miércoles, julio 14, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

“FIN DE CURSOS”
José I. Delgado Bahena
El ciclo escolar concluía con la ceremonia de ese día, realizada en un lujosísimo salón de eventos sociales que el padrino de generación, un político reconocido en el estado, les pagó a sus ahijados como regalo de graduación. Uno a uno, los muchachos se despidieron con un abrazo de su querido maestro Ramón y le mostraban un semblante embargado por la tristeza, al darle su adiós, por tanto que los había apoyado durante los tres años que convivieron en ese centro educativo, del nivel de bachillerato, de la ciudad.
Ramón era el maestro perfecto: buena onda –más con las muchachas−, gran platicador, joven, carismático, elegante y buen compañero de sus colegas.
−Profe: lo vamos a extrañar. ¿Nos acompañaría a un convivio? –le dijo en voz baja Stefan, aún con su ramo de flores y una caja con su moño morado que su madrina le había llevado−. Lo estamos organizando con puros cuates; será en secreto y habrá chupe, ¿sí irá?
−Claro que iré –contestó el vanidoso de Ramón sintiendo cómo la sangre le enrojecía sus mejillas al bañarse de gloria con la preferencia que sus alumnos le mostraban.
−Bien, me tengo que ir profe, le mando un mensaje para avisarle. Recuerde que es secreto y sólo usted puede ir eh. Bye.
Una semana después llegó el mensaje al celular de Ramón: “Lo esperamos mañana a las ocho de la noche en el muelle de la laguna de Tuxpan. Vaya solo, en taxi, nosotros tenemos carro. ¿Sí irá? Responda, por favor”.
¡Claro que fue! Cuando llegó, la noche caía sobre el paisaje natural y los últimos rayos del sol se proyectaban con sus tonos rojizos sobre el espejo verdoso de la laguna dándole una apariencia nostálgica que impactó en el corazón del maestro, agradecido por la invitación de sus alumnos.
Lo esperaban cuatro muchachos que bajaron del auto hasta que el taxi en el que llegó Ramón se hubo retirado. Lo recibieron con abrazos, agradeciéndole que hubiera aceptado la invitación. Le pidieron que subiera al carro, ya que la fiesta sería en otro lado.
En el interior del auto, mientras salían del poblado para dirigirse hacia el periférico, destaparon cinco cervezas y le compartieron a Ramón algunas botanas que llevaban desparramadas en una bolsa de plástico.
−Le va a gustar, profe, invitamos a unas chavas que ni se imagina –dijo Beto mientras daba un trago a su cerveza y todos soltaron tan estruendosas carcajadas que contagiaron a Ramón quien bebió con una gran sonrisa iluminando su rostro y encendiendo su mirada.
Era de noche ya cuando dejaron la ciudad por la salida a Cocula. Al pasar por este pueblo, los muchachos le pidieron a su maestro que bajara a comprar más cervezas en una tienda cercana al edificio del palacio municipal y ellos, disimulando que platicaban, escondían sus caras cada vez que un transeúnte pasaba cerca del auto. Siguieron por ese rumbo hasta pasar por Apipilulco. Irving, quien manejaba desde que salieron de Tuxpan, se orilló, con el pretexto de querer orinar, cerca de una desviación donde se encuentra un gran puente con estructura metálica que se dibuja en el contorno de la noche.
−¡Qué padre! –exclamó Nahín, invitando a los demás a que bajaran del carro y recorrieran a pie los metros que los separaban del puente que, al parecer, en una época sirvió para el transporte ferroviario.
Stefan bajó del automóvil la bolsa con las cervezas que Ramón había comprado en Cocula y destapó una para cada uno. La oscuridad era espesa. A lo lejos se distinguían algunas luces tenues de un poblado. En silencio, admiraron la obra que humanos de antaño habían construido en ese lugar.
De pronto, Irving, quien se había quedado junto al auto, desalojando de su vejiga el par de cervezas que se había tomado durante el camino, llegó por detrás de Ramón y le enredó una cuerda sobre el cuerpo que le impidió hacer otro movimiento más que soltar el envase que tenía en su mano derecha.
−¡¿Qué pasó?! –protestó sorprendido el maestro de Biología al tiempo en que los otros tres muchachos rodearon y terminaron de amarrarlo a una de las columnas metálicas del puente.
−Yo te voy a decir qué pasó –le susurró Beto con rencor y con un brillo febril en sus ojos grises que se percibía con claridad a pesar de lo oscuro de la noche−: ¿Te acuerdas de Ceci, verdad? ¿No? La chava que se suicidó después de que la embarazaste a cambio de aumentarle su calificación. ¿Sí te acuerdas? Ah, ¿pues, qué crees? Era mi novia, pendejo –al decir eso escupió la cara de Ramón y le dejó sentir su puño cerrado con un fuerte golpe que le hizo sangrar la nariz.
−No creas que nos hacía gracia tu descaro al decirnos que el nueve costaba quinientos pesos y el diez, mil –le reclamó Nahín dándole un botellazo en la cabeza.
−Muchachos…−suplicó Ramón− no se comprometan, no vale la pena. Déjenme aquí, les prometo que no diré nada.
−Claro que no dirás nada –dijo Stefan rompiendo un envase y acercándose al bulto ensangrentado en el que se había convertido su maestro de Biología. Con sangre fría y con la voluntad de vengar a tantas muchachas ultrajadas y de desquitarse del dinero pagado por algunos miserables puntos, buscó el cuello de Ramón y con el filo del vidrio le rasgó la yugular dejando que un chorro de sangre se desparramara sobre el metal y el piso del puente.
Entre todos, desataron el cuerpo sin vida del maestro y lo tiraron al río, crecido por las recientes lluvias.
En silencio, regresaron al auto y volvieron a la ciudad.
Escríbeme a:
jose_delgado9@hotmail.com

No hay comentarios.: