miércoles, mayo 19, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

“SÍ, YO LA MATÉ”

José I. Delgado Bahena

La mera verdad: la maté por puerca. Siempre deseé hacerlo. Me daba asco.
Desde que llegó a vivir a nuestra casa, con el pretexto de su viudez, advertí cómo me veía. Mi madre lo intuyó, por eso, siempre que podía, me llevaba con ella y no me dejaba solo con la ruca.
Recuerdo que un día que no se encontraban mis padres y yo había llegado de ir a jugar fut con mis cuates de la secundaria, me metí a bañar, y ella, la perversa, se asomó por la cortina del baño, sólo para verme desnudo, con el pretexto de ofrecerme una toalla.
Entonces yo tenía catorce años y no pensaba en cochinadas, como ella.
Pasó el tiempo y entré al bachillerato. Por esa época comenzó a rondar por nuestra casa un gorila. Nadie lo veía, sólo yo. Llegaba por las noches, se asomaba por la ventana de mi cuarto que daba hacia el jardín, gruñía y me mostraba sus filosas garras.
Al principio me daba miedo y les gritaba a mis padres; claro: no me creían y decían que eran pesadillas. Hasta yo me estaba convenciendo de que realmente eran sueños, pero una mañana amaneció muerto el “canelo”, nuestro perro, al que yo odiaba porque con frecuencia desparramaba la basura del bote y luego hacían que yo la recogiera. Estaba junto a una de las bardas de la casa. Tenía el cuello desgarrado y su cabeza casi separada de su cuerpo.
Desde entonces dejé de tenerle miedo y comencé a verlo como un aliado.
Cada noche, durante la cena, escondía un pan y lo llevaba a mi cuarto. Cuando él llegaba me acercaba a la ventana y le tiraba el pan hacia el suelo.
Aldo, mi amigo del “Vasco”, era el único que me creía y hasta me propuso que le tomara fotos con la cámara del celular. Una noche lo intenté pero se asustó y huyó de mi ventana.
La abuela seguía de perversa, pero una tarde llegó muy contenta, con su melena blanca alborotada y muy sonriente, mostrando los escasos dientes que le quedaban. Yo estaba viendo la tele y se sentó junto a mí, en el sofá de la sala. Comenzó a hacerme plática sobre sexo, disque para orientarme, explicarme y no sé qué más decía. Yo sólo le contestaba que sí y que no, hasta que me hartó y me fui a mi cuarto.
Me recosté en mi cama, prendí la tele y puse un video que me prestó Aldo: son chavas desnudas que bailan y se quitan la ropa. Claro, al poco tiempo estaba excitado. Al rato entró la pinche vieja, se recostó a un lado de mí y comenzó a manosearme. La verdad, no dije nada porque, pues…, ya estaba todo acalorado y me gustaba lo que me hacía con su boca desdentada.
En el mejor de los momentos, en que la vieja hacía su labor, apareció el gorila con su mirada lujuriosa, como disfrutando de la escena, entonces le di una patada a la bruja en el centro de su entrepierna, tan fuerte que la levanté sobre mi cuerpo y se estrelló en la cabecera de mi cama. Ahí quedó: desnucada y ensangrentada. Entonces, con cuidado, para no ensuciar mis sábanas con su podrida sangre, la levanté y la llevé al jardín, la tomé de los tobillos y la hice girar levantándola a la altura de los rosales que mi madre tanto cuidaba; restregué su marchito rostro sobre las espinas y las rosas para que se viera que el gorila se había ensañado con ella y la dejé tirada junto a la barda del jardín.
Regresé a mi cuarto para limpiar, con mi playera de las Chivas, las manchas de sangre que había dejado sobre la pared al golpearse con el impulso de mi patada. Lavé la playera en el lavabo del baño y la tendí. Como aún no terminaba el video que estaba viendo de las viejas encuerdas, me excité otra vez, me masturbé y me quedé dormido.
Desperté con el ruido de la tele, en la sala. Mis padres veían las noticias. El conductor de un programa del canal local anunciaba que por fin habían atrapado al gorila que se había escapado del circo que se encontraba instalado en los terrenos de la Feria.
Salí de mi cuarto, saludé a mis padres y me senté junto a ellos. Mi madre me preguntó si no sabía de la abuela. Le contesté que había llegado en la tarde pero que se puso a arreglar el jardín. “Después no supe de ella porque me quedé dormido”, le dije.
Mi padre se levantó y encendió las luces del jardín. Los dos salieron en su busca, le dieron vuelta a la casa pero no encontraron nada. Me extrañé y salí a buscar junto a los rosales. Les mostré los destrozos, se asustaron y llamaron al 066 para reportar la desaparición de la vieja.
Dos horas después sonó el teléfono, contestó mi padre y le informaron que debía ir a reconocer el cuerpo destrozado de su madre, lo habían encontrado junto al periférico y que, seguramente, había sido atacada por el gorila.


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