lunes, marzo 25, 2013


EL MANUAL PARA PERVERSOS
Hipersexualidad
José I. Delgado Bahena
Buenas noches. Me llamo Mercedes y soy ninfómana. Estoy aquí porque he aceptado que necesito ayuda. Sé que algunos de ustedes me conocen e, incluso, fueron alumnos míos; no me importa, porque entiendo que si están aquí, en este grupo de autoayuda, es porque, como yo, reconocen que tienen un problema con su libido y se ha vuelto incontrolable su deseo de tener sexo.
                Hoy, que he llegado a este lugar, me he armado de valor para contarles mi historia teniendo claro que tal vez poco, o nada, puedan hacer por mí. No imaginan el temblor que siento en mi cuerpo al estar en esta tribuna y espero que, al menos, al desahogar mis emociones frente a ustedes, pueda dormir tranquila esta noche sin tener que meter nada en mi entrepierna.
                Como les dije: me llamo Mercedes; pero ustedes pueden decirme “Meche”, a secas. Soy profesora de nivel superior e infelizmente casada. Creo que ese fue el origen de mis desviaciones y de mi descontrol sexual. Al casarme, pensé que mi marido tendría para mí todas las atenciones que como mujeres requerimos y le exigía que tuviéramos relaciones todas las noches; no, qué digo todas las noches: ¡todos los días! Cualquier hora y cualquier lugar de la casa eran buenos para dar rienda suelta a nuestros deseos. ¡Ah, pero sólo fue al principio! Al paso de los meses, me di cuenta de que Víctor, mi marido, se iba alejando poco a poco de mí.
                Después de un año de casados y observando que yo no quedaba embarazada, aún cuando no usábamos protección alguna, nos hicimos estudios médicos y el ginecólogo determinó que yo era la del problema y que mi infertilidad se debía a un trastorno hormonal que no dejaba madurar mis óvulos.
                El médico nos recomendó algunos tratamientos, pero ninguno surtió efecto.
                Supongo que este diagnóstico desalentó a Víctor, se distanció más de mí y se olvidaba de su responsabilidad en la cama para que, al menos, estuviera yo satisfecha, sexualmente hablando.
                Entonces, empecé a sentir la necesidad del desahogo que mi cuerpo me exigía y buscaba páginas en internet donde pudiera ver pornografía. Con las imágenes en la pantalla me excitaba, estimulaba mis genitales y descargaba mi frustración en esa autosatisfacción que me servía para relajarme y continuar con mi vida matrimonial aparentando, ante los demás, que “todo estaba bien”.
                Lamentablemente, estas prácticas me hacían recordar algunas escenas de mi infancia, en mi casa paterna, cuando yo tenía apenas ocho años de edad: una de mis tías, hermana de mi papá, se masturbaba mientras con una mano me tocaba en mi tierna vagina. Esto me lastimaba en mis recuerdos y decidí emplear otros métodos.
                A mis treinta años, sentí que aún podía buscar otro hombre que me diera lo que necesitaba y dejar a mi marido.  Así que empecé a coquetear con mis compañeros del Centro de Estudios donde trabajo y algunos de ellos entendieron mi necesidad sexual, y me atendieron. De esta manera satisfice por algunos años mi obsesión desatada por tener sexo; un tiempo anduve con Ramón, otro con Ulises, con Javier e, incluso, con Rafael quien me confesó que era bisexual y en algunas ocasiones hicimos tríos con sus parejas; lo malo fue que mis compañeros se cansaron de mis exigencias y también, como mi marido, se alejaron de mí.
                Para esta época yo tenía ya cerca de cuarenta años de edad. Después de casi veinte de casada y con un marido que casi nunca se acostaba en mi cama, decidí, sin prejuicios, abrir una página en facebook y comencé a relacionarme con individuos desconocidos de la ciudad quienes, advertidos de la discrecionalidad que les pedía, accedían a pasar conmigo algunas tardes.
