martes, agosto 03, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

AQUELLOS DÍAS
José I. Delgado Bahena
Alicia es hermosa. A sus veintidós años, la vida, y las rutinas diarias de los bailes de zumba aunadas a una alimentación cuidadosa, le han regalado un cuerpo delicioso, con las medidas tan perfectas que las blusas y los pantalones que acostumbra usar (nada de vestidos) le hacen resaltar una figura de concurso. Un día, sus compañeras del laboratorio de análisis clínicos donde trabaja le dijeron, entre broma y en serio, que si participaba para reina de la feria de la bandera, en una de esas y ganaba.
Pero Alicia, lo que menos quiere es ser reconocida públicamente. Además del hermoso cuerpo, la vida le ha regalado un rencor, y su atractivo es carnada para que los hombres muerdan el anzuelo y se prendan de su belleza para que ella, con fingidos sentimientos, los cautive haciendo que se enamoren y después dejarlos botados en el piso del desconcierto y encharcados en la angustia de la melancolía por su amor frustrado.
¿Por qué hace esto?
Hace siete años, cuando Alicia había terminado su educación secundaria y despuntaba ya la muchacha que sería ahora: piernas torneadas, pechos prominentes, labios sensuales y unos ojos enormes que adornaban su adolescente rostro; sus padres le dieron permiso de asistir a su convivio de generación que tuvieron en una disco, por la orilla de la ciudad.
Era la una de la mañana. Regresaba sola, a su casa, subiendo los escalones de las callejuelas de la colonia donde vivía, después de que el taxi la había dejado cien metros atrás y ella se internaba en esa semioscuridad con la confianza de quien ha transitado de por vida cada centímetro del rústico cemento, y ha pasado miles de veces por un pequeño predio sin habitar que está a mitad de su camino.
Y es ahí, precisamente, donde se escribió la historia de aquellos días.
Un grupo de jóvenes, no supo cuántos −cuatro o cinco, diría después a la policía−, le salieron al paso; la rodearon y la forzaron a quitarse la pequeña falda negra con la que había asistido a la fiesta, la violaron y la dejaron con un viento negro, amargo, ventilándole el alma.
Con lo que no contaron los atacantes, en la emoción de lo prohibido, fue que una ráfaga de luz que llegó desde la ventana de alguna casa cercana, se le estampó en la cara de uno de ellos a quien Alicia reconoció de inmediato como Jorge, compañero de su generación, pero de otro grupo, que en la fiesta le insistió y hasta le rogó que la acompañara a la pista. Primero, porque no era de su agrado, y además porque se advertía que había estado tomando, Alicia no aceptó.
La denuncia que hicieron los padres ante el ministerio público, fue inútil: Jorge, al único que acusaba Alicia, llevó veinte testigos que declararon a su favor diciendo que en ningún momento había abandonado la fiesta y que lo habían llevado a casa, muy borracho, a las cuatro de la mañana.
Un bebé que, para bien o para mal, a los dos meses de embarazo abortó, y el resentimiento contra los hombres, fueron los recuerdos que le marcaron para siempre.
Siete años después, cuando el perjuicio que le ocasionaron parecía haber quedado en el olvido, le llega a sus manos una forma de venganza.
En el laboratorio donde trabaja, es ella quien recibe las solicitudes de estudios. Es ella quien etiqueta las muestras. Es ella quien redacta los resultados.
Jorge no la reconoce y le pide el examen del VIH. Alicia hace el trámite. Le cobra el servicio y llama a su compañera para que le tome la muestra de sangre.
A las tres de la tarde se presenta él a recoger el resultado. Alicia ha salido a comer pero ha dejado su trabajo hecho. Su compañera entrega el sobre a Jorge con el falso resultado: positivo.
Al siguiente día los periódicos difunden la noticia: “El joven Jorge Robles, estudiante de la Universidad, se suicidó colgándose de la rama de un árbol de su casa”.
Alicia ha leído la noticia, deja el periódico a un lado para atender a un cliente que solicita su atención; después, desprende la hoja que le interesa del diario, la dobla y la guarda en su bolso con un suspiro hueco que ha brotado de la profundidad de su pecho. Sabe que desde ese momento una luz brilla sobre la oscuridad que le quedó en el alma por los recuerdos de aquellos días.
Escríbeme a:
jose_delgado9@hotmail.com

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