jueves, febrero 11, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

QUEMÓ LAS FOTOS
José I. Delgado Bahena
Jose_delgado9@hotmail.com
www.poemofheart.blospot.com

Daniel dibuja y escribe, relata su vida, deambula por las calles y sueña.
Hace poco, hará un año, tuvo un amor que le marcó su existencia. Él dice que es cosa del pasado, pero en un descuido confiesa que en su corazón aún ronda la sombra de los días vividos en la feliz compañía de unas manos cálidas y una boca ardiente.
Sabe que será muy difícil deshacerse del embrujo de los ojos que le hechizaron el alma, pero cree tener el remedio y dice que pronto podrá resolver este conflicto sentimental que le hace vagar por las calles, vendiendo sus dibujos y contando su historia para sobrevivir a la inutilidad de un amor no correspondido.
—Mira —me dice—, aquí tengo la solución.
Y me muestra su cartera con un brillo parpadeante en sus ojos.
No entiendo por qué lo hace, pero él sí. Le oigo murmurar y sólo alcanzo a descifrar algo como: "vicios" y "rencores".
Agrega que, para él, ser pareja de alguien es ser parejo en todo: en amor, fidelidad, buen trato, y hasta en los gastos, y sentencia con un tono de amargura que le raspa la garganta: “cuando esto falla no hay correspondencia y la balanza se inclina fácilmente a favor de quien vive, como parásito, a expensas de la relación”.
Hace frío. Con este pretexto enciende un cigarrillo y, en un arrebato, abre su cartera extrayendo dos fotografías de la persona a quien finge ya no querer y comienza a quemarlas. Una por una las convierte en cenizas. Alcanzo a descubrir algunos rasgos del cabello, de los ojos y la boca.
Vuelvo mi vista al rostro de Daniel y observo que, mientras me regala una falsa sonrisa, deja correr una lágrima de su ojo izquierdo que resbala por su mejilla y con su lengua la lleva a su boca.
—¿Sabes? —dice con voz temblorosa—, me duele, pero siento una liberación que me llena de vida y de fuerzas para salir del agujero en el que vivía con esta desilusión.
No comento nada. Sólo observo.
—Mira —agrega—: con esto sé que volveré a quererme otra vez y a recuperar mi dignidad que estaba extraviada. Porque, ¿cuántos hay, como yo, que se olvidan de sí mismos por consagrarse a la otra persona y no se dan cuenta de que sólo los utilizan para sentirse queridos, aceptados… y exigen las mil atenciones, pero con tanto egoísmo que les impide corresponder de la misma forma? Por eso, aunque ya había quemado las cartas —continuó, deteniendo su mirada en los restos de papel quemado que el viento mueve junto a sus zapatos— sabía que necesitaba hacer lo mismo con estas porquerías.
No contesté. Me limité a cerrar los ojos y, en una reacción de cobardía absoluta, cerré la conversación. Le pregunté sobre el costo de uno de sus dibujos, le pagué y me fui, dejándolo con un trozo de fotografía quemado jugueteando entre los dedos.
Nunca supo, porque no le dije, que no basta con quemar las fotos y las cartas, que eso ya lo hemos hecho los que nos dejamos esclavizar por un amor enfermizo, y que para liberarse realmente, es necesario quemar, además de todos los recuerdos, el corazón y el alma.

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