sábado, octubre 01, 2005

EN LA LUNA


A Diana le dijeron un día que de un salto no iba a llegar a la luna, pero si no daba ese salto nunca iba a tener la seguridad de que sucediera o no. Y sólo por eso se atrevió a comprobarlo.
Esperó pacientemente a que la noche cayera sobre el pueblo, y cuando la luna se encontraba a tres cuartas del horizonte iluminado por sus fríos rayos, buscó una roca , la más alta que encontró a la orilla del río. No era tanta la altura, apenas metro y medio, como para sentir miedo en el salto ("De un salto no vas a a llegar a la luna", le dijeron.) o como para temer que pudiera lastimarse un pie al caer. Por eso, con la confianza en lo dicho, dirigió con firmeza su mirada hacia la gorda luna que tenía frente a ella, abrió los brazos, llenó de aire sus pulmones, cerró los ojos e impulsándose con toda la fuerza que sus delgadas piernas le permitieron, saltó.
Aún con los ojos cerrados, y con el mismo aire dentro de sus pulmones, sintió que el tiempo se detuvo, y hasta que abrió los ojos se pudo dar cuenta que descendía lentamente en el brillante suelo lunático.
También hasta ese momento en que sus pies tocaban el polvo espacial levantando una pequeña nube que flotaba alrededor de sus tobillos, comprendió que más vale no creer todo lo que nos dice la gente.

Lo dedico con afecto para Diana Figueroa Piedragil, con mi agradecimiento por prestarme el nombre.

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