho.
−¿Tú dónde vives? –le preguntó mientras daban vuelta por las vías del tren.
−¡Huuuuy!, por el otro lado de la ciudad. Después te invito –le contestó su “amigo”, disimulando su nerviosismo con un ataque de tos que fingió muy mal pero que Emmanuel no advirtió.
Al bajarse del auto, el nuevo “amigo” de Emmanuel se llevó una pequeña mochila que se cruzó sobre el pecho.
Después de aburrirse con el juego, encendieron la televisión y estuvieron viendo una serie gringa.
Con el pretexto del calor, “pechjosh” se quitó la playera que llevaba puesta al momento que le decía:
−Te quiero mucho, amigo. ¿Me dejas darte un abrazo?
−Claro que sí –contestó Emmanuel sin recelo.
No fue un abrazo lo que su “amigo” le dio, sino un puñetazo en la barbilla que lo derribó y lo dejó semiinconsciente sobre el sofá. Aprovechando su aturdimiento, le colocó boca abajo y le ató las manos con la playera que se había quitado. De su mochila extrajo una cinta adhesiva que usó para rodear su cabeza y cubrirle la boca.
Cuando Emmanuel pudo reaccionar, le fue imposible evitar que “pechjosh” le quitara el pantalón y saciara con él sus más bajos instintos sexuales. Después, la visión y la mente se le nublaron; sólo retuvo la advertencia de su “amigo” que, al marcharse, le decía: “Si dices algo, te mato”.
Así lo encontró su madre. Por más que indagaron en el Metroflog, ningún indicio se encontró del “pechjosh”. En su perfil sólo decía: originario de Yevreyskaya Autonomnaya Oblastr, México.
Desde entonces, Emmanuel se ha alejado del cyber y sólo se le oye entonar una estrofa de su rola preferida del grupo La Misión: “Días grises, porque vemos todo nublado,/ días grises, cuando nos sentimos fracasados…”
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DENTRO DE UNOS DÍAS ESTARÁ A LA VENTA MI LIBRO “MANUAL PARA PERVERSOS”, CON TODOS LOS TEXTOS PUBLICADOS AQUÍ Y OTROS INÉDITOS. GRACIAS POR LEERME.
Escríbeme: jose_delgado9@hotmail.com
1 comentario:
¿La canción es en realidad de la mision? o simplemente no puso el nombre verdadero del grupo.
Sus cuentos hacen volar mi imaginación. Me gustan en verdad.
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