sábado, febrero 20, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

“ES MARTES Y PARECE VIERNES”
José I. Delgado Bahena

−¡Qué raro! —me dijo—, es martes y parece viernes. No sé por qué cuando cierro los ojos pensando en las personas que amo, los días se me revuelven y siento que un silencio me inunda de paz y se adueña de mi alma.
Sólo le dije: "Estás loca" y le di un beso. Entonces, desbotonó mi camisa, me quitó la camiseta, me bajó el pantalón, pero cuando todo se ponía más interesante, vio mi bóxer del conejo de la suerte y comenzó a reír sin parar, hasta llegar a las lágrimas.
No supe qué hacer, ni qué decir o pensar; sólo tomé el periódico del día y me senté a leer el "Manual para canallas". En ese momento me di cuenta de que no era martes ni parecía viernes: era jueves. Quizá por eso el tiempo estaba tan loco para todos, especialmente para ella.
Cuando terminó de reír me dijo que tenía que irse, ya que los domingos son días malos para andar por quién sabe qué caminos tan llenos de gente que mal haya la hora.
No dije nada, sólo le ofrecí una cerveza, de esas a las que llaman oscuras sólo por el envase, la aceptó, se la tomó de un trago, como buena bebedora, eructó y se fue.
Cuando cerré la puerta quité las mantas de los espejos, que ella había cubierto cuando llegó, y me tendí sobre mi cama que se había quedado anhelante, esperando disfrutar de la fiesta del día. Ella (mi cama) nunca supo que hay días en que los lunes parecen martes, o miércoles, no sé, y que más me valiera quedarme sentadito en el piso de la sala, tomándome un tequila y leyendo un buen poema de Bukowski.
Hay días, sin duda...


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jueves, febrero 11, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

QUEMÓ LAS FOTOS
José I. Delgado Bahena
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Daniel dibuja y escribe, relata su vida, deambula por las calles y sueña.
Hace poco, hará un año, tuvo un amor que le marcó su existencia. Él dice que es cosa del pasado, pero en un descuido confiesa que en su corazón aún ronda la sombra de los días vividos en la feliz compañía de unas manos cálidas y una boca ardiente.
Sabe que será muy difícil deshacerse del embrujo de los ojos que le hechizaron el alma, pero cree tener el remedio y dice que pronto podrá resolver este conflicto sentimental que le hace vagar por las calles, vendiendo sus dibujos y contando su historia para sobrevivir a la inutilidad de un amor no correspondido.
—Mira —me dice—, aquí tengo la solución.
Y me muestra su cartera con un brillo parpadeante en sus ojos.
No entiendo por qué lo hace, pero él sí. Le oigo murmurar y sólo alcanzo a descifrar algo como: "vicios" y "rencores".
Agrega que, para él, ser pareja de alguien es ser parejo en todo: en amor, fidelidad, buen trato, y hasta en los gastos, y sentencia con un tono de amargura que le raspa la garganta: “cuando esto falla no hay correspondencia y la balanza se inclina fácilmente a favor de quien vive, como parásito, a expensas de la relación”.
Hace frío. Con este pretexto enciende un cigarrillo y, en un arrebato, abre su cartera extrayendo dos fotografías de la persona a quien finge ya no querer y comienza a quemarlas. Una por una las convierte en cenizas. Alcanzo a descubrir algunos rasgos del cabello, de los ojos y la boca.
Vuelvo mi vista al rostro de Daniel y observo que, mientras me regala una falsa sonrisa, deja correr una lágrima de su ojo izquierdo que resbala por su mejilla y con su lengua la lleva a su boca.
—¿Sabes? —dice con voz temblorosa—, me duele, pero siento una liberación que me llena de vida y de fuerzas para salir del agujero en el que vivía con esta desilusión.
No comento nada. Sólo observo.
—Mira —agrega—: con esto sé que volveré a quererme otra vez y a recuperar mi dignidad que estaba extraviada. Porque, ¿cuántos hay, como yo, que se olvidan de sí mismos por consagrarse a la otra persona y no se dan cuenta de que sólo los utilizan para sentirse queridos, aceptados… y exigen las mil atenciones, pero con tanto egoísmo que les impide corresponder de la misma forma? Por eso, aunque ya había quemado las cartas —continuó, deteniendo su mirada en los restos de papel quemado que el viento mueve junto a sus zapatos— sabía que necesitaba hacer lo mismo con estas porquerías.
No contesté. Me limité a cerrar los ojos y, en una reacción de cobardía absoluta, cerré la conversación. Le pregunté sobre el costo de uno de sus dibujos, le pagué y me fui, dejándolo con un trozo de fotografía quemado jugueteando entre los dedos.
Nunca supo, porque no le dije, que no basta con quemar las fotos y las cartas, que eso ya lo hemos hecho los que nos dejamos esclavizar por un amor enfermizo, y que para liberarse realmente, es necesario quemar, además de todos los recuerdos, el corazón y el alma.

