domingo, enero 31, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

¡VAYA SUSTO!
José I. Delgado Bahena

Hace veintitrés años que trabajo como taxista, además de maestro −ni modo, es lo que hacemos muchos maestros en la búsqueda de más ingresos para sostener a nuestras familias−, siempre en la misma organización de Taxistas Unidos Plan de Iguala, “TUPI”.
Todos, como taxistas o como cualquier otro ciudadano, andamos siempre alertas por el clima de inseguridad que se vive en muchas partes del país. Por eso, con frecuencia desconfiamos de algunos clientes cuando, en la calle, nos piden el servicio y por su aspecto nos hacen sospechar que podrían ser asaltantes, y mejor no los subimos.
Sin embargo, cierto día, en el mes de mayo, época de intensos calores en Iguala y que, además, aún no completaba para pagar lo de la cuenta al dueño del taxi, siendo cerca de las once de la noche, en la esquina de una de las calles del centro de la ciudad, tres individuos me hicieron la señal de que me detuviera. Lo hice y antes de que subieran les pregunté a dónde querían que los llevara. Uno de ellos, el que parecía de mayor edad: como de cuarenta años (los otros aparentaban entre veinte y treinta), me dijo que al Fovissste, una colonia que está por la salida hacia Taxco.
Abrí la puerta y subieron. Dos atrás y el otro adelante, conmigo. De inmediato advertí que iban con aliento alcohólico. Como ya no podía bajarlos, tuve que arriesgarme y arranqué hacia donde me habían indicado.
Ya en el camino, los de atrás discutían en voz baja por algo que yo no alcanzaba a oír y el de adelante inmediatamente subió el vidrio de su ventanilla, a pesar del calor, y cada vez que pasábamos cerca de alguna lámpara, volteaba la cara como queriendo ocultarla.
Si de por sí, como ya dije, siempre andamos con los nervios de punta, con esas actitudes mi corazón saltaba dentro de mi pecho como un conejo encerrado en un elevador.
Para sentirme un poco protegido y, además, como parte de la obligación que todos los taxistas tenemos con la Organización, me reporté por el radio indicando el destino de mi viaje, informando, también, con la clave que todos conocemos, la calidad de sospechosos que llevaba como clientes, para que estuvieran al pendiente. El de adelante me preguntó que por qué lo hacía y le contesté que de no hacerlo me arriesgaba a que me multaran, como parte de las sanciones que habíamos acordado en una asamblea del gremio.
No dijo más, se limitó a expresar un sonido gutural como ¡mj! Entonces, uno de los de atrás, viendo que estábamos a punto de llegar, sugirió que mejor nos siguiéramos hasta un poblado conocido como "Puente González", en la orilla de la ciudad. El de adelante dijo que sí, que nos siguiéramos, pero, como a veinte metros, dijo que mejor nos desviáramos sobre un camino de terracería que estaba adelante.
Mientras tanto, yo trataba de comunicarme con la base que coordina el servicio o con algunos de los compañeros taxistas, sin lograrlo: los canales estaban ocupados y por más que lo intentaba no podía hacerlo. De cualquier manera yo enviaba mensajes ficticios, esperando que los individuos entendieran que no iba solo.
Debo confesar que, a esas alturas, ya no tenía dudas sobre las intenciones de los hombres y el miedo que yo sentía me dio el valor para tomar una decisión. Antes de llegar a la desviación que me había indicado el de adelante, pasamos por un terreno en el que habían construido dos o tres casitas y, afuera de ellas, se veían dos señoras y un anciano. Detuve el carro justo junto a esas tres personas y como si se hubieran puesto de acuerdo, mis tres pasajeros voltearon sus caras ocultándose y, al mismo tiempo, preguntándome el por qué me detenía.
Les dije que no podía ir más adelante porque me había desviado de mi ruta original: la que había informado a los de la base y que, si seguía, podrían suspenderme de mis derechos hasta por una año. Todavía protestaron, pero al verme firme en la decisión y yo, armado con el valor que me regalaban las dos mujeres y el hombre de edad avanzada, que se encontraban en la calle observando todo, les dije que, por favor, bajaran y me pagaran el servicio.
Uno de ellos, de los de atrás, agregó algo como: "Los siento por las viejas". Yo entendí que se refería a las mujeres paradas cerca del taxi, pero el que iba adelante, ya abajo, les dijo: "Ni modo güeyes, ora no se les hizo a sus viejas". El otro, que venía atrás, concluyó: "¿Ya qué?, siquiera vámonos a La curva a ver a la Malena".
El que iba adelante me pagó, cerré la puerta y me di la vuelta para regresar a la ciudad en donde había dejado mi alma tirada en el pavimento. En ese momento me acordé del pobre conejo y lo dejé salir del elevador.

