jueves, agosto 10, 2006

EL CLAVO

Ayer pensé en decirte adiós
y, con fuego en la sangre,
escribí las palabras
que un día fueron malditas
y que esperé jamás
volver a pronunciarlas.
Pero rompiste el pliego
para no leerlas
y atizaste la llama
que se apagaba
en mis lágrimas amargas.
Entonces, indagando
en tus ojos tibios
que me negaban su mirada,
vi que también te dolía
el final
que en la carta sospechabas.
Y la verdad, no sé qué pasó,
si habíamos quedado
en no enojarnos más y,
mucho menos, por nada.
¿Por qué el amor
de nuestros ojos
se transformó en dagas?
¿Por qué, las horas,
que debían ser buenas,
en un dos por tres
se hicieron malas?
Mas, en fin,
la tormenta pasó
(¿o quedó suspendida
esperando una llamada?),
abrimos nuestros brazos
para renacer
con nuevas esperanzas y,
nuevamente,
soy este pinche gato
que te rasguña el alma;
aún cuando sé
que el clavo se quedó
incrustado en mi garganta.