lunes, febrero 20, 2012


NI PORQUE LE DI EL “FUA”
Llamada preocupante:
“Tenemos secuestrada a su suegra.”
Llamada aterradora:
“Si no paga se la regresamos.”

−Bueno, ‘ora sí que mi historia te la cuento nomás porque me gusta cómo escribes –me dijo, con una voz que le brotaba desde el estómago, como si le hubieran dado un martillazo en el hígado−; pero, pues… además, yo creo que todos, en el pueblo, lo sabían. Eso pasa siempre: nadie te dice que tu vieja te anda haciendo de chivo los tamales hasta que tú mismo lo adviertes; una de dos: si estás casado, ya sea porque de pronto le duele mucho la cabeza y ya no te hace caso en la cama, o porque deja de hacerte tu platillo preferido y, en vez de servirte, nomás te dice: “ai´ te dejo la comida en el refri, orita vengo”. Y se va, según a ver a su mamá y pues, uno se la cree pero, claro, todo tiene un límite. O, si estás soltero, de novio, te das cuenta de que algo anda mal cuando empieza  a poner pretextos para verse o con sus mentados mensajitos en su cel, y luego que te quiera hacer güey con: “son las noticias”.
            ‘Ora que, como en mi caso, cuando te sale con la jalada de: “me acosté con Felipe, tu mejor amigo”, pues ya no sabes cómo leer su mirada y el tono de su voz, si como honestidad o como cinismo; y todavía más, después de dos años de novios, si te sale con esto, te dan ganas de decir: ¿tanto rogarle que anduviera conmigo, para hacerme esta jugada? Y, además, con mi cuate, ¡que es casado!
            Ah, pero no creas que me importó –dijo, alzando la mirada hacia el cielo, como buscando una respuesta−, la perdoné y seguí con ella. Imagínate cuánto la quiero: yo la respetaba y me sale con que se había entregado a otro, pero la perdoné.
            Eso fue, tal vez, lo malo.
            De por sí que su pinche madre me disparaba cuchillos con sus ojos cada vez que me encontraba con Josefina y nunca estuvo de acuerdo con que yo fuera su yerno. “Es un fracasado, no tiene ni en qué caerse muerto”, le decía a su hija.  “Mejor hazte novia de Alejandro”, insistía, para que le echara ojo a su vecino que había llegado de los Estados Unidos en una troca bien perrona. Por eso, mejor me metí a este grupo de la policía secreta, porque quería dar el extra, dar el “Fua”, pues, para darle en la torre a la señora y de una vez ganarme a Josefina.
            Sólo así la convencí de que se fuera conmigo y me la robé por tres días. Nos fuimos al pueblito de mi mamá, a la casa de mi abuelo; pero, pues, el gusto nos duró poco porque al tercer día el anciano se murió y tuvimos que avisar a la familia. Entonces, como la voluntad y el amor de Josefina no estaban tan firmes, regresó con su mamá, porque iban a hablar con su papá, que estaba en el “norte”, y la convencieron de que me dejara.
            Entonces, yo quería hacer muchas fregaderas, porque leía tu libro y me daba cuenta que por amor podía hacer muchas cosas, hasta matarla. Pero reflexionaba y decía que más valía que me aguantara. Mis cuates me invitaban a beber, dizque para que la olvidara, y hasta me torturaban, para hacerme más hombre, según ellos. Me tapaban la cara con una toalla y me echaban cubetadas de agua, pero sólo me acordaba más de ella y me ponía a romper cosas y terminaba como becerro destetado: brame y brame.
            Lo grave es que mis cuates terminaban chillando conmigo porque veían que sufría mucho y decían: “no se vale” y le dedicaban muchas fregaderas.
            Es que, la neta, no se vale. Ya casi nos casábamos; sólo que llegó Alejandro, y como empezó a pasearla en su camioneta para todos lados… pues, la vieja de su madre, “ora” sí: bien contenta.
            Lo peor fue –agregó con ojos enrojecidos y con las manos enlazadas− que a los dos meses se casó con Alejandro. Entonces sí, había perdido toda esperanza.
            −¿Por qué hablas como si todavía hubiera algo entre ustedes? –le interrogué, intrigado, descubriendo un nuevo tono en su voz.
            −Ah, porque aquí viene lo bueno –respondió, sacando su teléfono celular de la funda donde lo tenía asegurado en su cinturón−: hace un mes me enteré de que ella estaba embarazada y le envié un mensaje preguntándole que quién era el padre y, ¿qué crees que me contestó?
            −Que era tuyo –le dije, aventurando una respuesta lógica.
            −No –dijo, mostrándome un mensaje de su teléfono−. “Es de Alfredo, pero a quien quiero es a ti.” –decía el mensaje.
            −¿Ves? −continuó− Ayer se fue Alejandro a los Estados Unidos y la dejó con su madre. Yo creo que él se dio cuenta de que no podría ser el padre de ese hijo y mejor se fue. Ahora, como Alfredo no podrá responderle a Josefina, porque está casado, todo queda en mis manos. Voy a luchar por ella otra vez, aunque el niño no sea mío; al fin, dicen que padre es quien los cría, no el que los hace. Sé que voy a ganármela porque voy a dar el extra, voy a dar el “Fua”.

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