domingo, mayo 09, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

CARTA A MI “MADRE”
José I. Delgado Bahena
¿Sabes?, quisiera comenzar con las frases de siempre, con las que cualquier hijo honraría la imagen que lo acompaña desde el nacimiento; empezar, esta carta, diciendo, por ejemplo: “Te saludo, madre mía, en este hermoso día…” y terminar con “¡bendita seas!”
¡Cuántas cosas te podría decir eligiendo las mejores palabras, las que tuvieran mejor ritmo y formar para ti el mejor poema! Alondra, gota de lluvia fresca, mirada de Dios, luz de ángel, manos divinas, frente de cristal, benditos pechos, fuente de amor, estrella bienhechora…
Todo eso y más podría decirte ahora cuando se acerca esta fecha en que toda la gente se dispone a coronar con bellas flores la frente del ser más adorado de todos los hogares, la sonrisa que es paz para muchos hombres, y plenitud, sabiduría, refugio y fortaleza; pero, ¿sabes?, no puedo hacerlo, aunque quisiera, de verdad, no puedo hacerlo…
Hace años, madre, te busqué, te necesité, te extrañé y, en silencio, te amé. Amé, sí, a cinco letras formando una palabra que no significaba nada, amé tu sombra, tu nombre ajeno, la llaga que fue siempre, para mí, tu ausencia; amé la borrosa huella de tus pasos cuando anduve, siendo niño, por los caminos podridos de la vida, consumiendo monstruosas sustancias adictivas, y corrompiéndome el alma con aficiones perniciosas en las que derroché mis sueños infantiles; te amé en el sabor amargo de mis días sin un mendrugo, mendigando en las veredas escondidas de mi destino –y el tuyo− la respuesta a tu abandono que de niño no encontraba.
Después la supe, “madre”, tus urgencias del calor de hombre te hicieron abandonarnos, a mis hermanas y a mí, al lado de una abuela que no cuida ni sus callos. Te fuiste, como perra, detrás del macho (y creo que ni las perras hacen eso) sin pensar en la fragilidad de nuestras mentes, de nuestras almas y de nuestros cuerpos. Nos dejaste… ¿y qué esperabas después de quince años?
Mis hermanas –hasta lo que supe− adolescentes aún, son flores del jardín de una casa de citas donde por unos billetes cualquier hombre las deshoja y les siembra rencores de por vida. También ellas, “madre”, recogieron las migajas que la vida les dio en su niñez y crecieron sin el regocijo de un regazo cálido donde saciar la sed de madre que nos dejaste con tu abandono.
¿Y yo, para qué te cuento? Crecí entre la bruma de un futuro incierto. Aceptando todo y disfrutando nada, malgastando las energías de mi precoz actividad sexual haciendo favores a señores sin escrúpulos que manipulaban mi adicción a las drogas que a mis trece abriles me derretían el cerebro.
Hoy, a mis veintidós años, apenas en la puerta del reclusorio donde pasé siete penosos años de mi vida por encontrarme relacionado con malvivientes, como yo, que no encontraron otra salida, ni otra entrada, a su destino que el camino fácil de una vida difícil; hoy, en el umbral –de nuevo− de la incertidumbre por no saber qué hacer, a quién buscar, a quién maldecir, contra quién pelear, sólo me queda un reto: encontrarte, “madre”, para entregarte esta carta en la que hubiera querido insertar trozos de algún libro de poesía que leía estando interno y que disimulaba ante mis compañeros de celda y los malditos custodios que todo confiscan, y luego pedirle al profe Jesús para que revisara mi ortografía, como hacía con mis trabajos.
Pero no, “madre”, para ti fue fácil tenernos sin padre y después (peor aún) dejarnos sin madre. No puedo decirte que te quiero mucho y que “Dios te bendiga”. Sólo déjame decirle a la sombra que siempre has sido, que pensaré en ti para maldecirte a cada instante hasta el día en que el maldito Sida que me contagiaron en el reclu acabe conmigo, y este diez de mayo brindaré para que tu vida se pudra en la ansiedad del abandono con la misma intensidad del infierno en que crecimos mis hermanas y yo.
¡Salud, “madre”!

No hay comentarios.: