viernes, agosto 05, 2005

ESCRIBO POESÍA

¿POR QUÉ ESCRIBIMOS?

Escribimos porque nos hemos dado cuenta de que las palabras se prestan para hacer travesuras con ellas, como bien recomienda el nobel mexicano Octavio Paz:
Las Palabras
Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
agótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.

Y, a título personal, declaro: escribo poesía desde que advertí que la nube de los sueños puede bajar aún entre las tormentas más agresivas, por medio de las palabras.
Escribo para desahogar la necesidad de expresar por medio de las metáforas lo que a conciencia y de frente no he podido decir. En cierta manera, con esto confirmo lo sustancial que es para los poetas el escribir: es expresar de manera subliminal nuestras emociones, nuestras preocupaciones y nuestra forma de ver la vida.
Conocí la poesía y me embarqué a navegar entre sus rebeldes aguas sin miedos y sin prisas. Ahora aspiro, por medio de las palabras, a hacer llover en el desierto de los corazones áridos, iluminar los caminos ciegos de los ojos tristes, entibiar las almas de los cuerpos fríos y alentar las pasiones de los sueños rotos.
Porque, finalmente, ¿cuál sería el objetivo del poeta si no es el de desempolvar los sueños, la melancolía, la fantasía, para, con sus propias alas volar para alcanzar las estrellas?
Escribo poesía desde la adolescencia, con la frescura de las motivaciones juveniles que te hacen retar y enfrentar al mundo y te vuelven atrevido, apasionado y loco. Y con esa locura, no medí las consecuencias y me dejé atrapar en la red de las palabras de otros que eclipsaron mi intelecto con sus imágenes y sus retóricas.
Conocí a Sor Juana, a Góngora y Quevedo y me deslumbraron con su barroquismo. Descubrí que dos hermosas estrellas me habían mirado desde el rostro de mi amada; que en su aliento respiraba el perfume de las rosas y que en sus labios yo probaba la fruta más fresca y más dulce.
Conocí a Neruda y también quise escribir versos tristes. Y en una noche de melancolía, me puse mi boina roja y me tiré al mar, como López Velarde, sin conocerlo, quien, con una gran desesperanza le pregunta a su hermana Fuensanta: “¿Tú conoces el mar? Dicen que es menos grande y menos hondo que el pesar”, y termina implorando: “Hermana, dame todas las lágrimas del mar.
Supe de García Lorca y me dije: préstame tu caballo, bardo, cálzame tus espuelas, acompáñame con tu guitarra, que esta oda la escribo yo. Y me enamoré de los campos españoles, de las mujeres andaluzas y del lagarto llorón que está en el lago con su lagartita.
Así, mi alma recorría los caminos solitarios con las únicas compañías, valiosas e incomparables compañías de Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Bécquer, Heine, Leopardi, Pedro Garfias, quien dijo: “Habla a tus semejantes,
habla aunque no te atiendan,
habla aunque no te entiendan.
Procura hablar, oír,
la palabra es de todos.
Habla.
Y si te hablan en idioma extraño,
procura hallar el tono
y si nadie te habla, procúrales los ojos”.

Ya en estas andanzas tuve la fortuna de conocer a muchos otros que, a fuerza de estar comprometidos consigo mismos, dejaron a un lado obligaciones y deberes y tomaron como única la gran responsabilidad de tejer ilusiones con hilos de dolor y, por supuesto de amor.
Entre ellos, el poeta chiapaneco Jaime Sabines quien, con sus versos cotidianos enamora a los desenamorados y vuelve lúcida la opacidad del amor doliente.

Pero, escribo no como un arte, sino como una forma de darme a los demás a través de la literatura. Y esto que les ofrezco es no sólo una parte de mí, es todo lo que de mí tengo.

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