jueves, enero 21, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

ANILLO DE BODAS
José I. Delgado Bahena

—Por cierto —le dijo—, ayer descubrí que te quiero.
—¡Cómo! —exclamó Sergio—, pensé que desde hace tres años me lo habías dicho...
—Claro, te lo había dicho, pero no era cierto. Sin embargo, ahora ten la seguridad de que es sincero. Te quiero y deseo que nunca nos separemos —dijo Sara.
—Entonces, ¿ahora debo aceptar que sí me quieres y, al mismo tiempo, que durante más de mil días viví en el engaño? ¿Y cómo fue que descubriste que me querías?
—Fue muy fácil —contestó Sara, con una leve sonrisa y entrecerrando los ojos—: ayer, cuando me llamaste por teléfono para anunciarme que volvías, yo tenía una cita con Fer, Fernando, tu amigo, y de inmediato le llamé para cancelarla porque mis manos sudaban y mi corazón palpitaba más rápido; además, corrí al espejo para ver si estaba bonita.
—Ah, ¿y si no hubiera llamado?
—También es muy fácil: habría salido con él.
—Pero es horrible...
—¿Por qué? ¿Prefieres que te mienta y te diga que durante tu viaje estuve triste, sin salir y pensando sólo en ti?
—No. No lo digo por ti.
—¿Entonces? —preguntó Sara abriendo mucho los ojos, esos ojos grises que Sergio había adorado desde que se conocieron.
—Lo siento por mí…
—¿Por qué por ti?
—Porque siempre he creído en la fidelidad y cuando me fui te dije que iba a reflexionar sobre lo nuestro, ¿recuerdas?
—Sí, por supuesto. Pensé que porque querías que nos reconciliáramos.
—No. En realidad quise pensar cómo decirte que amo a otra persona, para no engañarle ni seguir mintiéndote. Pero ahora ya no tiene caso.
—¿Porque te dije que te quiero piensas que debemos seguir juntos?
—No.
—¿Entonces…?
—Lo digo por mí y… por la otra persona. Tú, en realidad, ya no me interesas.
—Pero… ¿de qué se trata? No entiendo.
—No es necesario que lo entiendas —dijo Sergio, ahora con un nudo en la garganta al mismo tiempo que unía sus manos enlazando los dedos para no mostrar que temblaba.
—Si es por Fernando, no te preocupes, no pienso volver a verlo.
—No es necesario que te sacrifiques, yo tampoco pienso volver a verlo…
—Bueno, al menos dime quién es ella.
—No me escuchas, ¿verdad?
—¿Por qué lo dices?
—Dije que tampoco pienso volver a ver a Fer-nan-do.
—¿Por qué lo dices?
—¡Chingá, haz otra pregunta!
—No grites, es que no entiendo —suplicó Sara, un poco asustada por la reacción de Sergio.
—¿Es que no te das cuenta? Creí que Fernando y yo nos amábamos, pero supongo que me buscó sólo para poder acercarse a ti…—su voz temblaba y un par de lágrimas escurrieron por sus mejillas.
—No llores. Estoy muy confundida. ¿De manera que tú y Fer…?
—No lo digas. No tiene caso. Me voy, te dejo con él.
—¡No! ¡No te vayas, te amo! Fernando no me interesa.
—Ahora soy yo el que no entiende. Cuando nos casamos creí que amabas al hombre que yo era y ahora me confiesas que no era así; te digo que amo a un hombre…y me pides que me quede –murmuró Sergio con la mirada con la mirada incrustada en el piso.
—Sí. Sólo dime que un día me quisiste y con ese pedacito de cielo nos cubriremos de esta nostalgia mientras nos llueve el arrepentimiento –dijo Sara con voz tenue y acariciando el cabello de Sergio.
—No sé qué pensar… y no sé si lo supere –se lamentó él.
—No pienses. Sólo espera. Mañana será otro día.
—Sí, mañana… —le dijo, mientras sacaba de su bolsillo derecho el anillo de bodas, que se había quitado antes de entrar a la casa, y, disimuladamente, se lo colocaba otra vez en el dedo del que nunca, pero nunca, debió haber salido.

