Jubilación forzada.
José I. Delgado Bahena
Lo que son las cosas: desde hace varios años que mis hijos y, sobre todo, mi esposa, me han venido insistiendo en que ya me retire del magisterio.
Cada vez que me oían quejarme de la sobrecarga administrativa y de las exigencias que mi supervisor y las demás autoridades educativas tienen sobre nosotros, los directores, aprovechaban para pedirme que me jubilara; pero yo, fortalecido con mi trabajo cotidiano como responsable de la dirección de la escuela primaria de esta comunidad rural, cercana a la ciudad, a la que llegué desde hace doce años, y por otra razón que sólo yo conocía, me resistía y me excusaba en mi vocación como maestro.
“Me iré cuando sienta que ya no soy capaz”, les decía.
Una de tantas veces en que me acosaban con su petición les prometí que dentro de dos años, cuando cumpliera los cuarenta de servicio, les haría caso y me iría a descansar.
Lo que no sabía, era que la decisión llegaría de manera forzada y por otros medios.
Hace una semana, mis compañeros maestros y yo nos reunimos en la sala de juntas de la escuela para ultimar los detalles de la ceremonia de clausura del ciclo escolar y, habiendo quedado los alumnos solos, en sus salones de clases, con un trabajo que tenían que resolver mientras terminaba nuestra reunión, ocurrió un incidente desagradable que no pasó de una travesura infantil pero que, desafortunadamente, tuvo consecuencias inesperadas.
La junta terminó justo en la hora de salida de los niños para irse a sus casas y, para agilizar esta acción, le pedí a la maestra de guardia que hiciera el favor de tocar el timbre para que los alumnos comenzaran a guardar sus útiles de estudio.
Al momento de abandonar la sala, vimos que en la puerta del salón de clases del primer grado se había formado una “bolita” de niños, como cuando están en conflicto y se provoca un pleito entre ellos. Al llegar al lugar, nos percatamos de que uno de sus compañeritos se encontraba en el piso con su mochila en la espalda mientras los demás niños, con movimientos de juego y sin golpes de alto riesgo, le daban leves puntapiés en el cuerpo y en la mochila.
Varios de los maestros y yo escuchamos una advertencia del pequeño que con su voz infantil les decía:
“Ya no me peguen porque le voy decir a mi papá, y los va a matar.”
La maestra del grupo dispersó a los agresores, ninguno de los que escuchamos al niño le dimos importancia y retiramos a los alumnos a sus casas.
Lamentablemente, era cierto.
Hace tres días, mientras los alumnos de sexto grado ensayaban el vals para el programa de la clausura y yo me encontraba en mi oficina, escuché las detonaciones de una ráfaga de disparos al aire que se habían hecho en el interior de la escuela. Al salir, me topé en la puerta con un individuo que, con pistola en mano, me dio un empujón hacia adentro de la dirección. Aún alcancé a ver a dos hombres más en el patio con armas largas y a algunos niños de sexto grado corriendo a refugiarse o tirándose en el piso, gritando y llorando de miedo.
Adentro de mi oficina se encontraba mi secretaria, una maestra adjunta que me apoya con el trabajo administrativo, terminando de vestirse y acomodándose el cabello.
−¿Así es como cuidas el orden en tu escuela, divirtiéndote con tu amiguita? –me dijo el individuo que me había empujado.
−¿Qué quieren? –le pregunté temeroso.
−Mira, cabrón: hace tres días le pegaron a mi hijo; sus compañeros le echaron montón y tú no hiciste nada para castigarlos. Si le vuelve a pasar algo, vengo con mis amigos y los primeros que la van a pagar serán tú y tu amante. Ai’ te dejo ese encargo –terminó, soltando un tiro sobre el escritorio y perforando con la bala los certificados de los niños de sexto grado.
Ayer les pedí a dos maestras que cuidaran al hijo de la persona que me amenazó para que, durante el recreo, no permitieran que ningún niño lo tocara.
Hoy fui a la Delegación Regional de la SEG para solicitar la reposición de los certificados y comenzar con los trámites de mi jubilación.
Definitivamente, a pesar de que tendré que dejar de ver a Luz Elena, mi secre, creo que es lo mejor para no seguir corriendo riesgos innecesarios.
Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com
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