Anoche recibí una llamada que me motivó para escribir este texto en el que quiero hablar sobre algo que, aunque duele, no deja de ser ejemplo de valor, honestidad y amistad.
Me dijo: "Maestro, le llamo para recordarle que en este mes es el cumpleaños de nuestro amigo (X) y que habíamos quedado en ir a verlo todos, juntos, para felicitarlo y convivir con él".
Claro que no me he olvidado -le constesté-. Y planeamos la visita al reclusorio Oriente, donde se encuentra nuestro amigo pagando una condena por un error que cometió.
Y digo que es ejemplo de valor porque todos los que le estimamos nos dimos cuenta de la enorme desesperación por la que tuvo que pasar durante los primeros meses de cautiverio y algunos llegamos a temer lo peor, por el qué dirán y, sobre todo, por la vergüenza que él sentía ante su pequeña hija. Sin embargo, con el apoyo nuestro, de su familia (su madre, una anciana que apenas puede caminar y no le falla cada semana para ir a verlo) y de otras amistades como la escritora Queta Navagómez, ha podido superar las crisis y, actualmente, por su preparación y esfuerzo está desarrollando actividades académicas entre los internos que le han dado un lugar de consideración y respeto.
Esperanza, María de Jesús, Juanita, Mario, Isabel, Paty y yo, somos algunos de los fieles que no le hemos abandonado. Desde el principio establecimos el compromiso de estar con él hasta el final ya que, aún cuando no estuvimos de acuerdo con la acción que realizó, lo comprendimos y, sin juzgarlo (¿quiénes somos para hacerlo?) lo íbamos a apoyar de la manera en que fuera necesario hasta que saliera de ese lugar de "readaptación".
Hace cinco años que le visitamos en el "reclu" y a pesar de haber tenido que pasar por mil adversidades para verlo, lo hacemos con emoción ya que lo extrañamos afuera.
Quienes saben de la persona (nuestro amigo) de quien hablo, no niegan el profesionalismo que desarrolló en su trabajo y el trato humano que siempre ha tenido para todos. Quienes nos conocen también saben que el afecto que un día nació entre nosotros con el pretexto de haber formado un círculo de estudio para todos los compañeros de la zona escolar, se ha fortalecido con estas circunstancias que nunca nos imaginamos que íbamos a pasar.
Y es ejemplo de honestidad porque él ha reconocido su error y está pagando la sanción ante la sociedad que, con frecuencia, juzga sin profundizar en los verdaderos motivos que orillan a una persona para cometer un delito.
No por amistad, por justicia plena, creo que más bien haría si estuviera ya laborando con libertad en la reintegración de sus derechos.
También escribe, ha ganado concursos de poesía y de cuento que organizan en los reclusorios del país y, si él me autoriza, algún día les daré a conocer algo.
Por lo pronto, cuando se acerca el día de su cumpleaños, quise hablar de él (en el anonimato por respeto, no por vergüenza) y para hacer la reflexión de que muchas veces juzgamos a los demás, rechazándoles por sus defectos o por sus errores, sin detenernos a ver que todos, pero todos, hemos tropezado también con alguna piedra que se nos cruzó en el camino y nos hizo caer, y nos ha ha ensuciado, para siempre, nuestra piel y el alma.
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