José N.
José I. Delgado Bahena
Llegó de los Estados Unidos hace dos años, luego de sentirse acorralado por las fechorías que hacía allá y de haber salido mal con los de la banda que había formado en el barrio donde vivía.
A sus diecisiete años, se había involucrado en actos delictivos tan graves que su familia optó por enviarlo de regreso a México a vivir con una tía que tiene su domicilio en una colonia cercana a la Universidad Tecnológica. Fue ahí donde conoció a Filo, un chamaco de su edad que lo relacionó con otro grupo de malvivientes que andaban siempre a la expectativa de algún prospecto para entrar a robar, ya sea en alguna tienda, escuela o domicilio particular.
Desde su llegada, tal vez por coincidencia, en la colonia se empezaron a dar una serie de robos menores: teléfonos celulares, equipos de sonido, tanques de gas, entre otras cosas, y toda la gente sabía de quién se trataba porque ¡entre los mismos vecinos los vendía!
En alguna ocasión, una señora, a la que le robó su dvd, fue a hablar con él y logró que se lo regresara.
En otra, en que entre él y Filo entraron en la vivienda de un contador, a quien vigilaban fácilmente ya que a un lado de su casa acostumbraban a reunirse con otros chamacos de su edad a fumar mariguana y consumir otras sustancias adictivas; lograron llevarse varias de sus pertenencias; pero, con lo que no contaron, es que este señor estaba muy bien relacionado con autoridades y periodistas y pronto dieron con el destino de sus cosas pudiendo recuperar la mayor parte de ellas después de amenazarlos y arrancarles la promesa de que no se volverían a meter con él ni con ninguno de su familia.
Al parecer, su vida transcurría en la intrascendencia de sólo subsistir y acompañar a su tía ante las prolongadas ausencias de su marido que trabajaba de taxista; pero, la ociosidad en que pasaba sus días, le llevaron a él y a su inseparable amigo, hasta un grupo delictivo que los enganchó para la distribución de los estupefacientes con los que envenenaban a los menores de edad de su colonia.
Después se supo: Filo se apropió de un paquete grande de las sustancias que vendía y huyó de la ciudad, hacia rumbos más seguros, dejando a José N. con la responsabilidad de explicar su desaparición y enfrentar los reclamos y las advertencias de sus jefes quienes, por esta acción de Filo, le retiraron la confianza y lo vigilaban constantemente por si aparecía el amigo ausente. Algunos pensaron que no volvería y José N. tendría que pagar las consecuencias.
De cualquier manera, al no tener ya esos ingresos, regresó a las andadas cometiendo pequeños robos en las casa de los vecinos y en una ocasión se incorporó a otro grupo que realizaba delitos mayores y juntos planearon la manera de entrar a la Universidad a hurtar algunas computadoras que después mal vendieron entre sus conocidos del mercado negro.
Lo malo para José N. fue que el rector movilizó a los agentes policiacos para recuperar las máquinas y atraparon a todos los delincuentes, con excepción de él que, por extrañas razones no fue involucrado en el hecho; pero esto dio pie para que sus “amigos” lo consideraran traidor y le asignaron una sentencia −además del apodo de “renacuajo−, que cumpliría alguien fuera del reclusorio donde se encontraban.
Lo último que se supo del “renacuajo” fue que se había atrevido a robarle su billetera, con una fuerte cantidad de dinero, a un señor ya grande, dueño de una miscelánea, a dos cuadras de su casa, que resultó ser el padre de Rafa, el contador a quien le había desvalijado su casa, junto con Filo. Lo malo de él fue que anduvo contando su fechoría y no faltó quien le hiciera saber a la familia del nombre del responsable del hurto de la billetera.
Uno de los hijos del señor de la tienda se enteró y se llevó a José N. hasta una de las bardas de la Universidad, y ahí lo forzó a confesar, aunque en un principio lo negó, que había realizado el robo, y si no es por algunas personas conocidas el coraje le hubiera llevado a cometer una acción mayor en contra de José N.
Para confirmar su culpabilidad, en un par de horas el “renacuajo” se presentó en la casa del de la tienda para devolver la mayor parte del dinero que llevaba en la cartera.
Cuando el contador se enteró, sólo apretó los puños y los dientes en señal de inconformidad y de rabia por el abuso en contra de personas tan grandes, como sus padres.
A los pocos días, José N. desapareció de la colonia y no se sabe nada de él. Se han soltado muchas especulaciones y sólo se espera que de un momento a otro se le informe a la tía que ha sido encontrado tirado en algún lugar, tal y como ocurre con tanta gente que no sabe aprovechar las oportunidades que la vida le ofrece.
Escríbeme: jose_delgado9@hotmail.com
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