Algo sobre la muerte.
José I. Delgado Bahena
“¡Qué costumbre tan salvaje ésta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir.
Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?
Por eso me sobrecoge el entierro. Aseguran las tapas de la caja, la introducen, le ponen lajas encima, y luego tierra, tras, tras, tras, paletada tras paletada, terrones, polvo, piedras, apisonando, amacizando, ahí te quedas, de aquí ya no sales.
Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de su muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlo a un río?
Habría que tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir.”
Quise comenzar con este poema del maestro chiapaneco Jame Sabines, para abordar el tema de la muerte en este texto en el que no pretendo contar una historia urbana ficticia, sino hablar de una realidad tan cierta como es la muerte.
Esta sentencia cruel que es lo único que se cumple con cabalidad de todos los augurios que se expresan en el momento de nuestro nacimiento.
La muerte… el más grande dilema del ser humano: ¿Qué hay después de ésta? ¿Es verdad que nada se pierde sino todo se transforma? “A dónde vamos oh, hermanos…”, dirían los aztecas. En fin, polémicas, discusiones, reflexiones y análisis que al mexicano le han llevado a la mejor decisión: jugar con ella.
“Entonces, ¿en qué quedamos, me llevas o no me llevas?”, dice una canción. “La pelona me pela los dientes…” “La huesuda es mi comadre…” Frases como éstas persisten en las expresiones populares que denotan el menosprecio hacia lo irremediable. Pero, ¿hasta qué punto somos capaces de aceptar este designio de la vida que es la muerte?
Todo esto lo digo porque hoy mismo, tal vez cuando usted esté leyendo este texto, estaremos sepultando a un gran señor que fue en vida el padre de mi amiga Maricela Arzate Martínez. Le conocí ya enfermo, pero con una fortaleza, para enfrentar los días terribles que le deparó su enfermedad, del tamaño del cielo.
En varias ocasiones estuvo a punto de sembrar los días triste de su despedida en los corazones de los familiares y amigos, y en esas mismas veces venció al infortunio regalándonos varios meses más de su agradable compañía.
Por eso, en la línea de aceptar lo irremediable, se dispuso a preparar los servicios de su funeral con tanta lucidez que dejó indicaciones ¡hasta de quién iba a servir el café!
¡Vaya! Entre las peticiones que hizo fue que junto a su féretro pusieran flores del campo, silvestres, y la familia buscó, y encontró, de las más humildes y comunes que cortaron y, con todo y tierrita (la madre tierra), las pusieron en los floreros que dispuso el servicio funerario contratado.
Ésta, a mi juicio, es una manera digna de dar el primer paso en el camino hacia Dios (para los que somos creyentes). Pero es una virtud que sólo la pueden tener quienes viven como hombres de bien y llegan con el corazón pleno de agradecimiento por los bienes recibidos en vida, tal y como fue la actitud que siempre tuvo el señor Margarito Arzate Rodríguez, padre, guía y amigo de mi entrañable amiga Mar Arzate.
Desde este espacio, agradeciendo la comprensión de mis amables lectores del Manual para perversos, envío mis condolencias para la familia; pero lo hago con la certidumbre del regocijo por la partida de este gran ser humano que fue don Margarito, porque ellos y nosotros, los que lo conocimos, sabemos que se fue satisfecho de su paso por el mundo y en estos momentos se encuentra al lado del Creador.
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Escríbeme: jose_delgado9@hotmail.com
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