EL MANUAL PARA PERVERSOS
Hipersexualidad
José I. Delgado Bahena
Buenas noches. Me llamo Mercedes
y soy ninfómana. Estoy aquí porque he aceptado que necesito ayuda. Sé que
algunos de ustedes me conocen e, incluso, fueron alumnos míos; no me importa,
porque entiendo que si están aquí, en este grupo de autoayuda, es porque, como
yo, reconocen que tienen un problema con su libido y se ha vuelto incontrolable
su deseo de tener sexo.
Hoy,
que he llegado a este lugar, me he armado de valor para contarles mi historia
teniendo claro que tal vez poco, o nada, puedan hacer por mí. No imaginan el
temblor que siento en mi cuerpo al estar en esta tribuna y espero que, al
menos, al desahogar mis emociones frente a ustedes, pueda dormir tranquila esta
noche sin tener que meter nada en mi entrepierna.
Como
les dije: me llamo Mercedes; pero ustedes pueden decirme “Meche”, a secas. Soy
profesora de nivel superior e infelizmente casada. Creo que ese fue el origen
de mis desviaciones y de mi descontrol sexual. Al casarme, pensé que mi marido
tendría para mí todas las atenciones que como mujeres requerimos y le exigía
que tuviéramos relaciones todas las noches; no, qué digo todas las noches:
¡todos los días! Cualquier hora y cualquier lugar de la casa eran buenos para
dar rienda suelta a nuestros deseos. ¡Ah, pero sólo fue al principio! Al paso
de los meses, me di cuenta de que Víctor, mi marido, se iba alejando poco a
poco de mí.
Después
de un año de casados y observando que yo no quedaba embarazada, aún cuando no
usábamos protección alguna, nos hicimos estudios médicos y el ginecólogo
determinó que yo era la del problema y que mi infertilidad se debía a un
trastorno hormonal que no dejaba madurar mis óvulos.
El
médico nos recomendó algunos tratamientos, pero ninguno surtió efecto.
Supongo
que este diagnóstico desalentó a Víctor, se distanció más de mí y se olvidaba
de su responsabilidad en la cama para que, al menos, estuviera yo satisfecha,
sexualmente hablando.
Entonces,
empecé a sentir la necesidad del desahogo que mi cuerpo me exigía y buscaba
páginas en internet donde pudiera ver pornografía. Con las imágenes en la
pantalla me excitaba, estimulaba mis genitales y descargaba mi frustración en
esa autosatisfacción que me servía para relajarme y continuar con mi vida
matrimonial aparentando, ante los demás, que “todo estaba bien”.
Lamentablemente,
estas prácticas me hacían recordar algunas escenas de mi infancia, en mi casa
paterna, cuando yo tenía apenas ocho años de edad: una de mis tías, hermana de
mi papá, se masturbaba mientras con una mano me tocaba en mi tierna vagina.
Esto me lastimaba en mis recuerdos y decidí emplear otros métodos.
A
mis treinta años, sentí que aún podía buscar otro hombre que me diera lo que
necesitaba y dejar a mi marido. Así que
empecé a coquetear con mis compañeros del Centro de Estudios donde trabajo y
algunos de ellos entendieron mi necesidad sexual, y me atendieron. De esta
manera satisfice por algunos años mi obsesión desatada por tener sexo; un
tiempo anduve con Ramón, otro con Ulises, con Javier e, incluso, con Rafael
quien me confesó que era bisexual y en algunas ocasiones hicimos tríos con sus
parejas; lo malo fue que mis compañeros se cansaron de mis exigencias y
también, como mi marido, se alejaron de mí.
Para
esta época yo tenía ya cerca de cuarenta años de edad. Después de casi veinte
de casada y con un marido que casi nunca se acostaba en mi cama, decidí, sin
prejuicios, abrir una página en facebook y comencé a relacionarme con
individuos desconocidos de la ciudad quienes, advertidos de la discrecionalidad
que les pedía, accedían a pasar conmigo algunas tardes.
