miércoles, octubre 05, 2005

MIENTRAS LLEGA LA HORA


Ella vestía de blanco, como una aparición. Estaba de pie, junto a un poste, igual que yo, supuse, esperando a su hijo que saliera del colegio.
Me vio y me sonrió con una media luna brillándole en la boca.
Me acerqué y le pregunté la hora -pensé que era un reloj la pulsera que llevaba en su muñeca izquierda.
Extrañado, vi que sus ojos se hicieron pequeñitos, parecía reconocerme.
Me dijo que aún no, que faltaba poco pero que aún no era la hora para mí.
No supe qué decirle, ni tiempo tuve. En ese momento abrieron las puertas del colegio y caminé hacia la puerta en busca de mi hija para llevarla a casa.
De pronto, como un alarido, se escuchó un grito espantoso de una mujer. Todos volteamos en busca de la persona que se había desgarrado la garganta ahí, frente a la escuela primaria a la que asistía mi hija. En ese instante sentí la mano de mi pequeña que apretaba la mía y la cargué estrechándola con fuerza contra mi pecho.
-Papá -me dijo entre sollozos- atropellaron a un niño, creo que es Miguel, mi amigo.
-Vamos a ver -le dije.
A escasos quince metros de nosotros se había formado un círculo con los brazos de varias personas para abrir un espacio para el personal de la escuela que ya atendía al pequeño Miguel dándole los primeros auxilios.
Fueron inútiles las atenciones, con desaliento, le informaron a la afligida madre que Miguel había fallecido.
Entonces, cruzando la barrera humana, sin ningún impedimento, la mujer de blanco, con sonrisa de media luna, se acercó al pequeño que estaba tendido en el piso y tomàndole de la mano lo condujo fuera del círculo.
Yo veía todo y seguí con la mirada absorta a la mujer llevando a Miguelito, pero, al voltear hacia el centro, pude ver que los paramédicos de una ambulancia de la Cruz Roja levantaban en una camilla el cuerpo inerte y sangrante del niño.
Nuevamente volteé en busca de la mujer y, a lo lejos, los vi tomados de la mano, caminando entre la gente, como dos enamorados que, recién casados, se dirigen con ansiedad plena al lecho nupcial.
Nuevamente apreté con fuerza a mi hija y acepté que aún no llegaba la hora.

Con afecto para mi amiga la doctora Angélica Alcalá, agradeciéndole sus atenciones y su preocupación por mi salud.

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