martes, enero 04, 2011

MANUAL PARA PERVERSOS

Por adelantarte…



José I. Delgado Bahena


¿Ya vistes, Chavela? Por adelantarte, ¿lo que te pasó? Te lo dije desde que vi cómo criabas a tus hijos: todos consentidos, siempre aguantándoles sus arbitrariedades, sus berrinches y hasta sus insultos. Por más que quise abrirte tus ojotes, nomás me dejabas con la palabra en la boca, como diciendo: “no es asunto tuyo”.
Pues sí hermana, sí era asunto mío, porque ya sabía que tarde que temprano terminarías aquí.
Me acuerdo…
A lo mejor a ti ya se te olvidó, pues no sé si te pasabas de taruga o de buena gente con tus hijos. Porque, ¿cómo se te ocurre seguirle pagando la escuela a Sergio, el mayor, después de que salió con su mensada de embarazar a la chamaca? No, Isabel; si fue bueno para hacer su gracia tenía que ser bueno también para mantenerla. Pero no, ai’ stá la tonta de mi hermana, solapándolo y haciéndose responsable hasta de la mujer, porque ella ni siquiera era buena pal quehacer.
Y luego que el bueno de mi cuñado decidió irse antes al panteón, nomás para no hacer corajes con lo caprichudos que eran mis sobrinos. Al menos te dejó la cevichería y con eso te ayudastes, chingándole todo el día, para sacar adelante a los cuatro escuincles, si no quién sabe. Aunque, a decir verdad, más valdría que Manuel nos les hubiera dejado nada, para que aprendieran a valorar la vida y no estuvieran nomás sobándose la panza en sus hamacotas que les comprastes cuando fuimos a Chilapa, en el viaje que organizó Marcelina.
Luego, la otra: Patricia, la segunda, que quiso estudiar para enfermera y se fue a una escuela de Taxco, quesque porque ahí iban a estar sus amigas. Y lo mismo: nomás gastándose en los antros lo que le dabas para la estudiadera. Lo sospechastes, no lo niegues, por eso fuistes a preguntar a la escuela para saber cómo iba en sus calificaciones y te encontrastes con la sorpresa de que ya tenía muchos días sin ir a clases.
No agaches la cabeza, hermana. De todos modos ya pasó. ¡Qué remedio! El remedio lo pudistes haber puesto cuando Sergio te dijo que ya no quería estudiar y que mejor le pusieras un cyber para mantener de ahí a su vieja y a tu nieto. Debistes decir que no, que era su bronca, que se rascara con sus uñas; pero no, luego luego le pusistes al negocio un letrero de “se traspasa”, para venderlo y cumplirle, ¡otra vez!, su capricho.
¿Y, qué te quedó, Isabel? Un poco de dinero para poner un puesto de picaditas junto a la iglesia, y hacerle competencia a Carlota. Ah, y la casa con un buen terreno. Y ni con eso estuvieron conformes los ambiciosos de tus hijos. Por eso planchabas y lavabas ajeno, para terminar de darles su estudio a los dos menores que estaban en la prepa, como si ellos fueran diferentes a los mayores. Al rato te llamaron para decirte que Juan estaba internado a causa de una sobredosis, de no sé qué sustancias que se había metido, y tuvo que dejar la escuela para estar de huevón en tu casa, sin ayudarte siquiera a poner el gas en el puesto de las picadas.
La única que más o menos se portó bien fue la más chica: Martha. De la escuela se fue con el novio y dejó de darte lata; pero ni así se salva, porque se unió a la tarugada que se les ocurrió a Sergio y Patricia, los mayores.
De plano que eres mensa, Isabel. ¿Cómo fuistes a aceptar que te presionaran con eso de que querían que les heredaras en vida? Y luego, eso de creerles que se iban a hacer cargo de ti, cuando no podían encargarse de ellos mismos y de sus familias. ¿Por qué aceptastes vender la casa? ¡Si no te podían obligar!
Ya sé. No me veas con esos ojos de lechuza llorona. Los hijos son los hijos; ¡siempre lo decías! Pero lo malo es que ellos nunca se dieron cuenta que los padres son los padres. Por eso te vieron nomás como el medio para cumplir sus caprichos.
Ya ves: Sergio nomás te aguantó dos años en su casa y como te ven ya vieja, y con el pretexto de tus diferencias con tu nuera… se les olvidó todo lo que hicistes por ellos y buscaron a los otros hermanos para que te fueras a vivir en casa de alguno de los otros tres.
¡Ja! Ya imaginaba sus respuestas: “No tenemos espacio”, dijo uno. “No tengo dinero”, dijo otro. “Yo le doy de comer, pero que se quede con ustedes”, dijo Martha.
En fin, Chavela, ya sabía que ibas a venir a dar aquí, conmigo. Conociendo a tus hijos, me figuraba esta decisión. Seguramente te dijeron: “Allá vas a estar bien, con la tía Coti, ella te va a cuidar.” Sí, hermana, aquí vamos a estar bien. Este es el mejor asilo que hay en Iguala. Ya ves, las muchachas que nos cuidan son re buenas gentes. Ya ni modo. Vente, vámonos pa dentro, ya hace frío. Vamos a escribir las cartitas a los Reyes Magos, mañana vendrán las señoritas del DIF a dejarnos regalos. No llores, aguántate. Piensa que esto te pasó nomás por adelantarte con tus hijos.

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