miércoles, noviembre 17, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

Por un amor a distancia
José I. Delgado Bahena

Hasta hace poco, Carlos vivía enredado en los días inútiles de un amor a distancia. Ella, Mónica, empleada de una cafetería en la Ciudad de México y él con un cargo público en la administración del Ayuntamiento de esta ciudad “tamarindera” que le impedía ausentarse para ir a verla con la frecuencia que él hubiera querido.
La conoció el año pasado, en “días de muertos”, cuando ella vino de visita, invitada por una compañera de trabajo que es amiga de Carlos, y juntos recorrieron la exposición de tumbas y ofrendas que, tradicionalmente, se instalan, en esa temporada, en el zócalo.
En aquella ocasión entablaron una amistad que fue tierra fértil para sembrar la semilla del amor a través de los mensajes por el celular, los correos electrónicos y las llamadas que todas las noches le hacía Carlos con la emoción de escuchar su voz y sentir la presencia de Mónica a su lado.
A los dos meses de esta comunicación telefónica, llegaron las declaraciones.
−Sueña que soy tu sueño –le dijo Mónica una noche en que se despidieron después de estar platicando hasta la madrugada.
−Por supuesto que eres mi sueño y aspiro a que se convierta en una hermosa realidad –le confesó Carlos−. No tengo dudas, sé que ya te amo y lo que siento por ti no es sólo amistad. Te extraño, te pienso a cada instante y quisiera tenerte ahora junto a mí para abrazarte y besarte como el loco que soy desde que te conocí.
Después de esa noche, los mensajes y las llamadas subieron de tono encendiendo la hoguera que le llevó, a Carlos, a pedir un permiso de tres días en su trabajo e irse al D.F. para convivir con ella.
Los recuerdos que construyeron y las mil fotografías que se tomaron durante aquellos días, les avivó el fuego del amor y les iluminó la penumbra que se instalaba durante el día en sus corazones al vivir distanciados y atados a sus responsabilidades.
Sin embargo, al paso de los meses la emoción fue entrando en un letargo que le hacía desconfiar a él de la fidelidad de ella.
En ocasiones, y con frecuencia, el celular de Mónica marcaba en tono de ocupado y, a veces, se encontraba apagado. Los mensajes que él enviaba no tenían respuesta y su amor se quemaba en el infierno de los celos y la desconfianza.
“Es que no tenía saldo”, explicaba ella. “Se me descargó la pila”, le respondía cuando le preguntaba el por qué apagaba el teléfono.
Una vez, cuando se atrevió a llamarle en su horario de trabajo, ella descolgó, pero no habló con él y pudo escuchar las voces de los clientes solicitando su pedido, y en otra ocasión la escuchó platicando con su jefa. De manera que, aunque no pudiera hablar con él, aceptaba la llamada con el propósito de que oyera que no podía contestarle; pero en los últimos días sus llamadas eran ignoradas por ella y si acaso le contestaba sólo era para decirle “no puedo hablar” y colgaba.
Estos y más detalles en su relación con Mónica le entorpecieron las ideas y le hacían refugiarse cada sábado, a veces solo y otras en compañía de algún amigo, en la distracción sin límite que encontraba en los antros de la ciudad.
Hace poco, después de descargar sus desconfianzas en una luna pálida que no le iluminaba su entendimiento, se dirigió, solo, a un centro nocturno donde la algarabía de las personas que, bajo los efectos del alcohol, se atreven a cantar desde su mesa, entre un público que les aplaude su mal entonada interpretación, las canciones de su preferencia.
Carlos pidió al mesero una “jirafa” de cerveza. La ingirió y solicitó otra. Junto con el pedido llegó una mujer de, aproximadamente, treinta años, alta y exageradamente maquillada.
−¿Por qué tan solito? –le preguntó ella.
−Por pendejo –respondió él.
−¿Me puedo sentar? –solicitó la mujer, ignorando la respuesta de Carlos.
−Por favor, siéntate –contestó con amabilidad.
Fue lo único que recordó Carlos al día siguiente, al despertar en un hotel, desnudo, sin dinero y sólo con una nota sobre el buró de cemento, a un lado de la cama. El texto, impreso en media carta, decía:
“¿A quién se le ocurre tener sexo sin protección? Tengo Sida. Con tipos como tú me estoy vengando de la vida. Adiós.”
Escríbeme: jose_delgado9@hotmail.com

1 comentario:

Míkel F. Deltoya dijo...

Wow, impactante, su obra es impactante, siempre gusta de dar un giro de 180 grados y lo consigue exitosamente.
enhorabuena, en unas semanas le envío una entrevista, para que me responda un poquito de su obra, saludos cordiales.