TE COMPARTO MI NOVELA "LA NOCHE DE LAS CABRAS
"LA NOCHE DE LAS CABRAS"
PUBLICADA EN FEBRERO DE 2007
REGISTRO: 03-2006-122013255400-01
I
Alejandro sabía que las decisiones que tomara en esa tarde serían las más trascendentales para su vida. Tenía claro que estaba pisando la raya del antes y el después. Un pasado que ya no podía borrar y un futuro, a todas luces, impredecible.
Por eso, ahí, sentado en aquel restaurante ubicado en el Centro Histórico de su ciudad natal, cavilaba sobre las propuestas que la vida misma le planteaba.
La tarde era gris. Inesperadamente, un viento frío se había soltado y algunas nubes intentaban cubrir el sol de otoño que, temeroso, se asomaba por momentos, arrojando algunos rayos que rebotaban en el piso de la fuente del lugar y destellaban entre el agua, salpicando los bordes de cantera de la escultura con un reflejo tibio que moría incrustado en el vaso de vidrio que Alejandro sostenía entre sus manos.
―¿Le puedo tomar su orden, señor, o prefiere que le traiga más agua? ―le preguntó el mesero, sacándolo por un momento de sus pensamientos.
―No, aún no, pero me traes un café y un cenicero, por favor.
―¿Cómo desea el café? —preguntó amablemente el hombre, al tiempo que anotaba la orden en su libretita.
―Americano, por favor —contestó Alejandro.
―Enseguida le traigo su café, el cenicero aquí lo tiene ―dijo el mesero, colocando uno que había tomado de otra mesa cercana—. ¿Quiere que le guarde su paquete y se lo entregue cuando se retire? ―agregó, al ver sobre la mesa una bolsa de papel que contenía unos chocolates que Alejandro había comprado.
―Gracias —dijo él, al momento que le entregaba la bolsa al mesero, extraía un cigarro de una cajetilla y le permitía su amabilidad para encendérselo.
―Yo se la guardo, y si se le olvida mande a alguien por ella y se la entregamos, no se preocupe ―terminó el mesero.
―Está bien, gracias ―respondió Alejandro, expulsando la segunda bocanada de humo de ese cigarro que desde la noche anterior había deseado tanto fumar.
Sabía bien que lo tenía estrictamente prohibido por el médico, pero en ese momento sus nervios lo tenían fuera de control y se permitió ese atrevimiento.
Hacían casi dos años que se había embarcado en un viaje sin retorno que lo tenía flotando en un mar de incertidumbre tan amplio que no lograba vislumbrar, al menos, un islote salvador donde descansar del naufragio en que vivía.
Ahora, de manera extraña, por ya no ser temporada de lluvias, la tarde había terminado por nublarse y una ligera llovizna caía sobre la ciudad, obligando a algunos paseantes a apresurar el paso, y a otros a buscar refugio en el mismo lugar donde se encontraba él.
La esperaba a ella, a la mujer que, sin proponérselo, le había hecho vivir los dos últimos años más felices de su vida; pero, al mismo tiempo, las noches más amargas que nunca imaginó tendría que sufrir a cambio de la pasión desbordada que su corazón conoció en los ojos, en las manos, en la voz, en las caricias y los besos de esa mujer a la que ahora tanto amaba.
La esperaba para resolver juntos sobre algunas propuestas que le traía y que él ignoraba; pero, aún cuando sabía que el amor que le quemaba el pecho no lo volvería a sentir jamás, tenía sus dudas, y pensó que hasta no verla y escucharla, allí mismo, donde habían sellado alguna vez la ruptura, podría realizarse la reconstrucción definitiva de esa relación que lo tenía bajo una lluvia de fuego, pero que lo hacía vivir intensamente.
Estas reflexiones le hicieron recuperar el momento en que los diablos del amor encendieron las llamas de los celos y las desconfianzas, y as,: de golpe, entre el humo del cigarro que el viento húmedo de la tarde le devolvía, le llegaron los recuerdos y comenzó, de pronto, a vivir todo, completo, desde el principio…
"LA NOCHE DE LAS CABRAS"
PUBLICADA EN FEBRERO DE 2007
REGISTRO: 03-2006-122013255400-01
I
Alejandro sabía que las decisiones que tomara en esa tarde serían las más trascendentales para su vida. Tenía claro que estaba pisando la raya del antes y el después. Un pasado que ya no podía borrar y un futuro, a todas luces, impredecible.
Por eso, ahí, sentado en aquel restaurante ubicado en el Centro Histórico de su ciudad natal, cavilaba sobre las propuestas que la vida misma le planteaba.
La tarde era gris. Inesperadamente, un viento frío se había soltado y algunas nubes intentaban cubrir el sol de otoño que, temeroso, se asomaba por momentos, arrojando algunos rayos que rebotaban en el piso de la fuente del lugar y destellaban entre el agua, salpicando los bordes de cantera de la escultura con un reflejo tibio que moría incrustado en el vaso de vidrio que Alejandro sostenía entre sus manos.
―¿Le puedo tomar su orden, señor, o prefiere que le traiga más agua? ―le preguntó el mesero, sacándolo por un momento de sus pensamientos.
―No, aún no, pero me traes un café y un cenicero, por favor.
―¿Cómo desea el café? —preguntó amablemente el hombre, al tiempo que anotaba la orden en su libretita.
―Americano, por favor —contestó Alejandro.
―Enseguida le traigo su café, el cenicero aquí lo tiene ―dijo el mesero, colocando uno que había tomado de otra mesa cercana—. ¿Quiere que le guarde su paquete y se lo entregue cuando se retire? ―agregó, al ver sobre la mesa una bolsa de papel que contenía unos chocolates que Alejandro había comprado.
―Gracias —dijo él, al momento que le entregaba la bolsa al mesero, extraía un cigarro de una cajetilla y le permitía su amabilidad para encendérselo.
―Yo se la guardo, y si se le olvida mande a alguien por ella y se la entregamos, no se preocupe ―terminó el mesero.
―Está bien, gracias ―respondió Alejandro, expulsando la segunda bocanada de humo de ese cigarro que desde la noche anterior había deseado tanto fumar.
Sabía bien que lo tenía estrictamente prohibido por el médico, pero en ese momento sus nervios lo tenían fuera de control y se permitió ese atrevimiento.
Hacían casi dos años que se había embarcado en un viaje sin retorno que lo tenía flotando en un mar de incertidumbre tan amplio que no lograba vislumbrar, al menos, un islote salvador donde descansar del naufragio en que vivía.
Ahora, de manera extraña, por ya no ser temporada de lluvias, la tarde había terminado por nublarse y una ligera llovizna caía sobre la ciudad, obligando a algunos paseantes a apresurar el paso, y a otros a buscar refugio en el mismo lugar donde se encontraba él.
La esperaba a ella, a la mujer que, sin proponérselo, le había hecho vivir los dos últimos años más felices de su vida; pero, al mismo tiempo, las noches más amargas que nunca imaginó tendría que sufrir a cambio de la pasión desbordada que su corazón conoció en los ojos, en las manos, en la voz, en las caricias y los besos de esa mujer a la que ahora tanto amaba.
La esperaba para resolver juntos sobre algunas propuestas que le traía y que él ignoraba; pero, aún cuando sabía que el amor que le quemaba el pecho no lo volvería a sentir jamás, tenía sus dudas, y pensó que hasta no verla y escucharla, allí mismo, donde habían sellado alguna vez la ruptura, podría realizarse la reconstrucción definitiva de esa relación que lo tenía bajo una lluvia de fuego, pero que lo hacía vivir intensamente.
Estas reflexiones le hicieron recuperar el momento en que los diablos del amor encendieron las llamas de los celos y las desconfianzas, y as,: de golpe, entre el humo del cigarro que el viento húmedo de la tarde le devolvía, le llegaron los recuerdos y comenzó, de pronto, a vivir todo, completo, desde el principio…
2 comentarios:
Hola buen dia... solo quiero comentar que es interesante la novela de LA NOCHE DE LAS CABRAS... pero tengo una duda, ahy termina? donde dice: le llegaron los recuerdos y comenzó, de pronto, a vivir todo, completo, desde el principio…
Es este el final? si no es asi, donde puedo descargar la novela completa? muchas gracias de antemano, yo acostumbro leer manual para perversos, soy de chilpancingo, gro. Mexico, mi correo es: galeana100_@hotmail.com
Gracias por tu comentario. Iré subiendo por capítulos la novela completa. Saludos.
Publicar un comentario