“En vano querer ser buenos y querernos como hermanos,
si tú no tuvieras senos y yo no tuviera manos.”Dicho popular.
Cuando mi madre murió, después de una larga temporada padeciendo un cáncer intestinal que en ninguna parte le pudieron curar, le hizo prometer a mi padre que se volvería a casar. Él, por consentirla en su lecho de muerte, le juró que así lo haría.
En ese entonces yo tenía sólo diecisiete años y estaba estudiando el último semestre en el Cbtis. No tenía hermanos, por lo que yo era la única preocupación de mi padre quien, a sus cuarenta años, parecía que perdía la motivación para sobrevivir a la ausencia de mi madre.
−Deberías volver a casarte, como le prometiste a mamá –le dije un día, de los pocos que compartíamos, en la mesa, merendando un vaso de leche y un pan tostado con mermelada.En ese entonces yo tenía sólo diecisiete años y estaba estudiando el último semestre en el Cbtis. No tenía hermanos, por lo que yo era la única preocupación de mi padre quien, a sus cuarenta años, parecía que perdía la motivación para sobrevivir a la ausencia de mi madre.
−¿Para qué? –me contestó con una pregunta−, de cualquier manera nunca podré olvidar a tu madre.
−Para que no estés solo. Hace más de dos años que ella nos dejó y no eres viejo. Cuando termine mi carrera, tal vez querré casarme y no me gustaría dejarte sin alguien que te caliente la cama.
−¿Quién piensa en eso? –replicó sonriendo−, tengo una mano muy amiga y falta mucho para que termines tu estudios en la Universidad.
−Pero el día llegará, padre –le dije, recogiendo los vasos y llevándolos al fregadero.
Después de esa plática no volvimos a tocar el tema. Sin embargo, una tarde, al regresar de la escuela, escuché, antes de abrir la puerta, las alegres carcajadas de él y las de una voz femenina. Al entrar, vi con gran alegría que una mujer, como de treinta años, muy guapa, hermana de una compañera de su trabajo –después me dijo−, estaba con él viendo un programa de televisión.
Mi padre me la presentó como su amiga Laura.
−Hola –le dije, soy Ángel, a tus órdenes.
−Gracias –me dijo, con una sonrisa−. Eres muy guapo eh. Bueno, te pareces a tu padre –completó.
Con el pretexto de que tenía tarea, los dejé solos y entré a mi recámara.
Al mes de aquel encuentro, mi padre llegó con la noticia de que Laura y él habían decidió vivir juntos, sin casarse, y lo harían ahí, en la casa.
Me pareció estupenda la idea (por él, por supuesto). Y así fue. Al siguiente día ella había llevado ya algunas pertenencias y desde ese momento comenzó a adueñarse del tiempo de mi padre, del espacio de la casa y hasta en mi vida se entrometía.
Cuando papá no se encontraba en casa, entraba a mi recámara, me ayudaba con mis tareas, aseaba mi cuarto, veíamos juntos un programa en la tele o salíamos a caminar por el parque que apenas había hecho el delegado de la colonia. Así fuimos conociéndonos y la fui aceptando como parte de la familia. En realidad, no me costó mucho trabajo porque ella tenía un carácter muy agradable y compartíamos muchas aficiones en cuanto a bandas musicales, películas, libros y comidas.
Un día que no tuve clases, me quedé en cama hasta más tarde y Laura llegó con una charola en la que llevaba dos jugos de naranja y dos emparedados. Se acomodó junto a mí y como dos hermanos desayunamos en la cama y viendo la tele.
Al terminar, ella me dio un abrazo interminable y me dijo que me quería mucho. Yo le dije que gracias y que igual, sentía algo especial por ella. Del abrazo pasamos a los besos en la mejilla. Ella me mordió una oreja y yo le mordí el cuello. Nos besamos y, sin pensar en nada, dejamos que nuestras manos recorrieran nuestros cuerpos y nuestras bocas saciaron con mil besos húmedos el incendio que se desató en nuestros corazones y nos cubrió la piel.
Al terminar con el desahogo de los cuerpos, nos quedamos viendo al techo y preguntándonos sobre lo que haríamos. Ninguno tuvo dudas. Teníamos que ser sinceros con mi padre y decirle lo que había pasado.
Cuando él llegó, con toda la solemnidad del mundo le contamos la traición que tuvimos hacia él esperando una reacción de cólera infinita y la más pesada descarga de blasfemias.
Nuestra sorpresa no tuvo límites. Con gran serenidad y con un tono en sus palabras que no le conocía, expresó: “No te preocupes hijo, recuerda que el gran amor de mi vida es tu madre, que en paz descanse. Jamás te lo oculté, Laura –continuó tomando una mano de ella−. Seremos una familia moderna. Hagamos de cuenta que no pasó nada, o mejor sí, pero sin resentimientos, y cuando gustes puedes venir a hacernos compañía en nuestra cama, que es muy grande”.
Desde entonces, hay ocasiones en que siento el deseo de convivir con ellos, y cuando ven que estoy en la puerta de su recámara, dejan espacio para que pueda acomodarme en la otra orilla.
Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com
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