lunes, abril 26, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

“SÓLO FALTA QUE LA PINCHE PERRA NO ME QUIERA”

José I. Delgado Bahena

Cuando Tenoch despertó, presintió que sería un día malo, pero no perdió de vista su propósito de realizar su proyecto ninimia, para observar parajes silvestres mientras realizara su caminata en compañía de unos amigos.
Muy temprano, y a bordo de su “gabacha”, se dirigió hacia Atmolonga −ese balneario natural del que tanto presume, por ser orgullosamente coatepense−, donde quedó de verse con Enrique y sus amigos de motocross. Después del encuentro y la presentación, decidieron partir juntos, rumbo al lugar que habían elegido para la expedición hacia el peñasco; pero, al tomar el tramo de terracería se encontró con una novedad: tenía que pagar veinte pesos para poder dejar su camioneta cerca del balneario. Quiso llamar, por medio de su cel MM, al administrador, pero se dio cuenta de que no había señal y a pesar de insistirles de que era paisano suyo, los encargados no lograron entender y se la hicieron efectiva.
Tenoch pagó la cuota y los amigos iniciaron la marcha tomando la vereda que conduce a Huey Xite, en el peñasco. Después de la cansada caminata, por el ascenso constante del camino, arribaron al punto indicado por el médico Epifanio, vecino de Tonalapa, donde, según él, encontrarían una caverna. Aún tuvieron que escalar diez metros de piedra en la búsqueda, sin encontrarla; los demás decidieron sentarse a descansar, pero Tenoch se atrevió a continuar, solo, tratando de llegar a Xite Tetetzi. Cuando pasó por las partes de otateras, percibió algo, como una energía que le impedía el paso y sintió que le tiraban del cinturón. Empleando gran fuerza, logró salir de esa área pero cayó por un barranco que le hizo deslizarse hacia abajo, a través de la abundante maleza y así: rodando, finalmente llegó al camino real.
Medio magullado, por los golpes con las ramas de los arbustos, buscó otra vereda para reunirse con el resto del equipo pero se dio cuenta de que ya no traía consigo su cel MM; subió nuevamente por la barranca en busca de tan apreciado aparato sin lograr encontrarlo; la tristeza le invadió, después se convirtió en coraje, “y todo por realizar el proyecto ninimia −pensó−, ahora tengo que encontrar la entrada de la caverna y además a mi querido MM”.
La desesperación, el hambre y la sed le hacen bajar a Atmolonga a reunirse con sus amigos. Después del desayuno, el equipo de motocross quiere recorrer la antigua carretera para Teloloapan, Tenoch decide acompañarlos y se trepa con Enrique, en su moto. En el trayecto piensa: “estos güeyes corren como locos”, pero recuerda el chiste de la paisanita que dice: “ora sí, échamelo el resto”.
Al regresar, se separó, en Tonalapa, de sus amigos de motocross y se dirigió al balneario de Atmolonga, donde había dejado su “gabacha”, para echarse un buen baño; ahí se encontró con un grupo de amigos y conocidos festejando el cumpleaños de la guapa Cinthya; ellos le invitan un taco de la comida que habían llevado y se da una enchilada de las buenas con un guisado de chicharrón, pero en la mesa coincidió con su amigo Edmundo, que estaba acompañado de Elba, su esposa, quienes le proponen una serie de cosas para mejorar el proyecto ecoturístico del lugar. Más tarde convive con Ulil y Olina, a quienes les platica sobre la travesía ninimia, se emocionan sobre el tema, le dicen que les agrada la idea y que tienen la intención de conocer los lugares indicados.
Por la noche, de regreso hacia Iguala, al pasar por Ahuehuepan, intentó rebasar una camioneta azul, pero al tiempo que aceleraba, el otro conductor también lo hacía y pensó: “es un juego de pinches chamacos briagos” pero esto le produjo un intenso dolor de cabeza.
Llegando a Iguala, se detuvo para cenar una quesadilla en el puesto de la esquina de su casa; estacionó su “gabacha”, se bajó y ordenó su alimento; en ese momento pasó un borracho encuerado, con machete en mano, haciendo la finta de pegarle un machetazo a su camioneta, no le dio mayor importancia y pensó, más que nada, en su cel MM, que perdió durante la travesía.
Los ladridos de una perra de manchas negras, atada a un limonero, le interrumpieron sus pensamientos y agredieron su dolor de cabeza. Al fin, reflexionando en todo lo que le pasó durante el día, exclama con un grito que asombró a la señora que ya le extendía el plato con su quesadilla: “¡sólo falta que la pinche perra no me quiera!”
Agradezco el apoyo de mi amigo
Edmundo Delgado
para escribir este texto.

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