sábado, marzo 20, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

“USTED PERDONE”
José I. Delgado Bahena

“¡Maldita sea! −se quejaba Martín, sentado en una de las bancas del zócalo de la ciudad−, nunca debí hacerle caso a Juan cuando me dijo cómo hacerle para sacar más dinero de las ventas de los productos que nos dan en la empresa para vender en las misceláneas de los pueblitos.”
−No te preocupes gallo –me dijo por mi apodo−, en los pueblos hay pura gente ignorante; además, la mayoría son abuelos, gente ya grande que no saben ni contar.
−Pues sí –le dije con temor−, ¿pero si se dan cuenta y nos denuncian?
−No, no hacen nada. A lo mucho sospecharán, pero si lo hacemos bien, ni cuenta se darán. Mira −continuó−: el chiste es que les dejes el mismo número de productos, sólo que algunas bolsas sean de menor precio del que les cobres en la nota.
−Pues… no sé –le dije, todavía titubeando.
−No tengas miedo –insistió Juan−, todos lo hacen: ¡hasta los niños les roban a los de las tiendas!
“La verdad –reflexionó Martín, con la mirada perdida en el piso−, al principio me ponía nervioso y hubo en una ocasión en que una señora gorda, en Acayahualco, me pidió que vaciara las bolsas en su presencia y le contara los dulces. Ahí aprendí a tener aplomo, porque “reconocí” que me había “equivocado” y le cambié el producto que estaba utilizando para robarle.”
−Tenga cuidado, joven –me dijo−, de por sí se le gana bien poquito, y luego si usted se equivoca, voy a salir perdiendo.
−Sí, seño, no se preocupe –le contesté disimulando mis nervios con una pálida sonrisa, como el símbolo de la empresa en la que, hasta ayer, trabajaba; pero ella no sabía que ya habían sido muchas veces que había cooperado para las “chelas” de los sábados.
“Lo malo fue que, después de siete meses de trabajar en la misma ruta, y después de que los dueños de las tiendas hasta eran mis “amigos” y me decían: “aunque no me cuentes, Martín, nomás dime cuánto es”, me cambiaron a una ruta de la ciudad y ahí nos exigían una venta diaria, mínima, de tres mil pesos. Entonces tuve que ser más arriesgado, porque la gente está más a las vivas; pero ni así me detuve. Mi ambición era cada vez más grande y quería, como Juan, comprarme un carrito para pasear a la Zenaida, mi vieja con la que apenas el año pasado me casé.”
“Y bueno –continuó con sus pensamientos−, ahí está la fregadera, nunca falta un día que te levantas con el pie izquierdo y la traes bien chueca. ¿Cómo iba a imaginar que donde menos lo esperaba, se me fuera el tiro por la culata? Ya casi terminaba de acomodar los dulces en la tienda de don Luis, en Tomatal, un abuelo como de ochenta años a quien le estaba cobrando un producto de más de cien pesos y le había contado una bolsa de veinte; en eso llega uno de sus hijos y le pide la nota a su papá, ¡cuando estaba a punto de pagarme!, y me pregunta, justamente, por esas paletas que ni traía en la camioneta, tuve que decirle que me había equivocado de nota; por supuesto no se tragó mi excusa y me la hizo de tos, fui al carro por otra nota pero no lo pude convencer, me insultó y me amenazó con denunciarme. Se llevó las dos notas y, efectivamente, fue a la empresa a hablar con mi gerente de ventas.”
“Lo demás es fácil de suponer. Me corrieron, sin liquidación ni utilidades, justo cuando estaba a punto de tener mis primeras vacaciones. De veras que lo siento mucho, más ahora que está por llegar mi primer pollito a mi gallinero, porque la Zenaida está embarazada. Pero ni don Luis, ni su hijo, quisieron aceptar el “usted perdone” que en la empresa me obligaron a decirles en su tienda. Ojalá los demás compañeros tengan cuidado y no hagan estas tarugadas, o que se cuiden más para que no se vean, como yo, ahora, sin chamba, nomás viendo a las pinches ardillas que saltan de las ramas al barandal del kiosco.”
Escríbeme a:

jose_delgado9@hotmail.com

No hay comentarios.: