¡Qué raro! -me dijo-, es martes y parece viernes. Yo no sé por qué cuando cierro los ojos pensando en las personas que amo los días se me revuelven y siento que un silencio me inunda de paz y se adueña de mi alma.
Yo le dije: "Estás loca" y le di un beso. Entonces desbotonó mi camisa, me quitó la camiseta, me bajó el pantalón y, cuando todo se ponía más interesante, vio mi boxer de el conejo de la suerte y comenzó a reír sin parar, hasta llegar a las lágrimas.
No supe qué hacer, ni qué decir o pensar; sólo tomé el periódico del día y me senté a leer el "Manual para canallas". En ese momento me di cuenta de que no era martes ni parecía viernes: era jueves. Quizá por eso el tiempo estaba tan loco para todos, especialmente para ella.
Cuando terminó de reír me dijo que tenía que irse ya que los domingos son días malos para andar por quién sabe qué caminos tan llenos de gente que mal haya la hora.
Yo no dije nada, sólo le ofrecí una cerveza, de esas a las que llaman oscuras sólo por el envase, la aceptó, se la tomó de un trago como buena bebedora, eructó y se fue.
Cuando cerré la puerta quité las mantas de los espejos que ella había cubierto cuando llegó y me tendí sobre mi cama que se había quedado anhelante, esperando disfrutar de la fiesta del día. Ella (mi cama) nunca supo que hay días en que los lunes parecen martes, o miércoles, no sé y que más valiera quedarse sentadito en el piso de la sala tomándose un tequila y leyendo un buen poema de Bukowski.
Hay días, sin duda...
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