viernes, enero 15, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

¿CON QUIÉN VIVES?
José I. Delgado Bahena

Hace tres días, Macrina aún vivía con el “Pique”. Hoy, sentada en el banco de cemento de la celda del centro de readaptación en la que la han recluido, con la mirada fija en el piso destruido y con las manos apretadas entre sus piernas sudorosas, piensa y se pregunta mil veces si lo volvería a hacer y su respuesta es la misma las mil veces: no sólo lo haría otra vez, sino que trataría de matarlo con otras maneras, “para que sufriera más antes de que estirara las patas, el desgraciado”.
“Aquí estuvo la Matrona”, se lee en una de las paredes en la que ahora detiene su mirada para reconocer las sombras que le acompañarán durante catorce años, o siete, según sus cuentas, si mantiene buena conducta. Decidida, enciende el único cigarro que le permitieron las celadoras como atención por haberles “obsequiado” la cajetilla que Esteban, su hijo, le diera al visitarla esa mañana.
Ahora llora y le da la última chupada al resto del cigarro. “Pinche Esteban…”, piensa, “¿para qué te saliste de la escuela, cabrón?”
Todo fue muy rápido.
El “Pique” era su hombre, el de esos días, su padrote, pues, el que la cuidaba cuando salía del centro nocturno donde trabajaba todas noches y se quedaba a dormir con ella en el único camastro con el que contaban en su humilde vivienda que rentaba por seiscientos pesos para ella y su chamaco, Esteban, de quince años que estudiaba la secundaria.
Aquel día, el “Pique” la envió a la casa de un “amigo” a entretenerlo, porque, según él, le debía un “parote”. Era de tarde. Macrina salió confiada en busca del amigo del “Pique”; pero no lo encontró y lo que sí halló y vio con ojos desorbitados, al regresar a su casa, fue a su chamaco, Esteban, perdido de borracho, semidesnudo sobre la colchoneta que se tiraba en el piso para dormir en un rincón de la habitación y, sobre él, al “Pique”, haciéndole caricias obscenas y pervertidas.
Al “Pique” lo conoció dos meses antes en el mismo lugar donde trabajaba.
− ¿Qué pasó chula? −le preguntó.
−Nada −contestó ella.
− ¿Con quién vives? −indagó él.
−Hasta hoy con nadie, pero creo que me animaré contigo −respondió ella, sonriendo.
Desde entonces, él la llevaba y la esperaba para regresar juntos en un taxi. Él administraba los ingresos de sus “fichas” y de las comisiones por las bailadas. Él le daba una cantidad para que le pusiera unas monedas a Esteban en su mochila de la escuela. Él dirigía su vida y ahora lo veía abusando de la inconsciencia de su adolescente hijo.
Sobre la única mesa de madera que servía de comedor había cuatro botellas de cerveza vacías que, evidentemente, las habían consumido ellos. No supo cómo, pero la furia se apoderó de Macrina y con la fuerza y agilidad que no se conocía, tomó una, la rompió golpeándola sobre el piso y con el filo de la parte que le quedó en su puño, atacó el cuello del “Pique”, que no se había percatado de la llegada de ella, y un chorro de sangre cayó sobre el cuerpo desnudo de Esteban.
Ella misma salió en busca de la policía después de echarle una cubeta de agua a Esteban para despertarlo y hacer que se limpiara el cuerpo de la sangre del “Pique”.