jueves, febrero 04, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

MANUAL PARA PERVERSOS
“SABÍA SU JUEGO”
José I. Delgado Bahena

“Te prometo que esta noche será inolvidable para ti y la recordarás por el resto de tu vida”, me dijo, la muy perra, entrecerrando los ojos y pasando la humedad de su lengua alrededor de sus labios.
Jamás imaginé que sus palabras se convertirían en una maldita profecía y que su sentencia se cumpliría en cada una de sus letras: “la recordarás por el resto de tu vida…” repitió sonriendo mientras se desnudaba y me miraba a los ojos con los negros rayos de los suyos.
Definitivamente, me dije en ese momento, esta hembra es la que estuve buscando siempre: perversa y frágil, santa y pecadora, hambrienta y plena.
¿Cuántas habían pasado por mi cama? El número es lo de menos. Todas aceptaban mi invitación a comer para “arreglar su asunto”, les decía. Todas, hasta ésta. Bueno, algunas se bañaron de dignidad y allá siguen, en sus pueblitos, por santas; otras buscaron otros medios y ya las veo por acá, por la ciudad.
Pero… ¿cómo comenzó todo? No sé, sólo sé que pronto terminará… Además, la culpa es de mi compadre que me dijo: “Te voy a hacer jefe y entonces sabrás lo que es tener viejas, montones de viejas compadrito…”
Y yo, de creído, a todas las que llegaban pidiendo apoyo les salía con la misma cantaleta de la comida. Hasta ésta, me acuerdo…
“Profe, por favor ayúdeme, necesito estar cerca de la ciudad para recibir atención médica”, me dijo casi llorando. Y bueno, todas hacen el drama y ponen cualquier pretexto para no estar en la comunidad donde se requieren sus servicios. Y aceptó, la perrísima, sabía su cuento, sabía el desenlace, el suyo, por eso aceptó.
“Te va a gustar tanto que me llevarás en la sangre por siempre”, repetía. Y yo, por la emoción, cerré los ojos y no vi la sombra que acompañó el tono de sus palabras.
Con razón insistió tanto, hasta que me convenció, en que no usáramos condón “para que los disfrutes más”, sentenció. Sabía su juego.
Todavía nos vimos un par de veces más, recuerdo, después de que le hice el trámite para su cambio de adscripción. Las dos veces en las mismas condiciones: buena comida, vino tinto, hotel de lujo, y sin condón… Sabía su juego.
Después, ya enganchado, la buscaba y se negaba; ponía mil pretextos, y el más usado, el que me hizo sospechar, era el de su salida a la capital, para sus citas médicas.
“Necesito estar cerca de la ciudad para recibir atención médica…”, me dijo cuando me visitó en la oficina. De manera que era cierto.
La dejé de buscar y le perdí la pista… hasta ayer, que me invitaron a su sepelio.
Murió, la desgraciada, y la noticia me quemó los intestinos: murió de ¡Sida!
Por eso, lo primero que hice hoy fue correr al laboratorio a realizarme la primera prueba del VIH. Hace un rato me dieron los resultados: positivos…
Tuvo razón: la recordaré hasta el último día de mi vida. No necesito más pruebas: sabía bien lo que hacía. Se la cobraré cuando nos encontremos en el infierno. La perra, sabía su juego, me contagió a propósito. No tengo dudas.
Ahora sólo me queda la desesperación y una duda: ¿cómo le digo a mi vieja para que ella también se haga el estudio?
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