MANUAL PARA PERVERSOS
“SABÍA SU JUEGO”
José I. Delgado Bahena
“Te prometo que esta noche será inolvidable para ti y la recordarás por el resto de tu vida”, me dijo, la muy perra, entrecerrando los ojos y pasando la humedad de su lengua alrededor de sus labios.
Jamás imaginé que sus palabras se convertirían en una maldita profecía y que su sentencia se cumpliría en cada una de sus letras: “la recordarás por el resto de tu vida…” repitió sonriendo mientras se desnudaba y me miraba a los ojos con los negros rayos de los suyos.
Definitivamente, me dije en ese momento, esta hembra es la que estuve buscando siempre: perversa y frágil, santa y pecadora, hambrienta y plena.
¿Cuántas habían pasado por mi cama? El número es lo de menos. Todas aceptaban mi invitación a comer para “arreglar su asunto”, les decía. Todas, hasta ésta. Bueno, algunas se bañaron de dignidad y allá siguen, en sus pueblitos, por santas; otras buscaron otros medios y ya las veo por acá, por la ciudad.
Pero… ¿cómo comenzó todo? No sé, sólo sé que pronto terminará… Además, la culpa es de mi compadre que me dijo: “Te voy a hacer jefe y entonces sabrás lo que es tener viejas, montones de viejas compadrito…”
Y yo, de creído, a todas las que llegaban pidiendo apoyo les salía con la misma cantaleta de la comida. Hasta ésta, me acuerdo…
“Profe, por favor ayúdeme, necesito estar cerca de la ciudad para recibir atención médica”, me dijo casi llorando. Y bueno, todas hacen el drama y ponen cualquier pretexto para no estar en la comunidad donde se requieren sus servicios. Y aceptó, la perrísima, sabía su cuento, sabía el desenlace, el suyo, por eso aceptó.
“Te va a gustar tanto que me llevarás en la sangre por siempre”, repetía. Y yo, por la emoción, cerré los ojos y no vi la sombra que acompañó el tono de sus palabras.
Con razón insistió tanto, hasta que me convenció, en que no usáramos condón “para que los disfrutes más”, sentenció. Sabía su juego.
Todavía nos vimos un par de veces más, recuerdo, después de que le hice el trámite para su cambio de adscripción. Las dos veces en las mismas condiciones: buena comida, vino tinto, hotel de lujo, y sin condón… Sabía su juego.
Después, ya enganchado, la buscaba y se negaba; ponía mil pretextos, y el más usado, el que me hizo sospechar, era el de su salida a la capital, para sus citas médicas.
“Necesito estar cerca de la ciudad para recibir atención médica…”, me dijo cuando me visitó en la oficina. De manera que era cierto.
La dejé de buscar y le perdí la pista… hasta ayer, que me invitaron a su sepelio.
Murió, la desgraciada, y la noticia me quemó los intestinos: murió de ¡Sida!
Por eso, lo primero que hice hoy fue correr al laboratorio a realizarme la primera prueba del VIH. Hace un rato me dieron los resultados: positivos…
Tuvo razón: la recordaré hasta el último día de mi vida. No necesito más pruebas: sabía bien lo que hacía. Se la cobraré cuando nos encontremos en el infierno. La perra, sabía su juego, me contagió a propósito. No tengo dudas.
Ahora sólo me queda la desesperación y una duda: ¿cómo le digo a mi vieja para que ella también se haga el estudio?
jose_delgado9@hotmail.com
www.poemofheart.blogspot.com
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