                Todo iba bien, hasta que me contactó un muchacho como de veinte años, se llamaba Omar y estudiaba en la escuela donde yo prestaba mis servicios. Al principio sentí un poco de recelo, desconfianza y hasta temor de que me fuera a evidenciar ante la comunidad escolar; pero mi trastorno estaba tan desarrollado que con decisión me embarqué a navegar en ese mar embravecido que es la sexualidad con un jovencito impetuoso, volátil, atrevido y, sobre todo, capaz de hacerme sentir el mayor de los placeres.
                Espero no estarlos aburriendo con mi historia. Sé que este cuento lo habrán escuchado infinidad de veces; sólo que, para mí, estar ante ustedes significa el principio de mi recuperación, porque quiero curarme, quiero corregir un poco el rumbo de este comportamiento que me ha llevado al umbral del abismo de la perdición, y estas lágrimas que ahora suelto en esta tribuna son por la lástima que siento hacia mi pobre persona.
                Ya sé que ustedes se preguntarán: ¿y el marido, no se enteraba? Sinceramente, también yo me preguntaba si no le importaba mi vida; después me di cuenta el porqué de su alejamiento, no sólo de mi cuerpo, sino también del hogar.
                Sucede que Omar me presentó a Juan Jesús; un amigo de él que conoció en un equipo de futbol y del que sabía poco de su vida, pero que le había contado de mí y se sintió interesado en conocerme.
                Cuando conocí a Juan Jesús, encontré en él ciertos rasgos que me llevaron a pensar que ya lo conocía de antes, pero la chispa de sus ojos borró de inmediato esa impresión y comenzamos a relacionarnos.
                Permítanme tomar un poco de aliento porque aquí viene lo mejor, lo que me llevó a tomar la decisión de ingresar a este grupo donde tengo grandes esperanzas de recuperación.
                Juan Jesús era muy interesante: ingenuo, dócil, cariñoso y, a sus dieciocho años, lo veía como un campo fértil donde yo podía sembrar las semillas que quisiera para obtener los frutos que buscaba en su virilidad despierta al máximo y dispuesto siempre a complacerme.
                Desafortunadamente, Juan Jesús se enamoró de mí. Me buscaba a todas horas y se atrevía a ir a la escuela a esperarme. Llegaba al estacionamiento y a un lado de mi auto aguardaba a que yo saliera de mis labores.
                Ayer fue lo mismo. Cuando salí, sin decir palabra se subió a mi carro. Ya adentro, mientras jugueteaba por debajo de mi falda, con su mano en mi entrepierna, me pidió que lo llevara a mi casa. Sabiendo que Víctor no estaría en ese momento, por su trabajo en una herrería, acepté.
                Ya adentro de la casa, y sin medir consecuencias, nos entregamos a la lujuria en el piso de la sala. Estábamos tan metidos en nuestras caricias que no advertimos el momento en que mi marido entró junto con uno de sus compañeros de trabajo. No sé qué cara habrá puesto al ver la escena, pero cuando escuché sus gritos y lo vi corriendo hacia la cocina, y regresar con uno de mis cuchillos en su mano, creí que su coraje era por verme revolcándome con otro en nuestra misma casa; pero no, sus palabras de reclamo tenían otra intención.
                “¡Pinche perra!”, me insultó, “¡Hazlo con otros, pero no con uno de mis hijos!”
                Al terminar su frase que me dejó anonadada, se lanzó agresivamente hacia mí tirando un golpe con el cuchillo. Habría acertado, si no es por Juan Jesús que interpuso su cuerpo desnudo y recibió la cuchillada en su estómago.
                El amigo de Víctor lo contuvo y yo pude salir de la casa para pedir ayuda con un vecino. Por la noche me enteré de que Juan Jesús se recuperará y también supe que mi marido tiene otra mujer y dos hijos más.
                Todo esto me pasó por mi hipersexualidad, que me ha hecho perder el control de mis actos y por eso estoy aquí. Muchas gracias por escucharme.

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