miércoles, septiembre 22, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

No me ayudes compadre…
José I. Delgado Bahena

“Compadre”, le dijo Raúl a Enrique por el celular, “acabo de ver a tu “cuarenta y dos” entrando al hotel que está en la entrada de Tomatal y se me hace que le están despachando un cero-nueve”.
“No manches compadre, a esta hora debe estar recogiendo a los niños en la escuela.”
“Pues… no sé, compadre, ¿por qué no le echas un “cuatro cuatro” por la zona, nomás para que salgas de dudas?”
“Sale compadre, nomás termino de levantar un “siete-nueve” a un güey que se pasó un alto y me lanzo a merodear por aquellos rumbos.”
Enrique cerró el teléfono, lo colocó en su cintura, junto al aparato de radio, y se dirigió al automovilista que esperaba a un lado de su carro esperando llegar a un arreglo y no tener que pagar por la infracción que había cometido.
−¿Entonces qué, mi oficial, me la va a perdonar?
−Sí amigo, sólo que ya sabe, está haciendo un pinche calor que se antoja un refresquito.
−Sale pues mi jefe –dijo el conductor, acercándose al agente de tránsito y, a modo de saludo, dejando en su mano un billete de cincuenta pesos−, tenga para su “chesco”.
−Órale, ya váyase y para la otra sea más precavido, no vaya a atropellar a algún peatón.
−Sí mi jefe, nos vemos –respondió el hombre subiendo a su auto y arrancando enseguida.
Enrique guardó el billete en el bolsillo derecho de su pantalón, que se notaba abultado por la morralla que había juntado en medio día de su trabajo como agente de tránsito municipal. De pronto, recordó la llamada de su compadre Raúl. Tomó su aparato de radio y marcó:
“Mi jefe: con la novedad de que necesito de su autorización para ausentarme un par de horas, hay una emergencia en mi “noventa”, además de que necesito aplicar un “siete-seis”, porque al parecer algo me cayó mal en el almuerzo. Si usted me autoriza iré a dar el “doce” a mi familia y de paso aligerar el estómago.”
“Enterado, no se preocupe. Aplicaremos el “doce” a su zona. Ah, no se le olvide reportarse con su X60 donde usted ya sabe. Cuídese y salúdeme a su “cuarenta y dos.”
“Gracias, jefe.” Contestó Enrique cerrando la conversación y arrancando la unidad que tenía asignada.
Inmediatamente tomó el rumbo hacia Tomatal. Se estacionó cerca de un puesto de hamburguesas y esperó. Desde ahí podía ver con claridad quiénes entraban y salían del hotel ubicado en esta área.
A los pocos minutos, nuevamente sonó su teléfono. Era su compadre Raúl.
“¿Qué pasó, compa?”
“Ocho-ocho, compa, pues nada.” Contestó Enrique. “Estoy aquí, frente al hotel, no hay nada que informar.”
“Mira compadre”, agregó Raúl. La verdad, desde hace tiempo que muchos del gremio sabemos que tu 42 te pone el cuerno. No te quería decir nada porque pues, al fin y al cabo es tu vida, pero la neta da coraje, no es justo que te la pases chingándole todo el día para que ella ande de caliente.”
“No manches compadre, ya me estás haciendo encabronar”
“Ni modo compa. Es que si a mí me pasara lo mismo, me gustaría que mis cuates me lo dijeran para que no me vea la cara ella, ni se rían de mí los demás. ¿Tú crees que los compañeros se aguantan? De güey no te bajan y no se vale.”
“Eso sí compa, más vale saberlo, terminar todo y cada quien por su lado. ¿No crees?”
“No seas güey compa, mínimo una madrina a ella y un sustito al otro penitente, nomás por hacer cosas indebidas.”
En ese momento, llegaron dos taxis y entraron al hotel.
“Sale compa, luego te llamo, estaré al pendiente, parece que hay movimiento.”
Un taxi volvió a salir, llevando a Elena, la mujer de Enrique, en el asiento trasero. Inmediatamente salió la otra unidad de servicio llevando como pasajero a Héctor, un compañero de Enrique, en el asiento delantero.
Con el corazón hirviendo y con las palabras de su compadre vibrando en su mente: “Mínimo una madrina”, se dirigió a su casa encontrando a su mujer en la sala, al lado de sus hijos.
Subió con grandes zancadas la escalera hacia la planta alta, tomó un revolver que tenía en su cómoda, regresó a la sala y, sin darle tiempo a Elena, quien con ojos de espanto vio como le apuntaba con el arma, de que al menos apartara a sus dos hijos, le disparó a quemarropa, sobre el pecho, y amartillando nuevamente la pistola, se la puso en la boca, aplicándose un 22 con un tiro mortal que terminó, definitivamente con el enredo de los celos.
Escríbeme a:
jose_delgado9@hotmail.com

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