miércoles, julio 21, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

ESTOY SALADO
José I. Delgado Bahena
No cabe duda: estoy bien salado. Desde chavo me di cuenta de que la suerte no iba conmigo. Dios no se fija en los pobres para echarnos una manita y no nos queda más recurso que ganarnos el pan de cada día con el método que él mismo nos dé a entender.
Si no, pues… ¿qué voy a hacer? La escuela no se hizo para mí; a duras penas terminé la secundaria y eso porque desde entonces aprendí a buscar en las mochilas de mis compañeros los pesos que mi madre no podía darme. Pues… ¿cómo? Sola, sin marido, porque el último que tuvo le salió más huevón y más briago que yo y sólo le sirvió para dejarnos otro medio hermano que también anda de callejero abriendo la boca para ver qué le cae del cielo.
En la “secu” me robaba las plumas, los monederos de las chavitas y alguno que otro celular que dejaban por descuido en cualquier lugar. Todos sospechaban de mí pero nadie decía nada porque se habían dado cuenta de que les iría mal si rajaban.
Una vez que dejé de ir a la escuela una semana, el director mandó a la trabajadora social hasta al pueblo, a buscarme, y escuché muy clarito que le decía a mi madre que tenía la obligación de mandarme a estudiar, y hasta que yo cumpliera dieciocho años ella era responsable de mi educación y mi alimentación.
Entonces, cuando terminé la “secu” decidí que me tomaría tres años de vacaciones y no hacía nada.
“Ponte a trabajar”, me decía mi madre cuando me veía echado en la cama y comenzaba a rezarme una lista de amenazas para correrme de la casa. Para no aburrirme, me salía por las noches a recorrer las calles del pueblo en compañía de mis cuates, unos flojos y buenos para nada como yo, a cotorrear y a fumar un poco de mota que conseguíamos por unos pesos con un cuate que la traía no sé de dónde.
Cuando el vicio se nos hizo más grande, nos metíamos a las casas a robar lo que se pudiera para tener dinero y comprar las caguamas, pero la gente ya nos conocía y un día que me robé un reloj y se lo ofrecí al de la tienda, me dijo: “No te lo compro porque ya sé que te gusta robar y al rato me voy a meter en problemas”.
Entonces mejor venía al mercado a quitarles sus bolsas a las señoras que iban de compras, o sus celulares a los chamacos que iban en las calles oyendo música o mandando mensajes. Pero hoy me fue mal, si de por sí siempre traigo el santo de espaldas, hoy me fue peor.
Como es día de tianguis, la gente lleva más dinero en sus bolsas y decidí subirme a una combi de las que van para allá, como cualquier pasajero. Me senté junto a la puerta y luego luego le eché ojo a una señora que iba con sus anillotes y sus pulseras de oro. No sé por qué hay gente muy presumida que si va al mercado, al médico o a misa, se ponen sus grandes alhajas nomás corriendo el riesgo de que se encuentren a algún raterillo, como yo (je,je), que les dé baje con sus cosas.
Bueno, ya en camino saqué el cuchillo que había tomado de la cocina de mi madre y amenacé a la vieja para que me diera sus joyas y su dinero. Todos se espantaron, menos un güey que se me quiso poner al brinco pero le di un piquetito y se quedó quietecito. La doña me dio sus cosas y un celular que llevaba en su bolsa. Hasta el picudo me dio su cartera. La combi iba a dar vuelta frente al Oxo que está cerca de la Estrella de Oro, cuando le grité al chofer que se detuviera.
“Párate cabrón”, le dije. Entonces me bajé de un brinco pero no me di cuenta que en ese momento venían tres pinches mocosos encima de una moto, a toda velocidad, y que me atropellan. Se cayeron pero se levantaron y se fueron; todavía, uno me dio un puntapié en la cabeza. Los pasajeros se bajaron y, en vez de ayudarme, buscaron las cosas que les había quitado y me insultaron. Es todo lo que me acuerdo.
Ahora, pues… bueno, estoy en el hospital. Dos polis cuidan la puerta porque me llevarán detenido en cuanto salga de aquí y dice el médico que tengo fracturadas tres costillas.
Le avisaron a mi madre pero no ha venido. ¿No les digo que estoy bien salado?
Escríbeme a:
jose_delgado9@hotmail.com

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