Todo
iba bien, hasta que me contactó un muchacho como de veinte años, se llamaba
Omar y estudiaba en la escuela donde yo prestaba mis servicios. Al principio
sentí un poco de recelo, desconfianza y hasta temor de que me fuera a
evidenciar ante la comunidad escolar; pero mi trastorno estaba tan desarrollado
que con decisión me embarqué a navegar en ese mar embravecido que es la
sexualidad con un jovencito impetuoso, volátil, atrevido y, sobre todo, capaz
de hacerme sentir el mayor de los placeres.
Espero
no estarlos aburriendo con mi historia. Sé que este cuento lo habrán escuchado
infinidad de veces; sólo que, para mí, estar ante ustedes significa el
principio de mi recuperación, porque quiero curarme, quiero corregir un poco el
rumbo de este comportamiento que me ha llevado al umbral del abismo de la
perdición, y estas lágrimas que ahora suelto en esta tribuna son por la lástima
que siento hacia mi pobre persona.
Ya
sé que ustedes se preguntarán: ¿y el marido, no se enteraba? Sinceramente,
también yo me preguntaba si no le importaba mi vida; después me di cuenta el
porqué de su alejamiento, no sólo de mi cuerpo, sino también del hogar.
Sucede
que Omar me presentó a Juan Jesús; un amigo de él que conoció en un equipo de
futbol y del que sabía poco de su vida, pero que le había contado de mí y se
sintió interesado en conocerme.
Cuando
conocí a Juan Jesús, encontré en él ciertos rasgos que me llevaron a pensar que
ya lo conocía de antes, pero la chispa de sus ojos borró de inmediato esa
impresión y comenzamos a relacionarnos.
Permítanme
tomar un poco de aliento porque aquí viene lo mejor, lo que me llevó a tomar la
decisión de ingresar a este grupo donde tengo grandes esperanzas de
recuperación.
Juan
Jesús era muy interesante: ingenuo, dócil, cariñoso y, a sus dieciocho años, lo
veía como un campo fértil donde yo podía sembrar las semillas que quisiera para
obtener los frutos que buscaba en su virilidad despierta al máximo y dispuesto
siempre a complacerme.
Desafortunadamente,
Juan Jesús se enamoró de mí. Me buscaba a todas horas y se atrevía a ir a la
escuela a esperarme. Llegaba al estacionamiento y a un lado de mi auto
aguardaba a que yo saliera de mis labores.
Ayer
fue lo mismo. Cuando salí, sin decir palabra se subió a mi carro. Ya adentro,
mientras jugueteaba por debajo de mi falda, con su mano en mi entrepierna, me
pidió que lo llevara a mi casa. Sabiendo que Víctor no estaría en ese momento,
por su trabajo en una herrería, acepté.
Ya
adentro de la casa, y sin medir consecuencias, nos entregamos a la lujuria en
el piso de la sala. Estábamos tan metidos en nuestras caricias que no
advertimos el momento en que mi marido entró junto con uno de sus compañeros de
trabajo. No sé qué cara habrá puesto al ver la escena, pero cuando escuché sus
gritos y lo vi corriendo hacia la cocina, y regresar con uno de mis cuchillos
en su mano, creí que su coraje era por verme revolcándome con otro en nuestra
misma casa; pero no, sus palabras de reclamo tenían otra intención.
“¡Pinche
perra!”, me insultó, “¡Hazlo con otros, pero no con uno de mis hijos!”
Al
terminar su frase que me dejó anonadada, se lanzó agresivamente hacia mí
tirando un golpe con el cuchillo. Habría acertado, si no es por Juan Jesús que
interpuso su cuerpo desnudo y recibió la cuchillada en su estómago.
El
amigo de Víctor lo contuvo y yo pude salir de la casa para pedir ayuda con un
vecino. Por la noche me enteré de que Juan Jesús se recuperará y también supe
que mi marido tiene otra mujer y dos hijos más.
Todo
esto me pasó por mi hipersexualidad, que me ha hecho perder el control de mis
actos y por eso estoy aquí. Muchas gracias por escucharme.
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