jueves, enero 21, 2010

MANUAL PARA PERVERSOS

ANILLO DE BODAS
José I. Delgado Bahena

—Por cierto —le dijo—, ayer descubrí que te quiero.
—¡Cómo! —exclamó Sergio—, pensé que desde hace tres años me lo habías dicho...
—Claro, te lo había dicho, pero no era cierto. Sin embargo, ahora ten la seguridad de que es sincero. Te quiero y deseo que nunca nos separemos —dijo Sara.
—Entonces, ¿ahora debo aceptar que sí me quieres y, al mismo tiempo, que durante más de mil días viví en el engaño? ¿Y cómo fue que descubriste que me querías?
—Fue muy fácil —contestó Sara, con una leve sonrisa y entrecerrando los ojos—: ayer, cuando me llamaste por teléfono para anunciarme que volvías, yo tenía una cita con Fer, Fernando, tu amigo, y de inmediato le llamé para cancelarla porque mis manos sudaban y mi corazón palpitaba más rápido; además, corrí al espejo para ver si estaba bonita.
—Ah, ¿y si no hubiera llamado?
—También es muy fácil: habría salido con él.
—Pero es horrible...
—¿Por qué? ¿Prefieres que te mienta y te diga que durante tu viaje estuve triste, sin salir y pensando sólo en ti?
—No. No lo digo por ti.
—¿Entonces? —preguntó Sara abriendo mucho los ojos, esos ojos grises que Sergio había adorado desde que se conocieron.
—Lo siento por mí…
—¿Por qué por ti?
—Porque siempre he creído en la fidelidad y cuando me fui te dije que iba a reflexionar sobre lo nuestro, ¿recuerdas?
—Sí, por supuesto. Pensé que porque querías que nos reconciliáramos.
—No. En realidad quise pensar cómo decirte que amo a otra persona, para no engañarle ni seguir mintiéndote. Pero ahora ya no tiene caso.
—¿Porque te dije que te quiero piensas que debemos seguir juntos?
—No.
—¿Entonces…?
—Lo digo por mí y… por la otra persona. Tú, en realidad, ya no me interesas.
—Pero… ¿de qué se trata? No entiendo.
—No es necesario que lo entiendas —dijo Sergio, ahora con un nudo en la garganta al mismo tiempo que unía sus manos enlazando los dedos para no mostrar que temblaba.
—Si es por Fernando, no te preocupes, no pienso volver a verlo.
—No es necesario que te sacrifiques, yo tampoco pienso volver a verlo…
—Bueno, al menos dime quién es ella.
—No me escuchas, ¿verdad?
—¿Por qué lo dices?
—Dije que tampoco pienso volver a ver a Fer-nan-do.
—¿Por qué lo dices?
—¡Chingá, haz otra pregunta!
—No grites, es que no entiendo —suplicó Sara, un poco asustada por la reacción de Sergio.
—¿Es que no te das cuenta? Creí que Fernando y yo nos amábamos, pero supongo que me buscó sólo para poder acercarse a ti…—su voz temblaba y un par de lágrimas escurrieron por sus mejillas.
—No llores. Estoy muy confundida. ¿De manera que tú y Fer…?
—No lo digas. No tiene caso. Me voy, te dejo con él.
—¡No! ¡No te vayas, te amo! Fernando no me interesa.
—Ahora soy yo el que no entiende. Cuando nos casamos creí que amabas al hombre que yo era y ahora me confiesas que no era así; te digo que amo a un hombre…y me pides que me quede –murmuró Sergio con la mirada con la mirada incrustada en el piso.
—Sí. Sólo dime que un día me quisiste y con ese pedacito de cielo nos cubriremos de esta nostalgia mientras nos llueve el arrepentimiento –dijo Sara con voz tenue y acariciando el cabello de Sergio.
—No sé qué pensar… y no sé si lo supere –se lamentó él.
—No pienses. Sólo espera. Mañana será otro día.
—Sí, mañana… —le dijo, mientras sacaba de su bolsillo derecho el anillo de bodas, que se había quitado antes de entrar a la casa, y, disimuladamente, se lo colocaba otra vez en el dedo del que nunca, pero nunca, debió haber salido.

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