Mala vida
José I. Delgado Bahena
−De por sí, le gusta la mala vida –eructó, Andrés, las ocho palabras a su compadre Alfonso ante la décima cerveza que tomaban en el billar de Paco−. Van cuatro veces que se va de la casa, con su madre, y siempre vuelve. Nomás me deja descansar de ella por una temporada y regresa. Cuando se da cuenta de que no iré a buscarla, ella misma empieza a llamarme y a decirme que si no me importan mis hijos, que si ya no la quiero, que si ya tengo otra vieja…
−¿Y qué le dices? –le interrogó el compadre, completamente interesado en su respuesta.
−Pues ya sabes, pinche compadre: “¿cómo crees? –le digo−, si no tengo ninguna otra, sabes que eres la única, mi vida, y claro que me importan mis hijos, pero pues, te los llevaste…”
−¡Ay, compadre! Un día de estos te va a dejar de deveras.
−No creo compadre, la tengo enganchada. Mira: lo que más les importa a las viejas es que les cumplas en las noches. Claro, hacen sus berrinches y todo, pero sólo para darse su importancia.
−Pues sí, compa, ¿pero si un día te cae en la movida con Lore?
−Ah, pues yo creo que no le quedará de otra que aguantar, ¿no crees? Salud, pinche compadre, ya hasta me estoy emocionando. ¿Y tú qué, a poco le eres muy fiel a mi comadre?
−Pues no –contestó Alfonso después de darle un gran trago a su cerveza−, la verdad no; pero, pues ya sabes, no me gusta andarlo platicando.
−No me salgas con eso compadre. Mira, si ninguna de la oficina te da jale, te presento a dos o tres amigas que conozco. Tienes que probar, nomás para que veas que el agua bendita se encuentra en cualquier olla.
−Mira compadre –dijo Alfonso con la lengua enredada−, la mera verdad, Luz y yo también tenemos problemas. Me grita, me insulta y me amenaza con dejarme. Un día le di un buen jalón de greñas y se calmó pero al otro día llegó mi pinche cuñado a reclamarme. Ya no la aguanto, compadre, y pues… también tengo mi movida.
−¡Ya ves, cabrón, ya sabía que eras de los míos! ¡Chúpale, compa: esto hay que celebrarlo! –exclamó Andrés al tiempo que levantaba la mano llamando a la mesera para pedirle otra cubeta de cervezas− A ver, dime: ¿con quién andas?
−No compadre, eso no. No me obligues a decírtelo. Quiero ser discreto. Mejor vamos a tomar. Y no soy como tú, compadre. Yo sí la quiero. Por eso me anda por dejar a tu comadre.
−¡Ja, ja, ja,ja! No me salgas tan puritano. Si es casada, no te preocupes. Te juro por mi madre que no saldrá de mi boca ni una palabra; o como dice tu ahijada: “mi pecho es una bodega”.
−No es que sea puritano. Pero creo que lo mejor es que no te enteres.
−Ah, chingá. ¿A poco la conozco?
−Pues sí. Pero ya no me hagas preguntas. Mejor dime: ¿por qué no dejas a mi comadre y te juntas con la Lore?
−A ver, a ver… ¿por qué tan interesado en que deje a mi vieja? ¿No será que andas con ella? –le escupió la pregunta a su compadre, inclinándose sobre los envases de cerveza y mirando a Alfonso directamente con sus enrojecidos ojos por el alcohol.
−¿Cómo crees?, pinche compadre. Mejor vámonos. Ya estás borracho.
−No, nada de que vámonos. Se me hace que veo moros con tranchetes –dijo Andrés−. A ver dime –le gritó−: ¿verdad que tú y mi vieja me están jugando chueco? ¡Confiesa!
−No lo veas así, compadre. De todos modos tú ya no la quieres, y pues… bueno, la verdad sí: ella y yo tenemos algo que ver, pero nos queremos a la buena.
−¡Ah, lo confiesas! ¡Desgraciado! –le interrumpió Andrés a Alfonso, quien se había puesto de pie en señal de querer retirarse.
En ese momento, el coraje encegueció a Andrés, tomó un envase y se lo rompió en la cabeza a Alfonso quien, aturdido por la sorpresa y el golpe, se fue al piso en donde Andrés le cayó encima y, tomándolo por las orejas, lo azotó sobre el pavimento provocando que su compadre perdiera el conocimiento.
Un respiro de Andrés les bastó a los demás clientes del billar para sujetarlo y permitir que Alfonso recibiera las primeras atenciones médicas. Después llegaría la ambulancia y una patrulla de la policía que Paco, el dueño, había llamado para contener a los rijosos compadres.
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