LA TECAMPANA.
“El
sexo es como las matemáticas:
súmale la cama, réstale la ropa, divide las
piernas
y ruega que no te
multipliques”
A Óscar, de niño, su padres lo ponían a vender cajitas de arroz (un
pan elaborado con arroz molido que se vende en un molde rectangular, prendido
por dos palillos de zacate) a un lado de la presidencia municipal; después,
cuando estudiaba la secundaria, en la Ignacio Altamirano, aprovechaba sus horas
libres, por las tardes, para ayudarle a Rufino en su expendio de mole rojo,
típico de la región, y sacaba sus buenos centavos de aquel entonces.
Después, cuando
decidió irse a la Ciudad de México, para cursar la escuela preparatoria con el
fin de lograr el pase directo a la UNAM, y estudiar la carrera de abogado, se
dedicó a promover, entre sus compañeros y maestros, las tradiciones de su
pueblo natal y organizaba excursiones los fines de semana para que vinieran a
visitar las famosas piedras de la Tecampana y conocieran la danza de los
diablos.
Por eso, con
motivo de haber terminado su carrera, el grupo de Óscar, compuesto por
veintidós muchachos, entre hombres y mujeres, visitaron Teloloapan; pero,
cuando subían por el cerro para llegar al lugar de las rocas cantarinas, Sandra
resbaló, y Óscar, yendo a su lado, de casualidad, no tuvo más remedio que
abrazarla, para evitar que cayera, y sus manos quedaron justo sobre los pechos
de ella.
−Pinche Óscar –le
dijo Sandra−, ¡qué manotas tienes!
−Perdón…
−respondió él, sonrojándose.
−No. No te
preocupes güey: me gustó.
Óscar sólo
sonrió. De por sí, entre su familia: los Salgado, tenían fama de ser
mujeriegos; “Para conservar la sangre”, decían. Con eso fue suficiente para
que, los que observaron el incidente, lo comentaran en la noche mientras
realizaban una lunada en el patio de la casa de Óscar quien, como anfitrión,
organizó ese convivio entre sus compañeros de la facultad.
Una hora después,
cuando se terminaron la primera botella del mezcal “Guerrero”−que a Óscar le
consiguió su tío Marcelo directamente de la destiladora, en Teloloapan−, a su
compañero Julián se le ocurrió que participaran en el juego de la botella con
el envase del mezcal. Todos aceptaron, incluso el profe Lucas y la maestra
Catalina que fueron con los muchachos a esa excursión. Además de los castigos
que se impusieron y los pagos de prendas, acordaron que quienes coincidieran en
tres ocasiones con los extremos de la botella, tendrían como “premio” el dormir
juntos, así fueran del sexo opuesto.
Entre las parejas
que se formaron, a Óscar le tocó dormir con Sandra y todos hicieron bulla, por
el incidente de la Tecampana. Así: poco a poco, se fueron acomodando sobre unos
petates que les tendieron en el corredor de la casa y, con las luces apagadas,
en algunos sitios de los durmientes sólo se escucharon murmullos, quejidos,
suspiros y ronquidos…hasta que llegó la
luz del día.
Todo habría
quedado en un juego, a no ser porque en los siguientes días, a Sandra se le
interrumpió “la regla”. Por supuesto, aunque no eran novios, ni “amigos con
derechos”, al menos, Óscar se sintió responsable y le ofreció casarse con ella.
Sandra no aceptó y le dijo que no se preocupara, que se iría a Chihuahua con su
familia y le haría frente a su maternidad como madre soltera. Él le ofreció un
anillo de plata, muy especial, que se había mandado a hacer en Taxco, como
símbolo de un lazo que los uniría por siempre.
Al siguiente año,
Óscar decidió casarse con Refugio, una sobrina de los Bustamante, de
Teloloapan, y hacer de la política su profesión.
Después de varios
años de desempeñar algunos cargos de elección popular, llegó a ser presidente
del municipio donde nació. Estaba por terminar su periodo cuando Lina, su hija
mayor, que estudiaba en la capital del país, le pidió permiso para invitar a
uno de sus compañeros de la Universidad que tenía mucho interés en conocer las
piedras de la Tecampana.
Él no se negó.
Los muchachos, en la mañana que llegaron, lo primero que hicieron fue dirigirse
al lugar donde la leyenda une a Tecampa y a Na en una triste historia de amor,
y donde Lina y su acompañante, teniendo como cómplices el esplendoroso cielo
azul y las piedras de tonos argentinos, acomodaron un lecho sobre el pastizal
y, dejándose llevar por sus impulsos juveniles, se entregaron sin reservas al
río embravecido del deseo sexual.
Por la tarde,
estando en casa de la familia de Óscar y regresando él de la oficina, en la
presidencia municipal, se encontró con los muchachos. Al presentarle Lina a
Sergio, su acompañante, y extenderle éste su mano en señal de saludo, pudo
reconocer, sin lugar a dudas, en uno de sus dedos, el anillo que le obsequiara
a Sandra en el momento de su despedida. Sólo una pregunta fue suficiente para
corroborar sus sospechas:
−¿De dónde eres
originario, muchacho?
−De Chihuahua,
señor. ¿Por qué?
−Por nada –contestó Óscar
sentándose sobre el brazo del sofá de la sala y pensando en la mejor forma de
develar el secreto que había ocultado por tantos años a su familia.
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