martes, enero 18, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

El día que vino Joan Sebastian.



José I. Delgado Bahena


Pedro salió temprano de su casa, en una colonia cercana a la central de abastos de la ciudad. Él y su familia tenían tantas apuraciones económicas que prefirió escapar hacia la calle que quedarse a oír los reclamos de su mujer y los llantos de su pequeño hijo.

“Pinche vida…”, pensó. “No sé cómo fui a embarcarme tan pronto con la Daniela; de haber sabido la dejo con todo el paquete del escuincle. Pero no, ahí estoy de güey, creyéndole a su madre, que con su sonrisota de bruja me animó a casarme cuando apenas teníamos los dos diecisiete años.”

Se hacía estas reflexiones mientras caminaba hacia ningún lado. Pasó por la escuela del CECYTEC y llegó a los terrenos de la feria. Ahí se entretuvo observando unas bardas pintadas con la publicidad de la presentación de Joan Sebastian, esa tarde, en el estadio de futbol, en un acto proselitista a favor de un político.

Eran las doce del día. “Tal vez me dé tiempo de ir a ver a mi paisano.” Murmuró para sí mismo, recordando un poco de su niñez vivida hacía poco en el vecino municipio de Taxco.

Sus pasos lo llevaron hacia los campos del equipo Cañeros donde quiso entrar pero el cuidador de la taquilla no lo dejó pasar sin pagar. Siguió su camino rodeando los terrenos embardados del campo de futbol.

Llegó hasta las puertas de las instalaciones del Olimpo. Aprovechó un descuido del chavo que cobraba las entradas y pasó a ubicarse cerca del terreno de juego. En la cancha se enfrentaban los equipos de Uda Dukla y el Real Sociedad. Se sentó a un lado de las mochilas de los jugadores. En una acción, en la que el Uda Dukla metió un gol al equipo contrario, Pedro aprovechó la distracción de los aficionados por la anotación y, disimulando un nerviosismo que le provocaba un temblor en los labios, tomó cualquier mochila y se la colgó del hombro, como aparentando ser de su propiedad.

Salió por la puerta principal fingiendo tranquilidad y hasta saludó al taquillero. Apenas iba a unos diez metros de la puerta cuando escuchó el triple silbatazo del árbitro que daba por concluido el primer tiempo del partido. “Chin…”, se dijo, “el dueño buscará su mochila”. Apresuró el paso rumbo a una colonia cercana conocida como Las Américas. Casi llegaba a las primeras casas cuando escuchó unos gritos. Volteó y vio que dos muchachos, aún con su uniforme de juego, le silbaban en clara advertencia de que iban tras él.

Intentó correr pero los nervios se lo impidieron y se limitó a recargarse en el tronco de un guamúchil; ahí esperó la llegada de los furibundos jugadores que llegaron empujándolo y arrebatándole la mochila.

Con el rostro pálido, vio cómo, uno de ellos revisaba el contenido para asegurarse de que se encontraban ahí su cartera (con su dinero y sus tarjetas del banco), su celular, sus tenis, su ropa, algunas monedas que había guardado en una de las bolsas laterales de la mochila y lo más importante: una pistola envuelta en una franela roja.

−¡Perdóname, carnalito! –chilló Pedro al ver la pistola−. ¡Te juro que es la primera vez que lo hago, no tengo trabajo y mi familia está sin comer!

−¡Pero se pide, pendejo, no se roba! –le contestó el dueño de la mochila apuntándole con la pistola.

−No le hagas nada! –le gritó Vicki, la esposa del jugador quien llegó en ese momento encima de una moto conducida por su hermana−. Llamaremos a la policía para que se lo lleven. Vete a jugar, ya va a comenzar el segundo tiempo.

Los dos jugadores regresaron al campo de futbol mientras Vicki llamaba al 066 para solicitar apoyo policiaco.

“Lo sentimos, por el momento todas las unidades están comisionadas para resguardar el orden en la presentación de Joan Sebastian.” Fue la respuesta que obtuvo a la solicitud que hizo a la dependencia encargada de atender la seguridad de la ciudadanía.

Al darse cuenta de esto, Pedro se armó de valor y echó a correr, tomó un taxi y le pidió al conductor lo llevara a su domicilio. Las hermanas subieron a la moto y lo siguieron. Durante el camino, insistían en demanda de apoyo de alguna patrulla de la policía para atrapar al delincuente. La última respuesta que obtuvieron de las oficinas del 066 fue: “Ya hicimos su reporte. No es necesario que vuelva a marcar. El director de seguridad pública nos ha prometido que en cuanto termine el evento le enviarán apoyo, gracias.”

Al llegar a su casa, Pedro entró a pedirle un poco de dinero a su mujer y salió con unas monedas que entregó al taxista quien se retiró regalándole cinco agresivos claxonazos.

Ya en el cuarto, en el que vivía con su pequeño hijo y su mujer, se tiró en la cama, viendo al techo, y lloró. Nunca supo que gracias a que en ese momento toda la policía de la ciudad se entretenía con el “Bandido de amores”, no había ido a pasar una buena temporada, “Más allá del sol”, bajo la sombra, en el Cereso de Tuxpan.


Escríbeme: jose_delgado9@hotmail.com

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